Déjame

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Me quedo mirando la blanca pared durante lo que me parecen horas. No puedo evitar llorar a pesar de que me he llegado a tumbar en la cama y tapado mi cabeza con la almohada. Me levanto diciéndome a mí misma que eso es mi culpa y que me lo merezco. Las malas personas reciben su castigo. Y el mío era la culpa y los remordimientos.

Me paso una sudadera por la cabeza y tras hacerme moño zarrapastroso salgo de mi habitación. Hay alguien que me importa más que yo misma y a la que no puedo fallar por mis tonterías de adolescente en apuros.

— Ojalá estuvieras aquí. — susurro cogiendo su mano. — Te necesito tanto... ahora más que nunca. — me lamento recostándome en el sillón. — No sé qué hacer.

He estado más de un cuarto de hora mirando a Corina sin poder tocarla, hablarle o si quiera acercarme a ella. Pero ahora que lo he hecho, que tengo su frágil y fría mano entre las mías sudorosas y nerviosas me siento mucho mejor.

Pienso en un Alex pequeño, con el pelo marrón alborotado y los ojos vidriosos llenos de alegría e inocencia infantil. Pienso en como tuvo que lidiar él solo con todos los problemas, con una madre borracha y dos hermanos pequeños. Es un luchador y a pesar de que ya sabía que le amaba, ahora, había nacido un gran sentimiento de admiración hacía él.

"Esto se acaba hoy"

Mi corazón se encoge al recordar esas palabras fruto de mi rechazo y llenas de dolor y frustración. Entendía que Alex quisiera dejar de sufrir gratuitamente, yo haría lo mismo. Pero, ¿por qué me dolía tanto? Solo hacia dos meses que le conocía y uno que habíamos empezado a conocernos más.

Intento buscar en mi interior los motivos que me llevaron a dejarle, pero, aunque lo intento, no los encuentro. Ya ni siquiera recuerdo por qué le dejé, por qué decidí echarle de mi vida y decidir por ambos que estar separados era lo mejor. O no quiero encontrarlos. Salir herida no me parece tan malo ni dista tanto a cómo me siento en este momento. Las ganas de sincerarme con Alex aumentan. Aumentan tanto que me levanto de golpe soltando la mano de Corina.

— Tengo que irme Co. Deséame suerte. — beso su mejilla y corro al bus. Me despido de la enfermera simpática con un rápido adiós. Si mi móvil no falla el autobús que me llevará a casa de Alex está a punto de llegar.

De repente estoy contenta, creo que lo tengo todo tan claro que siento que nada va a salir mal. Me disculparé con Alex, le diré lo que siento. Y aunque pensaba que no lo sabía no hay nada que tenga más claro que eso. Le amo y pienso decírselo, repetírselo varias veces para que me crea. Si al final tiene que salir mal pues ya veré que hago, de nada sirve tener miedo a amar a otra persona que no seas tu mismo y que sepas categóricamente que te puede hacer más daño que nadie. No quería reprimirme más, le quería. Oh joder, estoy completamente enamorada de Alex. Y ahora no siento miedo, en absoluto.

Es de noche y hace frío, el autobús me deja a una calle de la casa de Alex. Cuando me quiero dar cuenta mi dedo ha pulsado dos veces el timbre y no tengo tiempo a arrepentirme, pues la puerta se abre decepcionándome.

Un Óscar con una bata abierta, aparece ante mí. ¿No tiene frío?

— Hola. — tartamudeo evitando mirar su cuerpo. Su pecho está desnudo.

— Elena ¿qué haces...? — empieza hasta que algo en su mente se despierta. Vaya, es lento. — Alex no está. — La decepción me azota bruscamente.

— ¿Dónde está?

— Ha ido al Mistral. — dice él señalando una calle bastante transitada, que desde la puerta solo se ve la mitad. — Puedes esperar aquí si quieres. — dice no muy convencido abriendo más la puerta para que pase.

Déjame amarte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora