Era demasiado tarde para arrepentirse de la promesa hecha a Tomás. Esa mañana no pintaba tan mal como ahora lo hacía.
No hacía falta asomarme a las cinco en punto para asegurar que Tomás estaba allí abajo plantado. Para no darle ideas descarté la idea de bajar por la repisa y decidí comportarme como una persona normal.
Tomás estuvo revoloteando todo el tiempo que estuvimos en el hospital, antes y después, a mi lado. Así que simplemente tuve que sentarme al lado de Corina mientras Tomás lo hacía en la silla de al lado y mantuvimos una conversación de tres que básicamente era un diálogo, pues Corina, obviamente, no participaba.
Tomás me hizo reír, y recordé los tiempos en los que los tres nos íbamos a tomar algo juntos, y aunque no consideraba a Tomás amigo mío siempre me sacaba una sonrisa.
Como buen caballero del siglo XVIII que era, me volvió a llevar a casa a la hora de cenar. Me dejó un rato para despedirme de Corina y hablar con los médicos.
— ¿Querrás que volvamos mañana? Me ha alegrado que por fin confíes un poquito en mí. — dice él cuando, por voluntad propia, había bajado del coche para ir hasta mi puerta. Eso no era una cita, no sabía si él era consciente de eso.
— Lo hablamos mañana. — digo yo girándome cuando llego a la puerta. Entonces ¿por qué me comportaba yo como si estuviese en una y me estuviese pidiendo para salir otra vez?
— Está bien. — dice él, y antes de que haga una pausa dramática, no deja que acabe mi inspiración cuando coge mi cara con sus manos y me besa. Justo en ese momento se me aparece la cara de Alex como una visión, y cuando me quiero dar cuenta Tomás ya se está apartando. Ha sido rápido, o no. O no lo sé. Pero yo ya me estoy dando la vuelta aturdida. — Hasta mañana. — concluye él.
No contesto y corro a mi habitación, y hasta que no he cerrado con llave desde dentro, no me siento segura. No es por miedo a Tomás, es más un símil con mi pasado. O no lo sé. ¿Qué estoy diciendo?
Me froto violentamente la cara con mis manos y me deshago de toda mi ropa repitiéndome una y otra vez que ese chico no ha sido capaz de añadir otro problema más a mi lista. No ha podido. No ha pasado y eran tantas las ganas de besar a Alex que he imaginado que estaba con él y era él quien me besaba.
Me pongo el pijama rápidamente y me meto en la cama cerrando los ojos con fuerza para olvidar ese desastre de día. Me incorporo frustrada después de un buen rato de intentar dormir con todas mis fuerzas. Pero mi cerebro está demasiado activo. Me hago una manzanilla mientras sigo leyendo el libro que tenía a medias. Ese que no era muy recomendable para mi historia actual. En ese momento tengo ganas de tirarlo por la ventana, justo el chico acaba de decirle lo mucho que la ama y ella le había confesado el mismo sentimiento. Lo hubiese tirado y pisoteado, o como mínimo hubiese dejado de leer. Pero claro, mi moral de lectora me impedía dejar un libro a medias. Tengo que saber qué pasa.
Cuando ya tengo preparada la infusión y se ha enfriado un poco, me la trago cual vaso de agua y me meto en la cama de nuevo.
No sé en qué momento me despierto, pero no me despierta ningún sonido alarmante, sino por mi propio pie. Tengo la sensación de haber descansado muchísimo. Me doy cuenta en seguida que el libro no está en mi regazo, la lámpara está apagada. Y no recuerdo haber hecho nada de eso la noche anterior. Un ruido me sobresalta, sentado en la barra está Alex. Creo que es una especie de sueño, o pesadilla. Tengo que definir mi concepto sobre él.
— Hola. — dice él sin más.
— ¿Qué estás haciendo aquí? — digo confusa.
— Lo siento. — se disculpa él. — No podía dormir sin ti.
— ¿Tú has dormido...? — digo mirando mi cama y luego a él.
— Aquí. — dice él señalando su taburete. — De hecho, no he dormido mucho, pero ha valido la pena.
— ¿Qué hora es?
— Las once.
— Joder. — exclamo, él ríe.
— No quería despertarte, parecías en paz. — dice triste.
— Ya no llego a clase. — digo incómoda.
Yo nunca me sentía incómoda con él, pero esa situación se había vuelto muy violenta. La parte en la que ya no podía decir lo que pensaba se había vuelto contra mí proporcionándome incomodidad.
Recuerdo la noche anterior. Tomás. Oh Dios, que mierda de todo, joder. ¿Desde cuándo decía tantas palabrotas? Lo que sea. Él está allí, cuidándome. Me ha tapado, me ha apagado las luces y ha pasado la maldita noche en un taburete.
Y maldita sea, está tan guapo. Le echo de menos, pero eso jamás saldrá de mi boca.
Me levanto de la cama y me pongo enfrente de él, una barra americana nos separa. Simplemente dos metros, o menos, nunca he sido buena para calcular las distancias. Él me sonríe, pero sé que no es lo que más le apetece hacer en ese momento. Su pelo, ahora demasiado largo para él, se le mete por los ojos y tengo ganas de retirárselo, como hacía. ¿Pero qué dices? Solo lo has hecho unas dos o tres veces. Tampoco soy buena contando ocasiones.
— ¿Vas a ir a clase? — pregunta mirándome atentamente.
— No. — digo encogiéndome de hombros.
— ¿Podría llevarte a un sitio? — dice, o más bien suplica. — Solo si quieres. — añade rápidamente.
— ¿Qué clase de sitio? — pido reacia.
— Es solo para que me conozcas mejor. Como amigos. — dice él de inmediato.
— Está bien. — digo accediendo demasiado rápido. No, no, no. No quiero saber nada de él. No puedo saber ni conocerle mejor. ¿No lo entiendes Elena? Estúpida, estúpida.
— Bien. — dice ahora soltando todo el aire que había contenido. — Te esperaré en el coche para que te puedas cambiar.
— No. — digo. — Quiero decir, hace frío. Puedes esperar aquí. No tardaré.
ESTÁS LEYENDO
Déjame amarte.
RomanceUna chica difícil. Un secreto. Una desgracia. Un chico arrogante. Un secreto. Una casualidad. Obra registrada en Safe Creative con el código 1503293709500. Todos los derechos reservados.