65. Quédate Conmigo

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Casi rio como una desquiciada cuando comenzó a ver hacia todas las direcciones posibles casi orinándose en los pantalones, eché mi cabeza hacia atrás viendo hacia el techo, no sabía si en realidad las pisadas que escuchaba eran en la parte de arriba, en el techo o, en alguna parte lateral.

—Creo que ya te van a atrapar, genio —me burlé.

Pero toda expresión de burla se borró de inmediato cuando sacó por debajo de su camiseta un arma haciendo que me quedara callada en menos de un segundo.

—Si no coperas, bonita. Te mato —amenazó.

—Pues anda, dispárame de una vez —le reté—. De todas formas, te van a encontrar y a parte la vida no es tan divertida, en si me harías un favor —me encogí de hombros.

En realidad, me estaba muriendo de miedo, pero era inevitable callarme, nunca he sido buena con ello, por eso he tenido muchos problemas a lo largo de mi vida. Mi estómago se contrajo al verlo acercarse a mí sin dejar de tomar el arma dispuesto a disparar, cuando Héctor estuvo frente de mí en cuclillas dejó el arma a un lado de mí, ojalá hubiera tenido los pies desatados para hacer algo, pero al parecer no era tan idiota como pensaba. Mis pies sintieron un alivio cuando fueron desatados, el hormigueo se hizo presentes por unos segundos de manera intensa antes de disminuir solo un poco, pero al mover aunque sea un milímetro mi pie, sentía cosquillas y el hormigueo de manera intensa, lo mismo pasó con mis muñecas al ser desatadas las cuales atraje de inmediato a mi regazo y las froté un poco para aliviar el dolor y el hormigueo, pero no pude ni siquiera recuperar por completo la movilidad cuando su mano se aferró con fuerza en mi brazo obligándome a levantarme del suelo.

Mis pies no respondían correctamente, soltaba unos pequeños quejidos cuando me empujaba para caminar, ese cosquilleo se expandía por toda la planta de mis pies, pero tenía que avanzar, no debía de detenerme, en cada pequeño intento que hacia sentía como la boquilla del arma se hundía en mi cintura causándome daño.

—No hagas ruido —ordenó en un susurro—. No creo que quieras una bala atravesándote un órgano importante, ¿verdad, bonita?

Tragué la bilis que se había formado en mi garganta cuando sus labios y su aliento rozó mi oreja. Un recuerdo parecido llenó mi mente, pero la diferencia es que en el lugar de Héctor se encontraba él, aquel recuerdo solo me causó un dolor en el pecho al recordar las palabras de Héctor;

—¿Crees que hayan sobrevivido el accidente Dominic y Black? —cuestionó con curiosidad—. Lo más seguro es que estén ahora en la sala de emergencias o ya estén dados por muertos.

Mis ojos comenzaron a picar, pero me rehusaba a creer aquello, no quería que fuera verdad. No debía de ser verdad, pero en parte tiene lógica, Dominic y Black de inmediato me hubieran venido a buscar junto con los demás hace horas atrás, pero a lo mejor están muy ocupados en la sala de emergencias o en avisa que ellos... Dios no.

Mis dientes rechinaron en el interior de mi boca al tan solo pensar que Héctor los había matado, él ya había intentado una vez matar a mi primer amor en un accidente automovilístico, claro que lo creía capaz de hacerlo una segunda ocasión. Volví a caminar bajo la insistencia del arma que se hundía en mi costado, estaba luchando para no llorar, tenía los ojos cristalinos por las lágrimas, nos detuvimos un segundo hasta llegar a un estante de pinturas que ocultaba una puerta. Al parecer ya había pensado en todo ya que no batalló en abrir la puerta. Solté un quejido cuando él al inclinarse para revisar afuera del lugar me haló con fuerza, cerré por un momento los ojos cuando la luz del sol llenó de completa iluminación la habitación que solo había sido alumbrada por un foco de luz amarilla. Al parecer estaba atardeciendo, los tonos rojos, naranjas y amarillos decoraban el cielo brindándole un toque lleno de majestuosidad.

Un Simple ErrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora