Capitulo 3

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A Manuel no le extrañó que Antonio lo llamara un jueves a la una de la madrugada. Ellos dos solían hablar mucho y, como Antonio viajaba tanto, a menudo lo hacían a horas raras. Lo que sí le extrañó fue el motivo de su llamada: Lucero.

Hacía once años que no la veía. Era la hermana preferida de Antonio y siempre que Manuel estaba con ella se sentía incómodo, era como si pudiera leerle el pensamiento.

Al principio de vivir en Inglaterra, incluso había llegado a echarla de menos. Vaya tontería. La recordaba pequeña, delgada, con los ojos más grandes y más oscuros que había visto nunca, y muy tremenda. Era un caos, se caía continuamente, se olvidaba de las cosas y tenía una conversación imposible de seguir, al menos cuando estaba con él.

Siempre se acordaría del día en que él cumplió diecisiete años. Sus padres se estaban peleando, como de costumbre, y optó por ir a casa de Antonio. Ya no se le pasaba por la cabeza llamar antes, sabía que allí siempre era bien recibido, así que cogió sus cosas y se fue para allá. Era verano, y cuando llegó a la casa sólo encontró a Lucero. Estaba en el jardín, leyendo un libro, como siempre; levantó la vista y lo miró a los ojos. Él nunca supo que fue lo que ella vio en ellos, pero su cara cambió de golpe y se puso de pie.

-Manuel, ¿estás bien? -preguntó levantando una ceja por encima de las gafas. Por aquel entonces llevaba todavía las gafas.

-Sí, claro -carraspeó él-. ¿Dónde está Toño? - ¿Cómo podía ser que una niña de trece años pudiese ponerlo tan nervioso?

-En la playa -contestó ella acercándosele-. Todos están allí.

- ¿Y tú qué haces aquí? -Él se apartó y se sentó en el escalón que separaba la casa del jardín.

-Yo, bueno. -Lucero se sonrojó-. Estaba leyendo y... no me gusta leer en la playa; el viento, la arena, el sol. -Parecía como si se estuviera justificando-. Además, la playa no se moverá, mañana seguirá allí mismo, y yo necesitaba saber cómo acababa el libro.

- ¿Qué libro es? -preguntó él.

-Charlie y la fábrica de chocolate. ¿Lo has leído?

-No, creo que no. ¿Es el de los niños que ganan el sorteo de las chocolatinas?

-Sí.

-Pues no, no lo he leído.

Ella volvía a estar a su lado, y lo miraba de una manera extraña.

-¿Qué?

-Acabo de acordarme de una cosa -dijo Lucero sin apartarse.

Él la miró extrañado.

-Hoy es tu cumpleaños.

- ¿Y?

-Nada. Felicidades.

Lucero se acercó a él para darle un beso en la mejilla, pero Manuel giró la cabeza para que sus labios encontraran los de ella. Siendo sincero consigo mismo, todavía no tenía ni idea de por qué lo había hecho; tal vez una parte de él quería sentir que alguien lo quería, que para alguien, él era especial. Fue una tontería, pero aún se acordaba del vuelco que le dio el corazón al sentir los inexpertos labios de ella bajo los suyos. Fue una leve caricia y Lucero en seguida se apartó. Manuel se sonrojó de la cabeza a los pies.

Él sabía que en aquella familia se besaban a la más mínima y nunca había entendido el porqué. La verdad era que al principio esa costumbre lo incomodaba un poco; en su casa nunca se besaban, ni siquiera se abrazaban. Mientras que los Hogaza eran muy cariñosos. Con los años, ya se había acostumbrado; ya no le sorprendía ver a Elizabeth y a Esteban dándose un beso, ni que Álex y Antonio se abrazaran después de insultarse, pero aun así nunca lograría acostumbrarse a ser él el que recibiera esas muestras de cariño. Cada vez que la madre de Toño le abrazaba, no sabía dónde poner las manos y cuando se apartaba tenía miedo de que todos notaran que él no sabía hacerlo, que no sabía ser cariñoso. Pero el beso de Lucero lo sacudió, tuvo ganas de llorar y aún entonces, once años después, se acordaba de lo dulce que había sido ese momento.

-Gracias -consiguió responder él-. Eres la primera persona que me felicita.

-Me alegro -dijo ella-. ¿Vas a ir a la playa o prefieres esperar aquí? -Lucero volvió a coger el libro y siguió leyendo.

-Esperaré aquí. ¿Te molesto? -preguntó él tumbándose en la hamaca que había en el jardín.

-No -contestó ella sin levantar la vista.

Él se quedó mirándola. Era curioso, había salido de su casa con ganas de matar a alguien y, tras hablar con ella unos minutos, ya se había olvidado de sus padres, de sus gritos, de su tristeza.

-Ya está -exclamó Lucero sacándolo de su ensimismamiento. No sabía si habían pasado diez minutos o dos horas.

- ¿El qué?

-El libro. Lo he terminado. -Se levantó y se acercó a la hamaca en la que él estaba tumbado-. Toma, te lo regalo. -Ella le dio el libro y al ver que él la miraba sorprendido, añadió-: ¿Es tu cumpleaños, no? -Lo besó en la mejilla y se fue.

Con el recuerdo de ese beso tan inocente, se durmió y no se despertó hasta que el bruto de Antonio lo duchó por completo con el agua helada de la manguera para felicitarlo.

A partir de ese verano las cosas cambiaron mucho. Sus padres iniciaron ya los trámites definitivos del divorcio, y la vida de Manuel se convirtió en un infierno hasta que por fin se fue a vivir a Inglaterra, con su abuela. Toda la familia Hogaza se despidió de él, lo abrazaron y le dijeron que siempre sería bien recibido. Nunca volvió a esa casa, ni tampoco a ese pueblo, pero él y Antonio habían seguido siendo amigos; de hecho, Antonio era su mejor amigo. Y Charlie y la fábrica de chocolate estaba guardado en el primer cajón del escritorio de su despacho.

HOY AY MARATÓN 🤭✨😉 ESPERO LES GUSTE DEJEN SUS VOTOS Y COMENTARIOS 🥴✨

♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora