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Capítulo 24: democracia en el Consejo Alpha



Baudilio estaba atendiendo ordenadamente algunos papeles, los fichaba desde el más importante al de menor importancia. Lo hacía tranquilamente sentado en uno de los asientos del avión. Los únicos habilitados para el vuelo y como sus acompañantes eran solamente el piloto, copiloto y cinco Omegas; ellos vestían traje negro de modal, corbata blanca, zapatos lustrados anticuados y una máscara representando un animal: lobo. Estos eran los guardaespaldas especiales de Baudilio Bathory. 

El avión aterrizó en una plataforma enorme, pero la empresa le pertenecía a los humanos: una compañía de aerolíneas. 

Los empresarios que trabajaban allí despejaron el área y enseguida uno de los Omegas bajo para comunicarse con dos humanos. Luego de un minuto de conversación, se presentaron dos Omegas más, Baudilio Bathory seguido de sus últimos acompañantes. 
Continuaron un breve camino hasta el aeropuerto. Era inevitable toparse con humanos; jóvenes excursionistas, familias viajeras y parejas extranjeras. Al salir, se encontraron con una limusina negra de vidrios polarizados estacionada con el motor en marcha. Los estaban esperando. Un Omega bajó del asiento del conductor para darle la bienvenida a Baudilio.


—Bienvenido, amo Bathory —dio una reverencia disimulada. —Por favor, siéntase cómodo. 

—Gracias —dio unos pasos hasta sentarse. 


El recorrido no duró demasiado tiempo. 

Luego de dar unas vueltas por las calles más transitadas de la ciudad, se establecieron en una base poco poblada. Ingresaron a una mansión —mas chica que la de Baudilio— de alta seguridad; unos Bethas custodiaban la entrada y las cámaras filtraban escenas al comando de distintos ángulos. Les abrieron el amplio portón metálico de entrada y accedieron.
Al estacionar el vehículo en la entrada de la mansión, un Omega esperaba el momento para acudir a las pertenencias de Baudilio.


—Bienvenido, amo Bathory. Es un gran honor tenerlo a usted con nosotros —da una reverencia —. Enseguida llevaré sus cosas a su cuarto. 

—¿Cómo es su nombre? —preguntó Baudilio sin reconocerlo.

—M—mi nombre es Nathaniel, amo —contestó sin hacer contacto visual.

—Los Omegas que me acompañan serán los responsables de llevar mis pertenencias —reafirmó. —Es un gusto conocerle, Nathaniel. Descanse.

—Gracias, amo —sin dudarlo, el adolescente tomó de su mano y le besó entre los dedos —. Gracias. 


Al entrar en la mansión, acudieron a unas escaleras que daban al tercer piso. El pasillo solamente daba a dos habitaciones; una para Baudilio y la otra para que se acomodaran sus Omegas. Cuando el Alpha absoluto cerró la puerta de su habitación, lo primero en hacer fue quitarse su larga chaqueta de piel y colgarla en un perchero. Acomodó cada uno de sus papeles y decidió echarles una ojeada, aunque no dudaba de que Anastasia había hecho un buen trabajo. 

Pensaba en cómo estarían ellos.

Seguramente estén aun en la ciudad.  

Desacomodó el prolijo nudo de su corbata, tendió sus prendas en un perchero y tomó asiento en un sillón de cuerina. Apenas había pasado una hora y no podia pensar en otra cosa —o persona— más que en Catalina y sus acercamientos. 
Era inevitable presentir un fuerte sentimiento de atracción física hacia aquella mujer y, muy en el fondo, Baudilio Bathory era consiente. Sin embargo, era consiente también de lo que acercarse a aquella mujer conllevaba. 

La hija de AlphasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora