Live Like Legends

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-Ven, cariño. Sube aquí y abrocha el cinturón. Así. Bien hecho.

La suave voz alentadora de Eriaya Gercor sólo alentó el entusiasmo infantil de la pequeña niña de no más de ocho o nueve años que movía los pies inquietos sentada a su lado. Con una sonrisa que volvía sus preciosos ojos verdes dos pequeñas rendijas de felicidad, la pequeña Amber estaba más que determinada aquel día a aprender a volar.

¡Oh, si! Tal vez empezara pilotando la nave familiar, pero luego, cuando fuera mayor, ella se haría con una nave tan grande como uno de los cruceros del Imperio. Y otra pequeña y veloz. Iba a surcar los cielos y las estrellas, salvando con sus disparos láser de repetición a los inocentes que no pudieran luchar por sí mismos.

-¡Amber! ¿Estás escuchándome?

-Lo siento, mamá.

-Un piloto no puede desviar su atención de la computadora de comando, cielo. Si oprimes este botón en lugar de éste, las turbinas se detienen en medio del vuelo y pondrías en riesgo a tus pasajeros. Si vas a salvar a inocentes en peligro, debes procurar no estrellarlos en la huida.

La pequeña niña abrió los ojos como platos y observó incrédula a su madre.

-¿Cómo supiste que...

La joven mercenaria rió con ganas y pellizcó con cariño una de las regordetas y sonrosadas mejillas de su niña. Cuando su niña empezaba con las divagaciones, no se detenía hasta que su fantasía hubiera concluido.

-Tenías esa mirada en tu rostro. Entre perdida y ferozmente decidida. -respondió con paciencia. Luego rió de nuevo. -Como si tuvieras diez años más de los que tienes, pequeña guerrera.

La mujer volvió a suspirar, resignada. A veces se preguntaba de dónde había sacado su hija aquella faceta tan compasiva, inocente y heroica. Temía nunca poder prepararla adecuadamente para el estilo de vida que ella y su esposo llevaban.

Ambos habían permanecido en casa, lo suficientemente alejados de cualquier lugar como para que ninguno de sus numerosos enemigos pudiera encontrarlos mientras la bebé crecía. Ahora, la pequeña Amber comenzaba a crecer y era hora de empezar a entrenar para volver al ruedo. ¡Y quien no estuviera de acuerdo con sus métodos de crianza podría venir a decírselo en la cara y luego comerse sus inexistentes bolas! Amaba a esta niña y no iba a criarla indefensa. Aprender a pilotar como era debido parecía un buen comienzo.

Pero, si bien ella desbordaba esa picardía propia de su padre, tenía un sentido de la justicia que no había visto ni siquiera en personas adultas. Y ellos... no se llevaban bien con la justicia, a decir verdad.

Se inclinó frente a ella, tomó sus pequeñas manos entre las suyas, y clavó su mirada de ojos mieles en los verdes orbes de la niña, ojos verdes heredados de quién sabe quien, pues su padre tenía unos preciosos ojos oscuros. Aunque claro la pequeña niña no había heredado absolutamente ninguno de sus rasgos físicos.

-Amber, cielo, necesito que te concentres en esto ahora. Tus lecciones ya se han retrasado demasiado.

La niña pateó el suelo y fingió un lloriqueo para exponer su rabieta.

-¡Eso es la culpa de papá! Yo les advertí que prefería aprender a volar cuanto antes, pero él insistió en que empezara con el combate cuerpo al cuerpo. ¡Ahora tardaré siglos en pilotar como ustedes lo hacen!

-Papá moriría si algo te pasara, cielo. Intenta que estés lo mejor preparada posible para que nadie pueda vencerte. -intentó negociar ella. -Te ves pequeña, mi guerrera. Frágil. Un día, aprenderás a usar eso como ventaja. Nadie esperará que debajo de esa bella carita delicada se esconda la feroz guerrera que mi niña será. ¿Qué te parece eso, eh?

La pequeña rubia dejó a un lado su rabieta al notar el timbre ligeramente serio en la voz de su madre. Ella en verdad creía lo que estaba diciendo. Era una promesa del futuro, Amber lo sabía.

-¿Crees que algún día sea lo suficientemente buena?

-Hasta en los huesos, cielo.

El corazón cargado de sueños de la pequeña Amber se iluminó y se aceleró por sus palabras. No iba a decepcionar a estar mujer, lo supo desde aquel día.

Así que centró toda su atención en la plataforma de comandos de mil colores de la nave. Alistó las turbinas, murmurando en voz bajita, para sí misma, la ubicación de cada botón y palanca.

No falló ni siquiera en uno. La nave se encendió con un rugido que reverberó en las venas de la niña.

La sonrisa de la mujer se ensanchó aún más de ser posible. Porque ella era la niña más tierna que había conocido jamás, y cada una de sus emociones se traslucía a través de su rostro como si las reflejara en una pantalla luminosa. Y la amaba, y eso era justo lo que había necesitado en su vida. Lo que ambos habían necesitado. A ella. Que extraños y acertados eran los caminos del destino...

-Tú, Amber, puedes volar. Eres libre para hacerlo. No dejes que nadie te quite eso jamás... La libertad no puede ser robada de esta manera...

La niña la observó extrañada. ¿Y eso qué significaba?

Eriaya rió de nuevo, encantada.

-Lo entenderás cuando seas mayor, supongo. ¡Ahora rápido, vuela!

La niña soltó un chillido alarmado cuando ella elevó la nave sobre el suelo y la colocó en posición de despegue. Pero al instante se recuperó e imitó la posición de su madre sobre los controles, asumiendo el puesto de copiloto que estaba en sus manos ahora. Sus pequeños puños cerrados con fuerza, listos para partir.

-Solo intenta no pasar tan cerca de las supernovas esta vez, ¿Si cariño? Si vuelves a rayar las cubiertas de la nave tu padre nos hará atravesar el espacio a pie de ahora en adelante.

La pequeña Amber se carcajeó divertida, y entonces el vuelo comenzó con un elegante despegue de su madre, perfectamente asistido por ella.

Counting Stars | Han Solo; Star WarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora