CAPÍTULO V

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El regreso a casa después de salir de la disquera no fue muy diferente que al inicio. El silencio es sepulcral, y Leo se encuentra concentrado escribiendo algo en su teléfono, hasta que poco después habla.

— Necesito que me dejes en el Fairmont —le dice a Elian ¿En el Fairmont? ¿Qué demonios tiene que hacer en un hotel? — Y después llevas a Gianna hasta su departamento.

—¿Ya no me necesita señor? —pregunto incrédula.

— o, tómate el resto del día —finaliza diciendo. En pocos minutos llegamos al dichoso hotel, y sin decir palabra alguna el abre la puerta del auto y baja sin más.

De vuelta en el camino y a pesar de que Leo ya no está con nosotros, la incomodidad que siento con Elian por lo que el idiota me ordenó es muy grande. No puedo creer que me haya prohibido acercarme a su chófer, quien se cree que soy ¿su esclava?

—¿Sucede algo Gianna? —interrumpe la voz de Elian sacándome de mis pensamientos.

—No, no te preocupes, todo bien —logro articular.

—Desde que te subiste al auto te noto rara —suelta con una mirada suspicaz. —¿Acaso ese imbécil te hizo algo?

—No, él no me hizo nada, todo va bien —digo, pero él sigue sin verse convencido. — Lo que realmente sucede es que muchas cosas pasan por mi cabeza en este momento.

— Entiendo —formula. —Sé que no somos amigos, ni nada parecido. Pero si necesitas con quien hablar, sabes que puedes confiar en mí —manifiesta haciéndome sonreír ante sus palabras.

Siempre y cuando Leo no nos vea, es factible la posibilidad de hablar contigo, pienso.

—Aprecio mucho eso Elian, gracias —le agradezco, y como media hora después ya he llegado a mi edificio. Me despido de Elian y bajo del auto.

Cuando por fin llego a mi departamento, lo primero que hago es lanzarme al sofá. Aún tengo sueño así que lo mejor será descansar para recuperar las horas de sueño perdido.

Luego de la larga siesta que tuve, despierto como a eso de las cuatro de la tarde. Tengo mucha hambre, así que cocino una pasta con salsa blanca para almorzar. Cuando termino mi almuerzo, simplemente me pongo a ordenar un poco la estancia. Por suerte me siento más relajada, creo que en verdad necesitaba este día libre. Al terminar de organizar todo, unos toques en la puerta llaman mi atención. No tengo idea de quien es porque no esperaba a nadie, así que cautelosamente me acerco a abrirla llevándome una increíble sorpresa al ver quien es la persona que ahí se encuentra.

— ¡Muñeca! — Grita mi guapo amigo acercándose a darme un reconfortante abrazo, que me hace saltar de alegría en mi interior. Es Adam, uno de mis mejores amigos de toda la vida, que conozco desde niña, y además es como el hermano que nunca tuve.

— ¡Adam! ¿Por qué no me avisaste que vendrías? —le pregunto, y es que estoy muy feliz de tenerlo aquí, hace mucho que no lo veía.

—Sorpresa —manifiesta dándome un beso en la mejilla. —Quería verte, y ya que tú no te dignas a visitarme a mí, yo te visito a ti.

— No sabes cuanto te adoro —expreso. — Pero pasa, no nos quedaremos platicando en el pasillo toda la tarde — digo apartándome para que él pueda entrar y cuando lo hace cierro la puerta. —Siéntate, estás en tu casa —digo señalándole el sofá. — ¿Quieres comer algo? Hice una pasta.

— No Gia, ya comí —me interrumpe. — Aparte no quiero morir intoxicado con tu comida —dice entre dientes, pero yo logro escucharlo.

— ¡Oye! —tomo un cojín para lanzárselo, sin embargo, él consigue atraparlo. —Eres un malagradecido, ya quisieras tú cocinar como yo.

LA ASISTENTE DE LEO ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora