Tal para cual.

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El martes voy a comer a casa de Corina, me apresuro porque llego tarde. Su ventana está medio abierta, como siempre la deja. Me cuelo mientras la oigo cantar en la cocina de espaldas a mí, no es que la habitación sea muy grande, pero no me oye. Decido vengarme por obligarme a ir a fiestas, despertarme en mitad de la noche, asustarme... Espero a que se aleje del fuego, para no tener ningún accidente y cuando va a la nevera me acerco por detrás y la cojo de la cintura mientras grito. Ella sigue mi grito y se gira con los ojos abiertos. Yo me río al ver su cara y ella me pega en el brazo fuerte.

— ¿Eres idiota? — me chilla. — no vuelvas a hacer eso. — me amenaza aún con la mano en su corazón.

— Te lo merecías. — digo riéndome aún. — tendrías que haberte visto la cara. — digo riéndome.

— No me hace gracia. — dice cabreada. Corina odia los sustos desde que es pequeña, y lo peor es que yo lo sé. Se gira y sigue cocinando enfadada. Pero sé manejarlo.

— ¿Qué te vas a poner esta noche? — pregunto sonriendo. Ella se gira mirándome y formando una fina línea con su boca, pretendía no hablarme. Me mira durante un rato y suelta el aire.

— Está bien, te hablaré. — dice corriendo a su armario, me dirijo a lo que está cocinando. — pero sigo enfadada. — me grita.

— Claro. — digo riendo. Muevo los espaguetis que está haciendo.

— ¿Muy formal? — pregunta, me giro y me sorprendo, ya lo lleva puesto, tiempo récord. Lleva un vestido de tirantes blanco que se cruza en el pecho y se ajusta perfectamente a su cuerpo haciéndole un tipazo. El que tiene. Sonrío.

— Estás preciosa Cori. — digo sorprendida.

— Me lo compré el otro día. Va a llevarme a algún sitio caro, lo más seguro. Me pondré la americana y los tacones buenos. — dice girando para mí. Le queda realmente bien. Ella está buenísima, siempre ha tenido unas curvas de infarto y ni una sola pizca de grasa en el cuerpo, pero lo que le hace ese vestido es otra cosa. No es un vestido basto, es fino, pero es sugerente.

— A Óscar le va a encantar. — le aseguro. — qué digo, se va a volver loco. — ella ríe.

— Eso espero, me gusta Óscar de verdad Len. — dice ella quitándoselo para no ensuciarlo. Lo vuelve a colgar con cuidado en la percha.

— Lo sé, y a él le gustas tú, he visto cómo te mira. — digo y ella sonríe encantada.

— Quita, que lo vas a quemar. — me dice cogiendo la cuchara.

Comemos charlando, ya se le ha olvidado el enfado y me cuenta sobre sus clases y sobre Óscar. Sobre sus padres y sobre los míos... No sé qué hacer el resto de la tarde, y el resto de la noche. Normalmente Corina y yo estaríamos juntas hasta la hora de dormir. Cuando empieza a oscurecer decido salir a caminar por los alrededores. Corina ya se ha ido con Óscar y sé que está bien, la envidio, Envidia sana. Ella me dice que tengo a Tomás, y ahora mismo, es cierto que podría estar cenando con él. Pero no quiero. Quiero, pero no quiero. Es difícil de explicar. Sé que me conviene alguien dulce y serio como Tomás. Podría llegar a ver un futuro con él. Risas, vida perfecta, dos niños perfectos y estabilidad toda la vida. Pero eso no era lo que quería.

No es que no quisiese estabilidad. Es simplemente que no sentía que Tomás fuese el adecuado. Y no quería estropearlo. Cuando era una cría tuve un novio. Lucas y yo salimos durante más de dos años. Le quería mucho. Tanto como quieres a alguien siendo una simple cría. Jamás estuve enamorada, ¿cómo sabes cuándo lo estás? Simplemente lo sé por lo que he leído, y lo que sentía hacia Lucas no se parecía en nada. Aún no había encontrado el chico con el que se me pusiera la piel de gallina o que me palpitase el pulso al mirarle. Bueno, si había aparecido, pero ni siquiera quería pensar en eso. Él es guapo, es perfecto. Pero sé que tiene un pasado oscuro y una obsesión por las chicas. Sé que se fijó en mí el otro día, no soy estúpida. Pero también sé que al igual que se fijó en mí, se había fijado en cientos antes. En cientos después.

Aunque me había dicho que era persistente lo dudaba demasiado. Él no parecía el típico chico, como Tomás, que va detrás de las cosas. Simplemente esperan a que vayan hacia él.

El silencio del campus me relaja, hay coches aparcados, pero no hay nadie. Por lo que me siento bien. Debería sentirme incómoda, insegura, con miedo. Pero estar sola era una de las cosas que se me daban mejor en el mundo. Respiro hondo un par de veces más y luego me dirijo de nuevo a mi habitación. Subo por las escaleras hasta mi ventana. Me doy una ducha larga, a pesar de que me he duchado esa mañana, pero así, pienso, puedo dormir más al día siguiente. Suspiro mientras me meto entre las sábanas con mi pijama aún de verano. Ese es uno de los momentos más placenteros, pero más peligrosos para mí. Quiero dormir, me encanta dormir. Pero también tengo miedo de cerrar los ojos.

Alguien me está llamando y me despierto sobresaltada, luego enfadada. El teléfono móvil vibra en mi mesilla. Lo cojo a tientas. Ni siquiera sé qué hora es.

Déjame amarte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora