Juguete roto

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Suspiro cuando Alex apaga el motor del coche enfrente de mi casa. Se me había hecho corto y ahora tengo que separarme de él. Otra vez. Y lo peor es que no quiero.

— Gracias por llevarme. — digo mirando al frente. Él no me mira tampoco.

— Gracias a ti por venir. — susurra. Hay una larga pausa. No es que espere que él diga algo, sino que simplemente no sé qué decir.

— Tengo que irme. — digo al fin. Sé que una parte de mí no quiere bajar del coche. O al menos no hacerlo sola. — ¿Quieres subir? — pregunto y cierro los ojos arrepentida de inmediato.

— No creo que sea buena idea. — dice él después de ver mi arrepentimiento. Le miro y me encuentro con sus suaves ojos llenos de dolor y lástima.

Salgo del coche sin dejar de mirarle y solo aparto la vista para darme la vuelta y subir a mi casa. Está tardando bastante, pero estoy casi segura de que vendrá. Me impaciento cuando veo que no lo hace, y mi corazón se encoge con cada segundo que pasa.
Me pregunto cómo puedo ser tan egoísta; rechazarle, pero esperar que suba detrás de mí. Sólo quiero estar con él, hablar con él, pensar que todo es igual que antes. Levanto la vista cuando le veo delante de mí. Y como si fuese todo igual junto mis labios con los suyos de inmediato sorprendiéndole, él me corresponde trastabillando ligeramente hacia atrás por culpa de mi impulso. Gime pegándome a él agarrándome fuertemente de la cintura. Libros y hojas caen al suelo cuando llegamos a la mesa de estudio, ni siquiera abro los ojos.

Jadeamos violentamente mientras nos besamos pasionalmente, él explora mi boca y yo muero por dentro pegándole más a mi si es eso posible. Nuestros labios se encuentran después de mucho tiempo, nuestras lenguas se entrelazan desesperadas por la añoranza que sentían. Él me besa, yo le beso y me parece todo tan perfecto que me entran ganas de llorar. Retiro con mi mano ciegamente las cosas que quedan en la mesa tirándolas al suelo y él me sienta sin aparente esfuerzo en ella. Nos separamos para respirar, pero él no retira sus manos de mi cintura y yo no aflojo mis piernas de la suya. Él me mira durante un rato con sus ojos marrones que hoy están algo verdes, pero no tanto como había visto otras veces. Me acerco para besarle otra vez, pero él se aparta ligeramente. Lo suficiente para herirme, pero no lo bastante como para separarse de nuestro abrazo.

— No. Espera. — susurra él aún, jadeando.

Cierra los ojos y suspira. Cuando los abre, veo algo distinto en ellos, miedo y dolor. Genial Elena, estás haciendo genial lo de no herir a nadie. Espero paciente hasta que él habla.

— Vivíamos en una casa a las afueras de la ciudad. — dice mirándome fijamente de repente. — Era una familia de revista a los ojos de la gente. Mi padre, productor, mi madre no trabajaba, nos bastaba y sobraba con el dinero que ganaba mi padre. — sus ojos están oscuros recordando. — Ella nos cuidaba, o eso hacía hasta que empezó a beber. — hace una pausa y yo aprieto más mis piernas a su alrededor. — No sé cuándo empezó todo, solo sé que hubo una época en la que todo el día discutían y casi no hablaban, mi padre estaba metido en el mundo de las drogas, aunque de eso me enteré después. Ambos eran un desastre. — susurra.

"Fue cuando nació Miguel. Hasta tiempo después no supimos que no era hijo de mi padre, mi madre se había acostado con uno de los vecinos. Mi padre pidió el divorcio y se fue de casa. No le volvimos a ver el pelo, nos abandonó como si fuéramos unos cualquiera. Mi madre nos descuidó por completo, se pasaba el día borracha tirada en el sofá, decía que no podía superar la marcha de mi padre. A mí no me importaba, me ocupaba de mis hermanos, de los dos, porque ambos lo son. No les necesitaba, me bastaba con el poco dinero que recibía mi madre de pensión.
Años después, todos éramos un poquito más mayores, mi padre reapareció en nuestras vidas. Se había desintoxicado y le había costado un montón hacerlo. Pidió nuestra custodia alegando que mi madre era incapaz de cuidarnos. Yo odiaba a mi padre, le odiaba porque nunca pude idolatrarle, porque era el causante de todos los males, porque no era un hombre, porque no sabía tratar a la gente y porque nos había fallado a nosotros cuando más le necesitábamos haciéndonos pagar lo que le había hecho mi madre. Aprendí dos cosas de ellos: que un corazón roto puede matarte y hacerte arrastrar contigo a todos los de tu alrededor que te aman y que no hace falta pagar para encontrar una puta a la que tirarte. — hace una pausa y yo me encojo en el sitio. — Cuando volvió le rechacé, él me pidió perdón, pero no me importó, y le destruí. Volvió a recaer, todo un año luchando y a mí me bastaron unas pocas horas para volver a hacerle recordar la mierda que era. Fui yo el que hizo de su existencia una desgracia otra vez.
Después de eso llamé a mi tía, la hermana de mi padre con la que no se habla, aunque eso es otra historia ya. Estaba lejos y nos acogió pese al poco dinero que tenía. Óscar dejó la plaza en la universidad de sus sueños para venir conmigo hasta este pueblo de mala muerte. Porque él es mi hermano, es mi mejor amigo, es mi salvación. Me deja vivir gratis en su casa porque no puedo pagarlo, pudiendo alquilar mi habitación, me tiene a mí para evitarle gastos a mi tía en su casa. Es por eso que odio cuando hablas mal de él, cuando le juzgas sin conocer, cuando todos le critican por ser amigo de un capullo como yo. La única culpa de Óscar soy yo. Haberme aguantado todos estos años.

Vendí la moto porque Federico se había metido en un lío de los gordos, y mi tía no podía pagarlo. La única cosa que era mía, que yo había comprado con el sudor de mi frente trabajando un verano entero. Nunca he tenido algo que fuese solo mío, ni un libro, ni un juguete, ni una habitación. La única cosa que ha sido mía y de nadie más, la he perdido. — Hace una pausa. — Aunque esa no es la única cosa que he perdido, y no la que más me importa. — dice al final dolido".

Suelto el aire que había estado conteniendo. Tengo los ojos abiertos como platos, y el corazón me late fuertemente y no precisamente por el beso. Maldita sea, mis ganas de llorar han aumentado. ¿Por qué la vida había sido tan cruel con alguien que era tan buena persona? Alex no se merecía eso. Era la persona más increíble que conocía y jamás pensé que hubiese tenido que lidiar con algo así. Sacar solo siendo tan pequeño, a sus hermanos adelante y sin derrumbarse era algo para admirar.

— No te cuento esto para darte pena, ni para que vuelvas conmigo, no te lo cuento porque quiera que me quieras. — dice él y aunque ha intentado alejarse yo no le he dejado. — Te lo cuento porque es una de las partes más importantes de mi vida y porque quiero que no haya ni un solo secreto entre nosotros. Nadie lo sabe más que Óscar porque no es una cosa que le cuente a cualquiera, porque haya habido las que haya habido ninguna me ha importado ni una millonésima parte de lo que me importas tú. Nunca pensé que llegaría a encontrar a alguien a quien quisiera contarle toda esta mierda porque ¿quién iba a querer un juguete roto? Y ya me da igual. No puedo fastidiar más las cosas entre nosotros No quiero que me cuentes lo tuyo, no te veas obligada, pero quiero que si me rechazas como ya has hecho, lo hagas conociéndome como me conoces ahora. Porque este soy yo.

— Gracias por contármelo. — susurro juntando nuestras frentes. Suspiro y él cierra los ojos, no sé si está evitando llorar. Me acerco a su boca, él deja que le bese, pero se aparta ligeramente. — Lo siento Alex. — susurro mirándole a los ojos.

— Está bien.

— Sabes que me gustaría que todo fuera más fácil ¿verdad? — digo muy cerca de su boca.

— No lo sé. — susurra él cerrando los ojos. — no sé nada ya. — dice vencido.

— Lo sabes. — digo besándole. Él me devuelve el beso cargado de sentimiento, pero de nuevo se aparta pronto. Quiero que sepa que me gustaría que lo fuese. Y sé que lo sabe. Tiene que saberlo, al menos después de todo.

— Lo único que sé es lo que siento yo. — dice él. — Y yo nunca he amado, hasta que llegaste tú. — afirma mirándome a los ojos.
Yo me quedo callada. Sosteniéndole la mirada, suspiro. No puedo hacerlo. Alguna vez me había dicho lo que sentía, o más bien más de una vez. Pero siempre había sido una exaltación a lo distinta y lo especial que soy para él. La palabra amor no se encontraba en nuestro diccionario. O al menos eso pensaba yo.

— Tengo que irme. — dice él después de que mi tiempo para contestar haya pasado. Se aleja de mí. — Esto se acaba hoy —.

— No... — musito inaudiblemente mientras mis piernas y brazos caen flácidos a mi lado tras su rechazo. O mi rechazo, soy muy mala persona, soy lo peor.

— Es lo mejor. Te veré por ahí. — dice yéndose. Y sale por la ventana. Y se va. Y se está yendo. Y yo no me muevo de mi sitio. Y se ha ido mientras yo permanezco sentada sobre la mesa, sola. Con la habitación más desordenada, los labios más hinchados y el corazón más roto que hace veinte minutos.

Déjame amarte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora