Como siempre

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Me despido de Tomás una vez tenemos que separarnos para ir cada uno a la clase que le toca. Yo tengo que ir a clase de Fonética y fonología. Estoy estudiando Logopedia, me gustaba esa carrera cuando la tuve que escoger, me gusta ahora que la estoy cursando, qué digo, me encanta. Y saber que estoy estudiando lo que me gusta es muy gratificante.

Me siento en mi pupitre y empiezo a sacar las cosas. Hay un motivo oculto por lo que estudio esta carrera. Mi hermano. Pero jamás se lo he contado a nadie. Solo Corina lo sabe, que es como si no contase porque es como mi yo extracorpóreo, porque simplemente está en otro cuerpo diferente.

Un movimiento a mi lado me saca de mis pensamientos, cuando una chica se sienta a mi lado intento no pensar en cosas tristes y centrarme en el profesor.

Natalia se ha sentado a mi lado, estudia mí misma carrera y vive en mí misma residencia, por lo tanto, que nos hiciéramos amigas era inevitable. Le sonrío mientras tecleo en mi portátil lo que creo que es más importante de la explicación.

La mañana se pasa rápido, y cuando salgo miro mi móvil. Corina me ha escrito un mensaje para que vaya a su habitación a comer y así contarme novedades. Cierro el móvil y voy hacia mi habitación, necesito dejar las cosas antes.

Muchas veces se me hace duro estar aquí. No podía estudiar la carrera que estoy estudiando en mi antigua vida, tuve que dejarlo todo atrás, aunque tampoco había nada que dejar. Corina era la única a la que necesitaba y mi única familia. Estuve a punto de olvidarme de los estudios y buscar trabajo de camarera o de cualquier otra cosa para facilitar mi independencia cuanto antes. Mi profesora me animó a seguir estudiando, Corina lo hizo también. Supe en ese momento que, si quería ayudar a la gente, si quería cambiar las cosas necesitaba hacerlo de otra manera y que había muchos caminos que elegir antes de empezar a trabajar. Y es lo que estoy haciendo.

Corina estudia Farmacia en la misma facultad que yo, pues las dos somos del bloque de ciencias, aunque tenemos horarios muy distintos.

Se le daba bien la química en el instituto, se le da genial ahora. Así que además de gustarle la carrera, le es fácil, o al menos lo ha sido estas primeras semanas de adaptación.

Cuando Corina supo que me habían admitido en esta universidad, vino detrás de mí a pesar de que a ella la habían cogido en otros lados. Quería que estuviésemos juntas y yo también lo quería. Por supuesto. Necesitaba tener a alguien que me recordara a mi vida. Perderla a ella, con la que había estado desde que tengo memoria, habría sido más duro aún.

Así que estoy muy agradecida que esté aquí conmigo.

Estas primeras semanas he conocido a un par de personas bastante simpáticas. A parte de Tomás ha habido gente interesada, en mis clases o por el campus, en acercarse a mí. Menos por las mañanas que voy a clase y algunas horas por las tardes que dedico a repasarme que he dado esa mañana, tengo mucho tiempo libre, y lo suelo pasar con Corina. Por eso cuando llevaba un par de días aquí decidí apuntarme a actividades. Siempre he sido voluntaria en la asociación de mi ciudad. Cada semana llevaba comida a la gente que lo necesitaba, organizaba actos benéficos para recaudar dinero. El dinero no me sobraba, pero las ganas sí. Y eso es lo que cuenta cuando de verdad quieres ayudar.

En general estoy contenta. Echo de menos mi pasado. Pero ese no volverá. Mi familia y yo hemos tenido muchos problemas, pero eso es lo que quiero dejar atrás, es lo que quiero olvidar. Es por eso que quise empezar lejos, de cero.

Entro en mi habitación y tiro las cosas encima de la cama antes de recogerme el pelo oscuro. Me miro en el espejo acabando de hacerme la coleta, mis ojos hoy están marrones, casi ni se aprecia lo verde. Ruedo los ojos, no puede ser todo bueno, le sonrío a mi reflejo una vez más antes de dirigirme a la ventana.

Saliendo por la ventana hay un estrecho andamio, es viejo, pero si te lo montas bien puedes trepar y escalar. Y hay una especie de escalones con los que puedes llegar hasta abajo. Genial para escaparse. Como Corina está en la habitación de al lado no tengo que hacer más que caminar. Creo que hay un par más de estos andamios repartidos por el edificio. Sea como sea, somos unas privilegiadas. No es como si esto fuera una cárcel, pero hay normas. Viven monjas allí. Por lo que las normas son claras, no chicos, no salidas nocturnas y jaleo mínimo. Tampoco es como si fueran a llamar a mis padres si incumpliera las normas, pero sí que me podrían echar y tuve que suplicar prácticamente para que me dejaran entrar. Está al lado de mi facultad y encima es barato, tengo habitación privada... no puedo estar mejor.

El resto de la semana pasa sin incidentes, el sábado me libro de ir a una fiesta cuando Corina me dice que tiene una cita con Óscar. Me alegro por ella, al parecer va genial. Son citas sencillas. Se ven de vez en cuando, él la recoge y van a tomar algún helado. Corina dice que Óscar quiere ir poco a poco con ella, que no quiere asustarla. Pero ella me cuenta lo ansiosa que está por que la bese. Me alegro mucho por ella porque se lo merece, y la sonrisa de Corina esa semana es algo que jamás me cansaré de ver. Óscar es simpático conmigo también las pocas veces que le veo. Al contrario que el arrogante y estúpido de Alex, con el que no he vuelto a mediar palabra desde nuestro encuentro en la cafetería. Y así las cosas están mejor.

El sábado voy a mi primer acto del voluntariado. No somos muchas personas, pero se alegran de que me haya unido, conozco a Anabel, una chica sencilla, con gafas y que no viste como la gente diría, bien, pero que me ha contado su historia y sus proyectos de futuro y solo por eso ya la quiero como amiga. Es maja conmigo y me explica todo. Como es mi primer fin de semana no me hacen hacer apenas nada, aunque me muero por ayudar en seguida.

Hablan de muchísimos proyectos, venta de bebidas y comida en los partidos del equipo de la universidad. Reclutamiento de gente nueva. Visitas al asilo una vez al mes. Reparto de alimentos también una vez al mes. Me gustan todos y me siento viva haciendo eso.

El lunes se pasa rápido, más de lo que esperaba. Corina tiene que acabar unos deberes y yo cojo mi maleta de deporte y comienzo a caminar hacia el estudio de danza publica que está a menos de un kilómetro de mi residencia. Voy escuchando música y ya tengo ganas de llegar y ponerme a bailar. Ya llevo más de dos semanas sin hacerlo y estoy ansiosa. Me encanta bailar. Tampoco es que lo haga porque quiera dedicarme profesionalmente, ni mucho menos. Pero me relaja, me gustaría tener treinta años y seguir bailando como pasatiempo, no dedicarme a ello.

Mientras camino noto algo extraño, por lo que me quito un auricular. Llevo el pelo recogido en una trenza. Un body negro y encima unas mayas que me cubren toda la pierna y me proporcionan movilidad absoluta. Como no puedo salir así por la calle, porque queda algo raro, llevo un jersey beige de mangas tres cuartos que deja el hombro descubierto con el que alguna vez suelo entrenar.

La calle en la que estoy está desierta, me giro y me congelo. Hay dos personas detrás de mí, creo que hombres. Estallan en risas cuando ven que me vuelvo a girar y camino más rápido instintivamente. Seguramente pensarán que estoy paranoica pensando que me siguen, pero no me voy a arriesgar. Doy la vuelta a la calle esperando encontrar a más personas, pero no hay nadie. A esa hora la gente trabaja, además ese no es un barrio muy... muy bien que digamos. Elegí ese estudio porque podía bailar gratis. Hay algunos coches aparcados, aún me queda bastante para llegar al estudio, unas cuantas manzanas. Suspiro y vuelvo a girarme. Los chicos ya no están allí. "¿Ves Elena? No seas paranoica". - Me digo a mi misma mientras entro al estudio.

Pongo la música a tope, me miro en el espejo y me preparo para olvidarme de todo bailando. Como siempre.

Déjame amarte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora