CAPÍTULO 38

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Atravesamos la calle a toda velocidad. Me cojo desesperadamente a su mano. Voy sin aliento detrás de él. Abraham da grandes zancadas pero yo, con mi pequeño tamaño, tengo la impresión de quedarme atrás. El abrazo de Abraham está rojo de sangre. A lo largo del antebrazo, corren los surcos. A pesar de mi carrera, mis ojos están fijos en su piel.

Aun así, Abraham me guía. Nos metemos en una callejuela, en medio de un ruido atronador, como si fuera una especie de película en la que se persigue a los criminales. Esto es un hervidero por todas partes y me siento tan agobiada como aterrorizada. Al llegar al la callejuela, pensaba que iríamos más despacio, para poder recobrar el aliento, ¡pero no!...

- Sigue, no te pares. Los maderos van a rastrear la zona. - tira de mí con fuerza para llevarme a su altura. Sus ojos brillantes al posarse sobre mí, y me dirige un tierna sonrisa.- No tengas miedo, cariño, estoy aquí.

Abraham desprende algo que ayuda a calmarme. A pesar de la situación en la que estamos, no parece preocupado en absoluto. Parece incluso controlar muy bien. Mis dedos aprietan más fuerte los de Abraham. Una ligera corriente de adrenalina invade mis venas y atraviesa mi cuerpo. Abraham se desvia por la callejuela siguiente.

Nos cruzamos todavía con algunos manifestantes desperdigados que también están corriendo. Tenemos que volver a una de las calles principales para llegar a la furgoneta.

Sigo ciegamente a Abraham, me fío de él. De todas formas, no tengo elección. Al llegar a la calle principal, me obliga a parar contra una pared. Mira atentamente a nuestro alrededor, recobra el aliento... y yo el mío.

- Vale, vamos. No nos quedemos aquí. - me obliga a correr para atravesar la calle entre los coches qué están en un inmenso atasco creado por la manifestación abortada.

La furgoneta sigue ahí, la miro con gran alegría, como algo fundamental que nos va a salvar. Espero a que Abraham abraha las puertas, pero no lo hace. Me lleva hacia la parte de atrás de la furgoneta y abre la puerta trasera.

- ¿Qué haces? - cuestiono con la respiración agitada y frunzo el ceño mirándolo.

- Sube.

Subo al interior, sin hacerme preguntas inútiles. Ya veremos después. Lo esencial es estar a salvo y que los policías no puedan vernos. Abraham me empuja a la furgoneta y cierra bruscamente. Se deja caer contra tabique metálico y recobra el aliento. Su pecho se infla y corren gotas de sudor a lo largo de sus sienes y de su garganta.

Me dejo caer a su lado y poso mi cabeza contra la carrocería. Estoy empapada en sudor y me queman los pulmones. Creo que hacía siglos que no corría así. Mi corazón se oprime como si lo apretujara una máquina, y mis pulmones parecen estar a punto de consumirse desde el interior. Mis mejillas deben estar como un tomate.

- ¿Estás bien, cariño? - pregunta mirándome con preocupación y tristeza.

- Sobreviviré... En fin, eso creo... ¿Siempre es así?

- A veces, ocurre, pero todo se ha venido abajo antes de lo previsto. Lo siento, pretendía que fuera algo más ligero en tu primera vez.

- ¡Pues si que ha sido ligero! - sonrío un poco.

- ¿Estás herida?..

Mi mirada cae sobre el brazos ensangrentado y me incorporó rápidamente para examinar la herida. Gesticula ante mi contacto. Se ha hecho bastante daño, seguro que necesita puntos. No creo que con suturas adhesivas sea suficiente para cerrar esta herida abierta.

- ¿Tienes algo para desinfectar?

Asiente con la cabeza y me señala una caja roja, bajo su armario cerca de los asientos. Tengo que decir que la furgoneta parece una verdadera habitación de hotel: cama acondicionada, nevera portátil, camping gas... Todo lo necesario para la supervivencia del buen campista está aquí. Voy hacia el armario en cuestión y saco la caja de primeros auxilios. La abro y cojo gasas y desinfectante, que hecho abundante en la compresa. Luego dirijo la botella hacia su brazo.

Ángel Mío | Abraham MateoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora