Valdrá la pena.

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Día treinta fuimos a ver a Corina gran parte de la mañana, incluso comimos allí. Luego me dijo que me iba a llevar a un sitio que le encantaba. Condujo bastante tiempo hasta llegar a él. No tenía ni idea de qué era, entramos en una especie de ermita hecha de ladrillos y tuvimos que pasar dos puertas de madera enormes hasta llegar a una ventana a nivel del suelo. Alex se agachó primero para meterse y luego lo hice yo. Lo primero con lo que me topé fueron escalones y un gran cartel que ponía "492 escalones de piedra". Casi le maté cuando leí el cartel.

— No pretenderás que suba por ahí. — le digo cruzándome de brazos.

— Claro que no, usaremos el ascensor. — Me relajo visiblemente y cuando le vuelvo a mirar se está riendo de mí en mí cara.

— Qué gracia me hace. — tuerzo el gesto.

— Vamos. — me tiende la mano. — Valdrá la pena, te lo juro. — Vacilo unos segundos antes de suspirar y aceptar su mano.

La escalera era de caracol y no terminaba nunca. No solía llorar, pero no sé si fue a la mitad o cuándo, que me sentía tan frustrada e impotente por no ver el final, que tuve que aguantar mis ganas.

El techo era pequeño y solo podía caminar por la derecha porque el escalón se estrechaba a la izquierda. Rezaba para que no bajara nadie porque me estaba empezando a agobiar. Menos mal de las grandes ventanas que había cada dos curvas que me permitían coger aire.

Tuve que pararme más de una vez porque me ahogaba y sentía que el techo se me venía encima. Alex parecía realmente preocupado y me preguntó más de una vez si quería volver. Pero me negué, no estaba sufriendo para nada, no sabía si estaba cerca del final o qué, pero quería comprobarlo. Alex intentó abrazarme y sentarse a mi lado en el escalón cuando yo lo hice, aun así, sentía que el sitio era tan pequeño y que había tan poco oxígeno que tuve que pedirle que se alejara físicamente de mí, por primera vez en mi vida, creo.

— Mira, ya hemos descubierto una cosa. — dice él tocándome el culo cuando nos ponemos en marcha de nuevo, insistía que fuese yo delante por si me caía. Aunque luego había añadido que así tenía buenas vistas— Eres claustrofóbica. — jadea él, ya que el viajecito se estaba haciendo muy pesado.

— Eso no es... verdad. — cojo aire. — Nunca lo he sido, voy en ascensor. — observo.

— Pues eres una blandengue.

— Te odio muchísimo, si tuviese fuerzas te pegaría. — siseo subiendo más escaleras.

Al final, al cabo de dos o tres horas, no tengo ni idea, consigo ver luz.

— Alex. — jadeo. — Ya llegamos—.

— Qué bien. — resopla él parándose un momento para reponerse.

— ¿Quién es el blandengue ahora? — me mofo subiendo los escalones que me quedan.

El aire puro y limpio me viene genial y cierro los ojos inspirando y expirando con necesidad. Alex aparece por detrás de mí y me abraza.

— Ahora no te agobias si hago esto, ¿verdad? — susurra en mi oreja mientras con sus manos me rodea la cintura. Niego con la cabeza. — ¿Y esto? — su mano desciende por mi tripa, y sigue descendiendo...

— Alex. — gimo cerrando los ojos.

— Mira qué vistas, abre los ojos. — dice en mi oído.

Lo hago y observo el paisaje que tengo delante. Desde la altura en la que estamos se ve toda la ciudad. Además, está atardeciendo y el cielo está teñido de naranjas y rosas. Hay una gran campana negra en el centro, con unas escaleras que suben unos metros más por encima de donde estamos. Me acerco a ellas y comienzo a trepar, mi cabeza se asoma por un agujero en el que la piedra se iguala y permite que me tumbe. Me recuesto mirando el cielo y Alex al cabo de unos segundos aparece a mi lado.

Déjame amarte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora