Cuando llego a la habitación de Corina, me siento tan cansada que me tumbo con ella en la cama. Cojo su mano mientras miro el techo suspirando. No siento la necesidad de hablar, no como cuando estaba de mejor humor. Ahora creo que no tiene sentido hablar con alguien que no me oye. Si de verdad está allí entenderá que esté en silencio y que simplemente la abrace.
Estoy cansada de todo. Tiemblo en la cama, porque además de que hace frío tengo miedo de encontrarme con el padre de Corina. No creo que tuviese fuerzas para enfrentarme a él.Debo confiar que ese hombre no va a volver o no voy a poder tranquilizarme. Suspiro un par de veces. Si tan solo estuviese conmigo Alex. De verdad, era una incongruencia con patas.
Y así es como actúo los siguientes días. Corina es la única persona a la que quiero ver. En realidad, no es la única, pero si la única a la que puedo ver sin dañar o ser dañada. Pero es lo que he decidido, y ya no tengo tiempo ni capacidad para sentirme egoísta y hacer lo que quiero hacer. Porque prefiero ser yo la que sufra, aunque no parece que vayan a ser solo un par de días tal y como me pensaba.
Después de dos días de "adaptación" creo que es hora de plantarle cara al mundo. No he llegado a entender todavía cómo Alex me ha podido influir tanto. Porque simplemente, estoy haciendo lo que hacía antes de conocerle. Tomás me aborda por el camino ese miércoles tan nefasto que pintaba ya bastante mal de por si para que ahora fuese peor.
— Hola Tomás. — digo sin mirarle.
— Hola. — dice él cogiendo mis libros, suspiro por su caballerosidad del siglo XVIII. — Tienes un aspecto espantoso. — observa él escudriñándome con la mirada.
— Gracias Tomás. — replico mordaz.
— No quiero decir que estés mal, pero... estás...
— Ya. Espantosa. Lo sé. — digo mientras ambos seguimos andando. — No me apetecía arreglarme.
Lo cierto es que estoy horrible, llevo un par de días vistiendo mal, pero él no lo ha visto porque es el primer día que me nos encontramos desde hace ya dos días. Mi pelo está recogido en un moño informal que tiene más mechones sueltos que recogidos. Llevo un jersey ancho y viejo y unos leggins de chándal junto con mis deportivas, que ni siquiera son bonitas. Y mi sonrisa, obviamente, no está. Así que si, se podría decir que estoy horrible.
— No me refería a la vestimenta. — dice él rápidamente. — Tu cara...
— ¿Qué le pasa a mi cara Tomás? — digo irritada parándome enfrente suyo.
— Parece que no hayas dormido en días. ¿Estás bien? — pregunta dulcemente. Ah, era eso.
— Sí, una mala noche simplemente. — digo empezando a andar de nuevo.
— Elena, espera. — me llama él. — Quiero que cuentes conmigo, sé que me evitas muchas veces, y lo respeto porque sé que es lo que quieres, pero soy tu amigo, y voy a estar contigo porque eso es lo que los amigos hacen. Hoy iremos al hospital, los dos. Y no acepto un no por respuesta. — dice del tirón, yo me quedo parada y él se da la vuelta para concluir su escena dramática.
— Tomás, espera. — le llamo.
— No, Elena... — dice dándose la vuelta.
— Em... los libros. — digo señalando su mano. Él parece desconcertado por un momento y yo rio entre dientes por su patosa actuación, me los tiende y yo me apresuro a decir: — Nos vemos a las cinco, tengo que estudiar un rato.
— Está bien. — dice girándose, esta vez para no volver.
Me quedo mirando cómo se va y al girarme me topo con unos ojos que me miran desde lejos, él está a unos cuantos metros de mí, pero me observa, lo ha visto y oído todo. Cojo aire y entro por la puerta de mi facultad. La opresión en el pecho ha vuelto. Maldita sea.
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Déjame amarte.
RomanceUna chica difícil. Un secreto. Una desgracia. Un chico arrogante. Un secreto. Una casualidad. Obra registrada en Safe Creative con el código 1503293709500. Todos los derechos reservados.