Episode I

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De un momento al otro, las horas del día se habían vuelto eternas y las noches infinitas. Amber contaba cada segundo con desesperación, y a la vez, no podría decir con exactitud cuánto tiempo llevaba allí.

Habían surgido un par de inoportunas complicaciones en el desarrollo de su plan.

Pequeñas complicaciones como que Boba Fett la había dejado inconsciente de camino aquí y ella no sabía cómo rayos habían llegado o qué tan lejos estaba de la nave. O que la habían casi desnudado y cambiado de ropa, lo que significaba que ya no había chip rastreador.

Pequeñas e inoportunas complicaciones que la habían llevado a yacer arrodillada, semidesnuda junto a una desagradable bestiababosa en una oscura taberna que se parecía a una cueva y apestaba a humo, sudor, orín y otras sustancias desconocidas que intentaba no aspirar.

Jabba el Hutt había proclamado una escandalosa exclamación que la hizo retomar la conciencia cuando la vió llegar sobre el hombro del cazarrecompensas. Amber había presenciado indignada como negociaban por ella como si no fuese más que mercancía y luego observó la generosa cantidad que Jabba entregó por ella.

Ahora la mantenía a su lado con una gruesa cadena atada al cuello que la asfixiaba. Como a una mascota salvaje. Eso había dicho él. El desgraciado daba un fuerte tirón cada tanto y la obligaba a toser. Amber no tenía más opción que acercarse a él con una mueca de asco para que no la ahogara.

Aún así, a pesar de la constante repulsión que había sentido los últimos días hacia la repugnante criatura que la reclamaba como suya frente a todos sus secuaces, ella podría haberlo soportado. Jabba no había hecho más que lanzarle miradas lascivas a su cuerpo, tocarla un par de veces y darle un par de humillantes golpes de vez en cuando, aprovechando siempre que ella estaba atada y a su merced.

Mientras esperaba la llegada de sus amigos, podría haberlo soportado todo en verdad. Excepto eso. Y Jabba el Hutt lo sabía.

En una pared cercana de la que se tenían privilegiadas vistas desde el lugar en el que estaban, reposaba la eterna estatua de Han Solo congelado en la carbonita, como un trofeo de guerra en medio del salón de baile. La postura rígida, las manos al frente en posición de lucha, el precioso rostro contraído en una perpetua mueca de dolor y los labios hinchados. Esa jodida estatua que lo mantenía a salvo y a la vez tan indefenso la atormentaba. La veía incluso cuando intentaba cerrar los ojos para descansar.

Y Jabba se encargaba de asegurarse de que así fuera. Se burlaba, le recordaba lo que habían sido, lo que habían hecho juntos, luego lo que eran ahora. Esclavos. La tomaba del cabello y la obligaba a mirarlo, luego a mirar a Han. La proclamaba su favorita y la tocaba sin dejarla apartar la mirada de la estatua, y ella sentía que Han la observaba. Sabía que él estaría desesperado si la viera en aquella condición.

Era una jodida tortura. La seguiría por siempre. Como si ella necesitara otra imagen más que le quitara el sueño.

El día de hoy había una fiesta. Siempre habían fiestas. Y mientras se dedicaba a observar las peleas de los ebrios, mientras deseaba partir una botella en la cabeza de más de uno, intentaba mantener pequeñas conversaciones con la Twi'lek esclavizada que se había convertido en su compañera.

Amber mentiría si dijera que Oola se había ganado un lugar especial en su maltrecho corazón. Pero la igualdad de sus desesperanzadoras condiciones de esclavas de Jabba y el hecho de ser retenidas allí contra su voluntad había ayudado a que al menos se ayudaran entre ellas y se sostuvieran cuando era necesario. A veces eran obligadas a presenciar en primera fila demasiadas atrocidades. La presencia de la otra aligeraba la pena.

La melodía que sonaba de fondo era suave y ciertamente entretenida. Hubiera amado bailar con Han esta canción. Con él rodeando su cuerpo entre sus manos fuertes, sonriéndole con ojos brillantes y deslizándola por toda la taberna con una sonrisa enamorada.

Counting Stars | Han Solo; Star WarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora