Capitulo 11

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El despertador sonó a una hora indecente, sobre todo teniendo en cuenta que Lucero no había pegado ojo en toda la noche. Ese día empezaba a trabajar en The Whiteboard y no tenía ni idea de lo que iba a hacer; además, estaba convencida de que ya no sabía nada de inglés, y que lo del diseño gráfico era algo que había aprendido hacía años y de lo que no se acordaba mucho. «Lu, serénate. Tienes 24 años y estás preparada para hacerlo bien. Eso, siempre y cuando no te vuelvas loca: deja ya de hablar sola de una vez.» Finalizado el auto sermón, se desperezó y fue a ducharse.

Bajo el agua, Lucero invirtió todo su tiempo en resolver una cuestión completamente absurda pero de vital importancia, dado su estado de ánimo: cómo vestirse el primer día de trabajo. ¿Vaqueros estilo estudiante de Bellas Artes? ¿Traje estilo diseñadora italiana? ¿De negro y con un par de collares estilo intelectual barcelonesa? ¿Falda? En fin, la única opción que tenía era llamar a Helena. Ella era genial con lo de las primeras impresiones; siempre sabía qué ponerse. Seguro que era un gen que a ella no le pusieron. Logrado su primer objetivo, ducharse, Lucero se puso el albornoz, se peinó y salió del baño para llamar a su hermana.

— ¿Helena?

—¡Lucero! ¿Sabes qué hora es? ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

—Claro que estoy bien, y para ti son las 7.30. ¿Te pasa algo a ti?

—No, nada, que es de lo más normal que me llames a estas horas de la mañana al móvil —respondió sarcástica Helena a la vez que bostezaba.

—Perdona, no me acordaba de lo bien que se vive siendo universitaria.

—Bueno, en fin, ¿qué quieres? No, no me lo digas, ¡te has acostado con ese bombón!

—No. Te juro que no me he acostado con nadie. —Lucero se estaba sonrojando con la conversación. Cómo se le había ocurrido llamar a la cabra de su hermana pequeña.

—Está bien, si no me llamas para contarme eso, ¿qué te pasa?

— ¿Qué me pongo para ir hoy al trabajo? No, no te rías, ya sabes que eres infinitamente mejor que yo para combinar la ropa. Por favor, ayúdame, es mi primer día.

—Vamos a ver, tengamos en cuenta todos los factores: es tu primer día, vas a trabajar con fotógrafos y periodistas y, lo más importante, ese tío bueno va a estar contigo... Eh. Ya sé, ponte el pantalón negro de cintura baja con la camisa blanca de hilos plateados, el pañuelo que le robaste a mamá y las botas negras. Así estarás interesante y atractiva, y píntate un poco los ojos. ¿Vale?

—Vale. Eres la mejor. Muchas gracias, te llamaré cuando vuelva. Besos.

—De nada, pero a no ser que te acuestes con como se llame, la próxima vez llámame a una hora normal. Me vuelvo a la cama. Adiós y, como dice papá, a por ellos, que son pocos y cobardes. Besos.

Resuelto el problema de la ropa, Lucero colgó el teléfono y se dispuso a seguir al pie de la letra las instrucciones de Helena. Cuando estuvo vestida, se secó el pelo y se maquilló un poquito los ojos. Al mirarse al espejo, decidió que no estaba nada mal, se veía atractiva y, si sus nervios no la traicionaban, podía incluso causar buena impresión. Ya eran las 7.30. Manuel le había dicho que tenían que salir a las 8.00, así que aún le quedaba un ratito para desayunar algo. Se dirigió a la cocina.

—Buenos días. —Manuel le sonrió a la vez que le servía una taza de té.

—Buenos días. Gracias. —Lucero aceptó la taza y se sentó. Estaba nerviosa y no quería echarse el té por encima; eso sí que sería un problema.

— ¿Estás nerviosa? —Manuel se sentó delante de ella—. No lo estés. Todo irá bien, ya lo verás. —Quería tranquilizarla y le acariciaba los nudillos con el pulgar.

— ¿Yo? No, bueno, sí, sí estoy nerviosa. No sé qué voy a hacer, seguro que, sea lo que sea, no sabré hacerlo. La pifiaré y tendré que volver a Barcelona, tú te enfadarás y Antonio me matará. Así que sí estoy nerviosa y... ¿se puede saber por qué sonríes?

—Por nada. Cuando te pones nerviosa, empiezas a hablar sin sentido y me recuerda a cuando eras pequeña.

— ¡Vaya! Esto sí que es tranquilizador, ahora resulta que parezco una niña pequeña. —Lucero notaba que estaba cada vez más nerviosa y el hecho de que él la mirara con aquellos ojos tan dulces y que le acariciara la mano, no la estaba ayudando en absoluto.

—Eh, yo no he dicho eso. Vamos, no te preocupes, todo saldrá bien. Tenemos que irnos ya. Por el camino te cuento lo que vas a hacer y ya verás cómo dentro de una semana lo tienes todo controlado. —Manuel se levantó, dejó las tazas en el fregadero y recogió unos papeles que estaban en la mesa del comedor.

—Lu, ¿vamos? —le preguntó a la vez que abría la puerta de la calle.

—Sí, sólo espero que no te arrepientas.

Lucero cogió su bolso y, cuando iba a salir, Manuel le puso ambas manos encima de los hombros y la miró:

— ¿Sí? —preguntó ella ante su silencio.

—Nada, sólo quería decirte que estás guapísima.

Dicho esto, salieron del piso y Manuel cerró la puerta.

♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora