A la mañana siguiente, voy a clase. Me cuesta una barbaridad ir sin ella, o al menos sabiendo dónde está. Me visto de forma mecánica, voy a clase de forma mecánica; lo hago todo de esa forma. Sólo pienso que por la tarde veré a Corina, quiero estar con ella. He tenido que resistir la tentación de irme al hospital esa mañana. Me apetece ver a Alex, no sé por qué estar con él en el hospital es mejor, más reconfortante. Pero por otro lado estaría de acuerdo con no volver a verle nunca más porque la situación estaba siendo ridícula. Al fin y al cabo, es esa clase de chicos que solo traen problemas.
Había decidido ir por mi cuenta hasta que ella despertase. Aunque tuviese que pagar taxi, me daba igual. Prefería ir sola que con Alex. Y el seguro que lo agradecía, aunque se esforzase en intentar convencerme de que no. Paso por mi apartamento y cojo una pieza de fruta para llevármela por el camino. Esa mañana he estado mirando si había algún bus que me llevase al hospital. Si cogía 2 buses podía llegar en menos de una hora, era mejor que taxi y para la vuelta podría hacer lo mismo. Salgo del campus rezando para no encontrarme con nadie. He estado evitando a toda costa a Tomás, y sería muy mala idea encontrármelo ahora, no me apetecía hablar con nadie.
La semana pasa rápida, o muy lenta, depende de cómo lo mire. Voy a ver a Corina, y cada día que pasa es una pequeña muesca en mi corazón, no me puedo imaginar que no vuelva a ser como era. Pensar eso me mata. Sin ella estoy perdida, la necesito, la quiero. Siempre que voy le cuento lo sucedido de ese día. Voy a clases por la mañana, y evito las clases de psicología en las que sé que está Tomás. No sé cómo lo logro, pero consigo estar cuatro días sin cruzarme con él. Tampoco sé nada de Alex, no le he vuelto a ver, ni tampoco hablar con él. Sé que Óscar va a ver a Corina por las mañanas, porque cada tarde me encuentro un ramo de flores que me encargo de hacer llegar a la basura. No quiero nada de él, no puedo impedir que vaya a verla, pero sí que haya cosas suyas allí.
Además, Óscar, me recuerda a Alex y no quiero nada que me recuerde a él en nuestra habitación. Corina y yo siempre hemos sido un equipo, somos una prácticamente, sólo quiero que despierte y pueda recuperar mi mitad, pero ya ha pasado más de una semana y sigue sin dar señales de vida. De vida. El pitido de la máquina que tiene motorizado su corazón me hace saber que está viva, pero no como yo quiero. Ella no está viva para mí. Sólo con que soltase un suspiro, pestañease una vez... pero no lo hace. Y yo me frustro muchísimo.
Cuando salgo del hospital siempre voy directamente a mi habitación, me doy una ducha y me meto en la cama. A penas tengo tiempo para hacer los trabajos de clase, así que los hago con Corina. Ese día, cuando me dispongo a ir al hospital me encuentro a Tomás esperando debajo de mi ventana. Le veo desde arriba y pienso en darme la vuelta y bajar como las personas normales, pero ese chico, pienso, no ha hecho nada más que intentar ayudarme. Así que suspiro y bajo. Me acerco a él, cuando me ve me sonríe automáticamente y prácticamente trota hacia mi.
— Hola. — dice sonriéndome, y luego me abraza. Me quedo quieta sin saber qué hacer, no me gusta que me toquen y menos que me abracen.
— Hola Tomás. — digo demasiado cansada para apartarle. — Has estado perdida toda la semana, te he estado buscando por todo.
— He estado ocupada. — digo evitando su mirada.
— Me imagino. ¿Cómo está Corina?
— En coma. — digo mirándole esta vez, quiero ver su cara de "losientomuchopobredesgraciada". Y obviamente, la pone
— ¿No se sabe nada?
— Nada nuevo.
— Bueno, se pondrá mejor. — dice él. Claro, ¿qué va a decir?
— Mmm. — digo mirando por detrás de él impacientemente. Si pierdo el bus voy a tardar el doble.
— ¿Ibas ahora al hospital? — me pide. — ¿Quieres que te lleve? — me quedo sin saber qué decir, esas cosas me hacen sentir mala persona.
— No importa.
— No tengo nada que hacer, Corina es mi amiga también y me apetece verla. — Vale. — pienso. —
— En ese caso, está bien. — digo y me fuerzo a sonreír. Él sonríe ampliamente y me señala su coche.
Y vamos al hospital. Y eso se siente raro. Muy raro. Porque siento que ese no es el lugar de Tomás. Y no es mi lugar junto a él.
El miércoles, una semana y poco después de que Corina siga en coma estoy en la parada de bus del bus 46, el que me lleva a la siguiente parada. Es una ruta que me he acostumbrado a hacer. Tengo el libro de Audiología en la mochila, ya que el camino es largo y me quita tiempo de estudio, siempre llevo algo para estudiar. Además, después de contarle mi día a Corina siempre estudio con ella; me gusta pensar que me está escuchando, que escucha lo que he estudiado, como hace siempre.
Me gusta pensar que estamos en su habitación y que ella está demasiado cansada como para suspirar, hablar o abrir los ojos. Me siento en mi asiento de siempre, el conductor ya me sonríe al entrar y me doy cuenta de que están las mismas personas de siempre, o la mayoría. Nunca hay demasiada gente de hecho. El siguiente bus es mucho más breve. Sólo son un par de paradas, pero, que si hiciera andando tardaría una eternidad. Después, el camino hasta la habitación es fácil. Me saludan algunas enfermeras y rezo para no encontrarme con la doctora de Corina. Es algo rara, no me gusta hablar con ella porque siempre se interesa demasiado en mí y siento que sabe más de mí de lo que yo jamás le he dicho. Entro en su habitación, que sigue como siempre. Cierro la puerta detrás de mí. Parece que llevo haciendo eso muchísimo tiempo. Sonrío a Corina y me inclino para besar su frente. Ruedo los ojos al ver el ramo de flores. —
— Jesús Corina, este chico es insistente. ¿No entiende las indirectas? — digo cogiendo el ramo y tirándolo a la basura. — Es muy pesado. — refunfuño antes de sentarme en mi silla. — Te he traído una cosa. — digo sacando el pequeño libro. — Es "Nolo y los ladrones de leña". ¿Te acuerdas cuántas veces lo leímos de pequeñas? Lo encontré ayer noche y me apetece que lo leamos, juntas. — digo, como hago siempre, pensando que ella está simplemente cansada.
Abro el libro y comienzo a leer. Me paro en las escenas en las que nos parábamos de pequeñas y reíamos. Y lo leo hasta terminarlo. Hasta el final. Hasta que ya empieza a oscurecer. Pero tenía que acabarlo.
— Me tengo que ir. — digo después de haber acabado el triste final. No me había dado cuenta, que quizás no era un libro muy apropiado. — Volveré mañana, como siempre. — le prometo besando su mejilla. — Vuelve pronto, por favor. — susurro.
ESTÁS LEYENDO
Déjame amarte.
RomanceUna chica difícil. Un secreto. Una desgracia. Un chico arrogante. Un secreto. Una casualidad. Obra registrada en Safe Creative con el código 1503293709500. Todos los derechos reservados.