capitulo 7

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Dentro de la casa el ambiente era aún más acogedor que en el jardín, todo estaba lleno de libros, fotografías y flores. Había libros en español, en inglés, de poesía, de ficción, de arte, y las fotos ocupaban los espacios que quedaban libres. En la pared principal del salón había una preciosa de una mujer tumbada en la hierba, con un niño durmiendo a su lado; Lucero estaba hipnotizada mirándola cuando notó una mano en su espalda.

—Soy yo. Yo con Nana. —Manuel le habló tan cerca que pudo notar cómo su aliento le rozaba la piel del cuello y empezó a temblar. Se dio media vuelta tan rápido que tropezó con el pecho de él.

—Perdón —susurró apartándose. Si quería mantener una conversación coherente, tenía que estar lejos de él—. Es preciosa. ¿Quién la hizo?

Lucero volvió a mirar la foto, era muy bonita; se notaba que la mujer y el niño eran felices y estaban tan relajados que daban ganas de entrar en ella.

—Manuel, cuéntale a Lucero la historia de la fotografía mientras yo preparo un poco de té.

Nana cogió las gafas que había olvidado junto al libro que estaba leyendo y se dirigió silbando hacia la cocina.

—Esta foto la hizo mi padre. Creo que fue el último verano que mis padres pasaron juntos. Fuimos de viaje a Escocia, allí, mi abuelo, el marido de Nana, tenía una casa, y fue fantástico. Recuerdo las excursiones, las ovejas. Cada tarde, Nana me convencía de que yo era uno de los caballeros de la Mesa Redonda y jugábamos a rescatar doncellas. Sólo tenía siete años. Ese día, después de jugar, nos quedamos los dos dormidos sobre la hierba. Ya está, fin de la historia.

Manuel empezó a ordenar los libros de la mesita del salón como si fuera de vital importancia que todos los lomos estuvieran alineados.

—Es una fotografía increíble. Tu abuela está preciosa y tú estás tan dulce que te comería a besos. —Al ver la cara de Manuel, Lucero se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta—. Quiero decir, que te comería a besos como a un niño pequeño, no que... bueno, ya me entiendes.

Estaba tan avergonzada que Manuel sonrió y le respondió:

—Tranquila, lo entiendo. Ya sé que ahora no me comerías a besos.

«Aunque yo a ti sí», pensó él.

— ¡Besos! Chicos, os dejo solos unos minutos y ya estáis hablando de besos.

Nana entró en el salón cargada con una bandeja en la que había una tetera, tres tazas y un pastel de limón. Lucero la ayudó, y aceptó luego la taza de té que le sirvió la anciana.

—Gracias, señora Mijares. Tiene usted una casa preciosa.

—De nada, pero llámame Nana. Cuando oigo señora Mijares, tengo la sensación de que mi suegra va a aparecer en cualquier momento. La vieja bruja... Espero que esté en el cielo, pero a mí me hizo la vida bastante difícil, y me da terror pensar que alguien nos pueda confundir. Así que Nana está bien, ¿de acuerdo?

De acuerdo, Nana. Gracias.

—Bueno, así que has venido a trabajar a Inglaterra. Y ¿dónde vives? ¿Desde cuándo conoces a mi nieto? ¿Cuánto tiempo vas a quedarte?

— ¡Nana!, no seas cotilla, si no, no vendré más —respondió Manuel antes de que Lucero pudiera abrir la boca.

—Lo siento, pero no deberías enfadarte, tesoro, sólo lo pregunto porque me interesa. Es la primera vez que me presentas a una chica normal, y la verdad es que estoy muy intrigada.

Ante la astuta respuesta de Nana, Manuel se sonrojó y empezó a recoger las tazas.

—¿Has terminado ya con el té, Lu? —Le preguntó a la vez que le cogía la taza y el plato y se levantaba para llevarlo todo a la cocina—. Nana, recojo los trastos y nos vamos. Si quieres acabar con el tercer grado, te quedan cinco minutos. Quiero enseñarle a Lucero las termas y luego, si te portas bien, iremos los tres a cenar —dijo, levantando una ceja hacia su abuela, que parecía imperturbable, y se fue.

—Bueno, al fin solas. —Nana sonrió y añadió—: Es la primera vez que veo al témpano de hielo de mi nieto sonrojarse. Si eres capaz de lograr eso en menos de un día, estoy impaciente por ver lo que habrás hecho con él dentro de unos meses.

—Creo que te equivocas, Nana. Si Manuel se sonroja es porque tiene ganas de matarme por haberle fastidiado el fin de semana —respondió Lucero incómoda.

—Tonterías, nadie puede alterar los planes de mi nieto si él no quiere. Créeme, lo he intentado. Además, eres la primera chica a la que invita a venir a mi casa, y eso será por algo.

—Bueno, supongo que lo hace por Antonio, mi hermano.

—Entonces ¡tú eres «Lu », la hermana de Antonio! Ahora lo entiendo todo. —Sonrió y añadió—: Pequeña, espera y verás.

Con estas enigmáticas palabras y con unos golpecitos en la mano de Lucero, Nana se levantó y gritó para que desde la cocina su nieto pudiera oírla.

— ¡Podrías haberme dicho que era «ella»!

Se oyó cómo se rompía una pieza de porcelana.

—Creo que eso ha sido una de mis tazas. Será mejor que vaya para allá antes de que me quede sin vajilla. Nos vemos luego para cenar. —La besó en la mejilla y se fue riéndose de un chiste que sólo ella parecía conocer.

Lu seguía sentada cuando apareció Manuel y le dijo:

—Si quieres ir a visitar las termas, tenemos que irnos ya.

— ¿Las termas? Ah, sí, los baños. De acuerdo, si a ti te parece bien, podemos ir. Manuel, ¿qué ha querido decir tu abuela con lo de que yo soy «ella»?

—Nada. No ha querido decir nada, cosas de gente mayor. ¿Quieres ir o no?

Manuel parecía tenso. Aquel hombre era capaz de hablarle con dulzura un instante y ponerse a dar órdenes al siguiente. «Y luego dirán que las mujeres somos complicadas», pensó ella.

—Está bien, lo siento, mi general.

Descolgó su abrigo, se despidió cariñosamente de Nana, que parecía ser la única que entendía por qué su nieto se había puesto de mal humor, y se fue de la casa mirando por última vez la fotografía de Manuel soñando con los caballeros del rey Arturo.

LAS COSAS ENTRE MANUEL Y LUCERO CADA VES SE TORNAN MEJOR NO?🌝🤭👀

♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora