CAPÍTULO 18

156 24 6
                                    

Me ahogo en la profundidad de sus pupilas con fascinantes estrías cafés.

- ¿Por qué cambio yo algo en tu vida?

Se encoge de hombros y esboza una sonrisa, luego, se acerca a mí.

- Porque tú tienes más importancia e interés que las otras, porque no dejaba de pensar en ti desde que te vi en el concierto, porque tengo ganas de que conozcas mi vida, hasta las cosas más inconfesables, y aunque no sea prudente. - relame sus labios - No quiero que seas un rollo de una noche.

Mi corazón da saltitos raros y descontrolados. Siento mariposas en el estómago, y mi cerebro se seca por completo.

- ¿Qué me estás diciendo, exactamente? - murmuró, mi tono de voz es suave.

- Que... - se interrumpe bruscamente y mira un punto en el suelo.

Sigo la dirección de su mirada, sorprendida, y veo entonces pequeñas manchas de sangre esparcidas por la alfombra.

- Pero bueno, ¿Qué es eso? - exclama sorprendido.

Dejo escapar una mueca mientras que la mirada de Abraham se clava en la mía.

- ¡Joder, estas herida! ¿Por qué no me lo has dicho? - frunce el ceño.

- No es nada, no me duele, solo es un arañazo, sobreviviré.

- Déjame ver... - murmura mirándome con preocupación.

- ¡No, te digo que estoy bien!

- No voy a dejarte así. ¡Siéntate y enseñamelo! - su tono de voz es serio y autoritario.

Protestando, me acerco al sofá y me dejo caer en él. Suelto un suspiro de irritación. ¡Qué pena que haya interrumpido sus revelaciones por culpa de un poco de sangre!

- ¡Enséñamelo! - ordena arqueando una ceja.

Levanto los ojos al techo y Abraham se sienta en la mesa del salón, al lado del loro que por fin se ha callado.

Abraham coge mi tobillo derecho y posa mi talón en su muslo. ¡Me voy a morir de vergüenza!

...

Abraham inspecciona mis pies mientras mis mejillas se encienden. Me gustaría meterme en el agujero de un ratón.

- ¿Hay aquí algún desinfectante? Tienes un montón de arañazos, pero ¿A quién se le ocurre andar descalza por Manhattan? - alza la vista para mirarme unos segundos.

- Los tacones no son muy prácticos para largas distancias.

- ¡Qué pena, te hacen unas piernas increíbles! ¿Desinfectante? - sonríe un poco.

Me tomo el cumplido con una sonrisa de lado, y le respondo a pesar de todo con un gruñido:

- En el baño.

Le oigo revolver, y luego vuelve, con una venda, algodón y desinfectante. ¡Cómo me desagrada!

Soy muy blendengue, cualquier herida pequeña me provoca gritos de dolor. No me gusta que me toquen, cuando me duele. Pero ahora, es Abraham el que me va a tocar, ¡Y no estoy segura de poder resistirme!

Con una sonrisa de lado, se vuelve a sentar en la mesa del salón y me dirige una larga mirada, como si quisiera obtener mi consentimiento.

Como respuesta, suelto un gruñido, lo que le hace reír. Coge con cuidado mi tobillo, siento un escalofrío recorrer mi espalda.

Abraham inspecciona mi pie atentamente, con el ceño fruncido.
Sonrío, al verlo tan atento, cuando solo son unos arañazos. Pero es tan encantador, que es difícil resistirse a él.

Ángel Mío | Abraham MateoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora