Capítulo 28

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Capitulo 28
—Hablas demasiado, Manolo.
Lucero  lo besó como nunca antes había besado a nadie. A él le encantaba cómo lo hacía, cómo su cuerpo se adaptaba al suyo, cómo respondía a sus caricias, pero lo que más le gustaba era el calor que sentía cuando lo llamaba «Manolo»; era como saber que todo iba a ir bien. Necesitaba estar con ella, tocarla, saber que ella lo deseaba tanto como él. Dejó de besarla, tenía que recuperar un poco el control o todo acabaría demasiado pronto. Sorprendida, Lucero preguntó:
—¿Te pasa algo? —Le acariciaba la nuca y le besaba el cuello.
—No, nada malo. —Él también le besaba el cuello dirigiéndose hacia los pechos.
— ¿Y bueno? —Lucero  se estremeció al notar cómo le desabrochaba el sujetador.
— ¿Bueno?

Manuel no tenía ni idea de lo que le preguntaba; apenas podía recordar su propio nombre.
—Sí, tonto, ¿te pasa algo bueno? —Lucero  tenía el pulso acelerado y las piernas ya no le respondían.
—Ah, sí, compruébalo tú misma. —Cogió la mano de Lucero  y la guió hasta su entrepierna—. Tócame.
—Claro, siempre que tú hagas lo mismo.
Se atrevió a meter la mano por dentro del pantalón de Manuel.
—Dios, Lu, para. No, no pares. Vamos a mi habitación. Quiero que seas mía otra vez.
La cogió en brazos, besándola con toda la pasión que sentía.
Y entonces sonó el teléfono. Los tres primeros timbrazos no los oyó ninguno de los dos, pero el cuarto logró captar su atención.

—Manuel, el teléfono. —Lucero  intentaba zafarse del abrazo para que él pudiera contestar.
—No voy a cogerlo, ahora mismo estoy ocupado. —Siguió besándola en el ombligo.
—Responde, a lo mejor es importante. —Aunque la verdad era que no quería que él dejara lo que estaba haciendo.
—Esto sí que es importante. —Empezó a bajarle el pantalón—. Ya saltará el contestador automático, reyna.
Y eso fue exactamente lo que pasó, que saltó el contestador automático y Antonio empezó a hablar por el altavoz. Manuel se quedó paralizado.

—Hola, Manuel, supongo que para variar no estás en casa. He llamado al móvil y tampoco te he localizado, supongo que estarás por ahí, con alguno de tus ligues. —Al oír la palabra «ligues» Lucero  se separó de Manuel como si tuviera una enfermedad contagiosa—. En fin, sólo te llamaba para preguntar cómo estaba Lu, ya sabes que es mi debilidad. No quiero llamarla a ella para no parecer el típico hermano mayor histérico, pero como lo soy, he decidido llamarte a ti. Volveré a intentarlo más tarde. Cuida de mi pequeña. Adiós.
El pitido del contestador sacó a Lucero del estado de trance en el que había entrado. Manuel, por su parte, estaba ya completamente vestido; había recuperado su camiseta y su actitud de témpano de hielo al segundo de oír la voz de Antonio.

—Lucero, vístete, por favor. —Le acercó el sujetador y la camiseta. Le temblaba un poco el pulso, pero su cara no mostraba ninguna emoción más allá del enfado y la vergüenza.
— ¿Se puede saber qué te pasa? ¿Por qué pones esa cara? Manuel, respóndeme, por favor. No entiendo nada. Hace un momento, estábamos tan bien, y ahora parece que no puedas soportar estar en la misma habitación que yo. —Notaba cómo la voz empezaba a temblarle de rabia y de algo más complicado que por el momento no quería analizar—. ¿Es por Antonio?
Manuel levantó la cabeza, que hasta ese momento había tenido entre las manos, y la miró. Durante un segundo fue como si quisiera abrazarla, pero en seguida desvió la mirada hacia el despertador y respondió:
—No.
— ¿NO?

—Está bien, sí, pero sólo en parte. —Se levantó de la silla y empezó a pasear por la habitación—. No sé qué me pasa contigo, pero me está volviendo loco y no me gusta nada. Nada. Cuando eras pequeña ya me pasaba. Siempre estaba preocupado por saber dónde estabas, si te veía sonreír me ponía nervioso, Dios, incluso le hablé de ti a Nana. Cuando había tan mal ambiente en casa, pasar un rato contigo bastaba para que volviera a tener un poco de confianza en el amor. Hubo un momento en que pensé que era tan evidente lo que me pasaba que si la policía lo descubría me arrestarían. —Lucero  estaba paralizada, no se atrevía a interrumpirle—. ¿Sabes que cuando vine a vivir a Inglaterra te echaba de menos? Tú eras una adolescente y yo te echaba de menos; patético.

—No es patético. A mí también me pasaba todo eso. — Lucero se levantó y empezó a andar hacia él. Decidió ser igual de sincera—. Yo también me estoy volviendo loca, también te echaba de menos y aún me pongo nerviosa si me sonríes. —Se atrevió a poner la mano en su espalda y notó que estaba rígido.
—No lo entiendes, Lu, yo no quiero sentirme así. He visto lo que hace el amor, he visto cómo aniquila todo lo que toca y no lo quiero en mi vida. Ni ahora ni nunca. No soy capaz. —Sonrió, una sonrisa que a Lucero le rompió el corazón—. Hasta ahora me ha ido bien, siempre he estado con mujeres que sólo querían pasar el rato, divertirse. Contigo no sé si podría controlarlo. Y si saliera mal, no sólo nos haríamos daño, sino que perdería al mejor amigo del mundo, y tu familia nunca podría perdonármelo.
Se apartó de ella.

— ¿No has pensado que podría acabar bien? ¿Que podrías ser feliz? —Lucero se notaba los ojos llenos de lágrimas que no tenía ninguna intención de derramar.
—El riesgo no merece la pena. —Suspiró y cerró los párpados un instante—. Creo que lo mejor será que no volvamos a estar solos. Está visto que eso nos trae problemas. Mira, en estas últimas semanas casi no hemos coincidido, de modo que lo único que tenemos que hacer es seguir así hasta que te vayas. —Al ver que ella no decía nada, preguntó—: ¿En qué piensas?

—Pienso que eres un cobarde y un exagerado. Podríamos intentarlo. La vida no es una mierda; si sale mal, mi hermano no vendrá a matarte o a pedir que te cases conmigo. Y si sale bien, ¿quién sabe?, a lo mejor incluso eres feliz. Manolo, cariño —añadió—, nunca he sentido por nadie lo que siento por ti. Ni cuando era pequeña ni ahora. —Intentó abrazarlo, pero él volvió a apartarse, y entonces ella comprendió que nada de lo que pudiera decir o hacer lo haría cambiar de opinión.
—No. Prefiero dejar las cosas como están. Lo mejor es que nos vayamos a dormir. —Se levantó y le abrió la puerta de la habitación—. Esto ha sido un error, sólo tenemos que olvidarlo y actuar como compañeros de piso. Mañana será otro día.

Viendo que Manuel daba por terminada la conversación, Lucero lo miró una vez más a los ojos, para ver si veía algo que le recordara al hombre que hacía sólo unos minutos la besaba como si la necesitara para sobrevivir. Pero él ya no estaba allí. Entonces decidió decirle lo del piso.
—Esta semana he visto unos cuantos pisos que podría alquilar.
Si a Manuel le sorprendió la noticia, lo disimuló a la perfección.
—No es necesario —dijo tras unos segundos.
—Sí lo es.

—Puedes quedarte aquí. —Manuel se frotó los ojos—. No me importa.
—A mí sí. —Lucero  se obligó a mantener la mirada fija en sus ojos—. Supongo que la semana que viene ya lo tendré todo listo, entonces me iré. —Él seguía sin inmutarse—. Como mañana es sábado, si quieres me iré a pasar el fin de semana a casa de Nicolas.
Al oír el nombre de su amigo, a Manuel le tembló un músculo de la mandíbula.
—Ya te he dicho que no es necesario. —Apretaba el pomo de la puerta con tanta fuerza que empezaba a tener los nudillos blancos—. No creo que a él le guste ser plato de segunda mesa.
De la rabia que sintió, a  Lucero  se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se negó a derramar ninguna delante de Manuel e irguió en cambio la espalda para contestarle:

—Mira, una cosa es que tú seas un cobarde y que sólo te encuentres cómodo acostándote con mujeres por las que no sientes nada. Pero no te atrevas a insinuar que yo hago lo mismo. —Estaba furiosa, y al ver que a él le dolía esa acusación, sintió un poco de alivio.
—Lo siento, no quería decir eso —se disculpó Manuel a media voz. En el mismo instante en que pronunció las palabras, sabía que se estaba equivocando. Lucero  era incapaz de utilizar a Nick, pero una parte de él había querido hacerle daño, había querido que ella dejara de mirarlo con aquellos ojos llenos de comprensión, porque sabía que, de lo contrario, él no iba a poder alejarse.
—Yo en cambio sí quería decir lo que he dicho. —Y con esto, salió de la habitación sin mirar atrás.
Como era de esperar, ninguno de los dos durmió.

YA ME HABÍA EMOCIONADO 😩🦭 QUEDE ASI 🤡
QUEDARON 🤡
PIDO PERDÓN 😆

♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora