Capítulo 45: No te sobreexijas

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Abro los ojos intentando despertar, siento que todo el cuerpo me duele, en especial las piernas y el pecho. ¿Por qué me siento tan cansada? La visión sigue nublada, solo veo manchas blancas como si me encontrara en un lugar sumamente claro pero no distingo dónde estoy. No es mi habitación, ni la de mis padres. ¿Dónde rayos estoy?

—¿Mamá?— siento que nadie me ha oído, porque hasta la garganta la siento seca

—¡Mamá! —pero sigo sintiendo que no pueden oírme.

Poco a poco voy empezando a distinguir el panorama, estoy sola en una cama sumamente fría, miro hacia mi derecha y logro observar a una mujer vestida de azul moviendo una serie de aparatos que se conectan a mi brazo, ¿qué es lo que me está haciendo?

—¿Hola? —ella voltea velozmente al oírme, sus ojos se agrandan y automáticamente presiona un botón en tanto me sonríe.

—Tranquila, nena. Ya estás a salvo.

¿A salvo de qué? No entiendo aún en dónde estoy.

—¿Despertó? —un hombre de mediana edad vestido totalmente de blanco y con un estetoscopio alrededor del cuello entra a paso ligero en mi dirección, me da instrucciones de seguir su dedo con mi mirada y alumbra mis ojos con una especie de linterna pequeña— Todo está en orden.

—¿Los llamamos? —la mujer que estaba junto a mi antes y que ahora logro distinguir como una enfermera intenta salir fuera del lugar pero el médico la detiene.

—Aún no, debemos hacerle unos últimos exámenes y podrá ver a su familia. Por ahora solo avísales que ya despertó y está bien.

Ella sale corriendo hacia lo que supongo es un pasadizo. Eso significa que estoy en el hospital, ¿cierto?

—¿Puedes decirme cuál es tu nombre? —pregunta el médico parado junto a la cama donde me encuentro acostada.

—Caroline —digo intentando sonar tranquila, aunque la cabeza me da vueltas de tantas preguntas que me estoy haciendo a mí misma. Él anota algo.

—¿Puedes ahora decirme cuántos años tienes?

Lo pienso un momento.

—Dieciséis, no.. diecisiete.

—Así es, tienes diecisiete.

Por un momento lo había olvidado, mi fiesta de cumpleaños número diecisiete, Daniel y sus atenciones conmigo, el precioso y delicioso pastel que Ricardo hizo para mí... y Alex. Clarie. El auto.

—¡No puede ser! —la cabeza me aturde, tengo recuerdos de caminar por la calle desolada, de un auto rojo, de alguien riendo.

Intento zafarme de los cables que aprisionan mi brazo, el médico quiere detenerme pero yo solo siento que todo eso no me está dejando respirar.

—¡No puedo respirar!

—Sí puedes, sí puedes.. Tranquilízate...

—El auto... —intento gritar pero suena como un murmullo. Él llama a la enfermera de antes y juntos detienen mis brazos para no quitarme las vías que se unen a mi cuerpo y me llenan de medicamentos para el dolor.

—¡Vamos a tener que sedarla, señorita! —dice fuerte la enfermera en mi dirección.

—No, por favor...

—Entonces intente respirar hondo y calmarse, créame que resolveremos todas sus dudas.

Respiro hondo, una, dos, tres, cuatro, cinco veces; debo mantenerme tranquila, no quiero que vuelvan a dormirme, pero los recuerdos de un auto me atormentan de una manera en que no puedo controlarlo. Pero lo intento, con todas mis fuerzas.

—Llámalos... —comenta el médico y al instante ella sale nuevamente despavorida.

—Caroline —me mira— sé que tienes muchos recuerdos que están viniendo a tu memoria ahora mismo, y eso en cierto modo es bueno.. pero necesitamos que estés lo más calmada posible.

Su voz suena serena y me da tranquilidad, así que obedezco quedándome quieta.

—Aquí están, doctor —la enfermera abre la puerta dejando pasar a mis padres tras ella, se ven más envejecidos de lo que recuerdo, como si no hubieran descansado en meses, ¿por cuánto tiempo estuve dormida?

—Mamá, papá... —mi intento por sonar serena termina en lágrimas, ellos se acercan a mí lo más tranquilos posibles, papá acaricia mi cabello y mamá besa mi mano con tanto cuidado como si tuviera miedo de que vaya a romperme.

—Nos has dado un susto terrible, mi niña —dice mamá con lágrimas en los ojos.

Mi padre asiente, pero no dice nada, solo permanece ahí como si no pudiera creer que está acariciando mi cabello.

—¿Pueden decirme qué ha pasado? Realmente tengo demasiadas cosas en la cabeza y no puedo pensar con tranquilidad...

Ellos se miran entre sí, como si quisieran saber qué decirme y qué no, puedo notarlo porque los conozco lo suficiente como para darme cuenta cuando quieren ocultarme algo.

—Sufriste un accidente, rusita —comenta mamá suspirando.

—¿Un accidente?

Papá sigue inmóvil, sé que hay algo que no me están diciendo pero entiendo que quizá no tengan muchos datos que darme.

—¿Es normal que tenga dolor al respirar, doctor? —pregunto mirando al médico.

Mis padres me observan por un segundo y luego al mencionado, se ven sumamente preocupados.

—Sí, no te angusties. Tuviste días complicados, te daré todos los alcances sobre la rehabilitación tanto para tu pierna como para tus pulmones —comenta— por eso no puedes hablar demasiado, no te sobreexijas.

—Entiendo... —y realmente lo hago, pero mis ganas por volver a tener la autonomía y vitalidad de antes me generan ansias por levantarme de la cama.

El médico vuelve su mirada a sus apuntes y posteriormente se despide de nosotros, es el momento perfecto para que me cuenten lo que están intentando ocultar.

—Bueno —digo mirándolos cuando me encuentro más calmada— ¿qué fue lo que pasó?

Veo los ojos de mamá llenarse de lágrimas y taparse el rostro, me hace creer en que quizá no debí haber preguntado por ello, pero necesito saber todo lo que ha sucedido, ¿por qué estoy aquí?

—Pues... —dice mi padre— tuviste un accidente.

—Ya sé, ¿pero por qué pasó?

La puerta se abre de golpe, dejando entrar a un par de ancianos intentando correr hacia mi cama de hospital.

—¡Rusita! —grita mi abuela al instante que me abraza, la oigo sollozar y se me hace pequeño el corazón, ¿cuánto han pasado en estos días?

—No vuelvas a darme esos sustos, ¿quieres? —mi abuelo acaricia mi mano— prometo que dejaré de fastidiarte con que eres un enano con rizos en el cabello.

Todos reímos, aunque en ese mismo instante siento que no tengo las mismas fuerzas para sonreír como antes, hay una parte de mí que aún sigue muy lastimada.

—¿Te encuentras bien, mi niña? —me observa mi abuela, yo solo asiento intentando recordar todo lo que ha pasado, antes del accidente, qué pasó, quién iba en el auto, pero solo vienen a mi mente destellos que no me permiten recordar todo lo que ha sucedido.

—Necesito recordar —digo ante la mirada triste de todos.


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Maratón por el final 2/4 ❤️

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