LEO
En el momento en el que ella abre la puerta, y la veo frente a mí, la primera cosa que me dan ganas de hacer es reírme. Ahora sí que tiene la nariz más roja que un reno de navidad, y sus párpados están tan hinchados que parece que la han picado cientos de avispas. Es obvio que ha estado llorando mucho, y que lo ha estado haciendo justo ahora; lo puedo notar por el humedecimiento de sus pestañas y la irritación en sus ojos. Ambos nos quedamos mirando por varios segundos, sin despegar la vista del otro, y en el trascurso de ese tiempo, puedo notar como su expresión pasa rápidamente de estupefacción a molestia, señal de que esto no será nada fácil.
— ¿Me dejarás pasar o prefieres que me congele el culo aquí afuera? —soy el primero en hablar, porque honestamente hace un frío del carajo, y ella sólo se ha quedado ahí estática con su mirada de cabreo.
— ¿¡Qué diablos haces aquí!? —grita de pronto, pero de una manera tan fuerte que por poco hace que mis tímpanos revienten. Demonios, está molesta.
— Déjame pasar —le pido tratando de mantener la calma, porque ya hemos discutido demasiado, como para hacerlo otra vez. En cambio, ella no deja de observarme con el ceño fruncido, como si quisiera matarme.
Con ese gesto no sé si está tratando de querer verse intimidante; porque, aunque sea alta, sigue siendo mucho más baja que yo, y lo último que me produce es miedo. Luego cruza los brazos bajo sus senos, y no puedo pasar desapercibido como ese movimiento hace que estos se realcen, y sobresalgan de la camiseta de tirantes que lleva puesta. Joder, que tetas solo quiero llevármelas a la boca y...
— ¡Deja de mirarme las tetas, imbécil! —la escucho decir, logrando que me sobresalte un poco y me saque de mi muy buena distracción.
— ¿Entonces me dejarás pasar? — vuelvo a insistir, regresando difícilmente mi enfoque hacia su rostro mientras lamo mi labio inferior.
— ¡Mejor vete a la mierda! — es la sorprendente respuesta que obtengo de su parte, para que posteriormente cierre de un portazo en mi cara. ¡Qué diablos! Cuando termino de procesar lo que acaba de hacer, no puedo evitar comenzar a reír sin parar, no me lo esperaba honestamente.
— Gianna, ábreme —le pido otra vez tocando la puerta incesantemente, mientras trato de contener la risa por lo que acaba de ocurrir.
— ¡No, te dije que te fueras! —sentencia indispuesta desde adentro, joder con esta mujer.
Pierdo la cuenta de cuantos minutos me tiene ahí esperando a que aparezca de nuevo, que la idea de meterme por la parte trasera de su casa empieza a tomar fuerza. Estoy a punto de darme media vuelta para hacerlo, cuando por fin la puerta se abre de nuevo y vuelve a aparecer.
— ¿Y ahora? —le pregunto alzando una ceja.
— Ya te dije que no —sentencia. —Sólo quiero que me digas qué diablos haces aquí —me exige, furiosa. Bueno, la verdad es que ya me harté, y tampoco voy a esperar a que a ella se le pase el puto enojo para que me deje entrar, hasta que ya este como el puto Jack aquí afuera.
— Intentaba ser educado —replico, y sin más camino hacia ella tomándola de la cintura de imprevisto, y la cargo para apartarla de la entrada. Ella trata de resistirse, pero consigo moverla como si nada. Logro ingresar con ella a la casa ganándome infinidad de insultos por de su parte y finalmente cierro la puerta con mi pie derecho.
— ¡Suéltame, idiota! —grita pataleando cuando ya estamos dentro, porque aún la tengo sujeta junto a mí. — ¡Que me sueltes, animal! — exclama haciendo fuerza para soltarse, lo cual le resulta imposible porque su fuerza es nada a comparación de la mía.
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LA ASISTENTE DE LEO ✔️
JugendliteraturGianna Coleman, una recién graduada universitaria logra conseguir un empleo como asistente personal de su cantante favorito y además amor platónico, Leo Hertzman. Ella piensa que este será el trabajo de sus sueños, hasta que conoce al verdadero homb...