No me odies

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Mis manos están sudorosas tras el flashback, de esa primera noche que precedió a muchas otras.

Esas imágenes se habían bloqueado, se habían eliminado de mi cabeza. Pero entonces ¿por qué? ¿Por qué ahora? Recojo mis cosas, pues la clase ya ha acabado e intento no pensar más en eso, ya que no podré evitar las lágrimas.

Justo al salir, me choco con Tania y su grupo de rubias oxigenadas a las que llama amigas. La abeja reina se gira indignada y dibuja una sonrisa de asco y desprecio al reconocerme. Me agacho un segundo a coger mi libro de Audiología y me propongo ignorarla cuando me tapa el camino. Yo soy alta, pero ella me saca un par de dedos. Aunque eso no me acobarda.

— Vaya, vaya. — ríe la rubia. Yo la miro fijamente, lo cierto es que no tengo ganas para que me monte una escena a lo High school musical.

— Déjame pasar. — advierto.

— ¿O qué? ¿Vas a pegarme otra vez como una vulgar pueblerina? — me insulta ella, pero soy inmune, cosas peores me han dicho. Intento esquivarla, pero se mueve. Suspiro, irritada. — Ay que ver, que espanto. Podrías al menos esforzarte en cambiar de look. Ya de por si eres horrible.

— ¿Has acabado? — digo cambiando el peso de pie. Ella elimina su sonrisa por un instante.

— No. — gruñe ella. — ¿Dónde está Alex? ¿No te va venir a defender hoy? — pica ella maliciosamente, creo que ya sabe la respuesta. — Oh, no me digas que tenía razón. — dice ella fingiendo espanto. — Mira que recé para equivocarme, ya te dije que no repetiría, y te ha tratado como una cualquiera más ¿verdad?

— Exactamente. — concedo yo. — Me ha tratado como a una más, como a ti. Se ha acostado conmigo y ahora ha pasado de mí, al igual que hizo contigo. ¿Sabes la diferencia? Que a mí no me importa, mientras que tú, corres a tu hermano o a cualquier otra persona de estas que tienes detrás. — digo señalando al resto del séquito. — que te odian, para que te consuelen. Y esperas al siguiente que te haga lo mismo que él. — digo del tirón y ella balbucea. Me doy la vuelta y las rubias se apartan.

— Al menos... Al menos yo tengo hermano. — dice ella y yo me paro en seco. ¿Qué sabía ella? Tranquila Elena, seguro que lo ha dicho por decir, nadie sabe qué pasó. — Y amigas. — sigue ella cuando ve que está ganando. — Vivas. — pronuncia la última palabra cruelmente. Respiro hondo, porque ahora lo único que me apetece es arrancarle las extensiones a esa rubia idiota. Pero no puedo entrar en su juego.

— Prefiero estar sola, a que todo el mundo me odie por ser una arpía. O sino pregúntales a tus falsas amigas, pero a mi déjame en paz. — digo ante el asombro de sus amigas, que lejos de disimular se han quedado todas con cara de asombro, como si hubiese podido leer sus mentes.

Camino a paso rápido queriendo alejarme de toda esa mierda. Tania Henaro debía morir. Bueno, no, quizás me había pasado un poco. No estaba en una película de adolescentes hormonados, ni en una serie de institutos y gente popular. Se suponía que estaba en un sitio serio en la que había intentos de adultos en fase de formación.

Reprimo las lágrimas que ahora la rubia ha hecho que sean más fáciles de salir. Maldita aneuronal. Ni siquiera sé si eso existe, pero creo que es la mejor palabra para describirla.

Al salir del edificio me dirijo a la zona de atrás, donde fui la última vez que me peleé con Tania. Vaya, ya es la segunda. Yo nunca me peleaba. Estúpida zorra. Me apoyo contra la pared completamente y miro al cielo. Está negro ese día. Como mi estado de ánimo. Aunque yo amaba esos días.

Un crujir de grava me desconcentra, borro el rastro de la lágrima traidora que está cayendo por mi mejilla. Por favor, que no sea él.

Pero ese no es mi día, por lo que cuando mi vista se acostumbra me topo con unos ojos marrón verdosos. Ese color de ojos tan único y peculiar, que solo podía pertenecer a una persona.

— Estás espantosa. — dice él apoyándose de un costado a la pared y mirándome fijamente. Yo tiro mi cabeza hacia atrás.

— Gracias. Eres la tercera persona que me lo ha dicho hoy. — "Y la única que me importa" pienso ignorando el fuerte latir de mi corazón.

— ¿Desde cuándo no comes?

— No es de tu incumbencia. — digo manteniendo los ojos cerrados. Le oigo inspirar con fuerza.

— Lo he oído todo. — ¿Cómo? ¿Lo de Tania? ¿Y dónde se suponía que estaba él que yo no he podido verle?

— ¿Y? — digo secamente.

— Yo no me he acostado contigo y he pasado de ti. — dice a modo de reprobación.

— Es lo que ella quería oír. Ya sabes que ya me da igual que crean que soy una guarra. Ya lo creen, aunque lo niegue.

— Y ya sabes que a mí no me da igual.

— Vale. — digo queriendo acabar con la conversación.

— Pero es mentira.

— Te acabo de decir que lo he dicho para...

— Tú me has dejado a mí. — me recuerda. Abro los ojos, pero no le miro.

— No había nada que dejar. — digo mirando el bosque. — Además, qué más da. Nadie deja a Alex Sáenz.

— Nadie. — dice él de acuerdo. — Nadie te creería. — dice y de repente creo que está muy cerca, giro mi cabeza para encontrarme con sus ojos a unos centímetros de mí. Trago saliva.

— Por eso. Mejor que piensen lo que quieran. No me importa ya. Nunca me ha importado.

— Tú me has dejado a mí. — repite en un susurro. Me quedo mirando sus labios durante un rato.

— Ya te he dicho que no había nada que dejar Alex. — digo alejándome de la pared y por tanto de él.

— ¿Ah no? ¿Para ti no había nada que dejar? — pregunta a mis espaldas.

— No. — musito.

— Mírame. — ordena él. — ¡Elena, mírame! — dice casi gritando. Me giro para toparme con su mirada impenetrable. — Dímelo ahora.

— Me estás agobiando. — digo yéndome.

— Y tú me estás jodiendo. Me estás haciendo daño. — dice él. — Por favor Elena, no soporto que hagas esto. Que me mires como si me odiases... como si no te importara en absoluto.

— Sabes que eso no es verdad. — digo mirándole de nuevo.

— ¿Sí? ¿Lo sé? Porque me parece que ya no sé nada. — repite. Hay una larga pausa en la que lo único que se oye son las hojas de los árboles meciéndose a causa del fuerte viento. — Te echo de menos. — susurra. Mi corazón da un vuelco, pero no respondo, él da un paso hacia mí. — No te pido que me ames. Te pido que no me odies.

— No te odio. — consigo decir sin despegar la vista de sus ojos.

— Bien. — dice él asintiendo. — Supongo que es lo único que puedo pedirte ahora. — dice él. — Me voy. Ya sabes dónde encontrarme. — susurra, se acerca, mucho, inspira en mi frente y la besa antes de desaparecer.

Su sola presencia me hacía desdichada. No había tenido un buen día, pero verle me había acabado de fastidiar todo. Maldito ser. Me quedo allí durante un tiempo más hasta que oigo el timbre de mi clase. Genial, psicología e iba a llegar tarde otra vez.

Déjame amarte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora