Capitulo 14

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Hacía ya cinco semanas que había llegado a Londres; cinco semanas desde que trabajaba en The Whiteboard, cinco semanas viviendo con Manu; cinco semanas increíbles. Al principio, había creído que se le pasaría, que ella y Manuel sólo serían amigos. Nada más lejos de la realidad.

Durante esas cinco semanas, habían compartido muchas cosas. Cada noche, después de cenar, se quedaban hablando, recordando sus aventuras de cuando eran pequeños, o contándose cosas que ninguno de los dos había contado nunca antes a nadie. Luego, cada mañana, iban a trabajar juntos, y a la hora de salir, si Manuel tenía que quedarse hasta más tarde, la llamaba para que se fuera con Jack o con otro de sus compañeros. Nunca dejaba que se marchase sola. Los fines de semana eran aún «peor». Manuel la había llevado al teatro, a cenar con sus amigos, al cine. Le abría las puertas de los taxis, le decía lo guapa que estaba y, de vez en cuando, le daba la mano o le acariciaba la mejilla. Pero nada más. Si seguía así, Lucero iba a volverse completamente loca Trabajar en el mismo sitio y compartir piso ya era de por sí difícil de sobrellevar, pero si a eso le sumaba lo encantador que estaba cuando salían por ahí juntos, la cosa rozaba ya la tortura.

Lucero recordaba como especialmente «dolorosa» la noche del pasado sábado, cuando Manuel la sorprendió con dos entradas para la ópera. La Royal Opera House estaba muy cerca de su piso, y era un edificio precioso que justo acababan de restaurar. Conseguir entradas para cualquiera de los espectáculos que allí se ofrecían no sólo era muy difícil, sino también carísimo. Cuando le preguntó cómo las había obtenido, Manu se limitó a responder que eso no era asunto suyo y que lo único que ella tenía que hacer era disfrutar del concierto. Lucero no se acordaba de cómo se había vestido ella esa noche, pero nunca olvidaría lo atractivo que estaba él, con su traje oscuro y sus gafas. Manuel era miope y siempre llevaba lentillas, pero esa noche estaba demasiado cansado como para ponérselas, por lo que optó por llevar las gafas; la alternativa habría sido no ver nada. Durante el concierto, él le susurraba al oído sus comentarios. De todos es sabido lo educados que son los ingleses y hasta qué extremos son capaces de llegar para no molestar a los demás, pero saber eso no evitaba que a Lucero se le pusiera la piel de gallina cada vez que él se le acercaba.

Lo peor de todo fue cuando, al finalizar la ópera, fueron a tomar una copa con sus amigos. Jack, Amanda, su hermana Rachel, Nicholas y Mónica estaban en un local a unas cuantas manzanas, y de camino hacia allí, Manu la rodeó con el brazo; según él, para evitar que se cayera con los tacones que llevaba, pero Lucero no acabó de tragarse esa excusa. Casi cada día llevaba zapatos de tacón, y él no se preocupaba tanto. Tan pronto como cruzaron la puerta del local, Manuel la soltó, respiró hondo (cosa que hacía cada vez más a menudo) y fue a charlar con Jack. Lucero se acercó a Amanda para hacer lo mismo, pero Nicholas la interceptó, se sentó a su lado y, con sus bromas y piropos, logró que se sonrojara. Era incorregible; incluso la convenció para que bailara con él un par de canciones. Lástima que al final de la segunda Manuel decidió que había llegado el momento de regresar a casa y, sin ningún tacto, tiró de ella hacia la salida.

Todas las noches, antes de dormirse, Lucero intentaba pasar revista al día para ver si lograba averiguar lo que de verdad pretendía Manuel: había veces en que llegaba a la conclusión de que él sólo quería que fueran amigos, ¿por qué si no le habría estado hablando de la guapa periodista que había conocido unos meses atrás en París? Pero había otras noches en las que estaba convencida de que él también quería algo más, ¿a qué venían si no esas caricias y esas miradas? ¿O ese instinto de protección que al parecer tenía hacia ella?

— ¿Te apetece ir a cenar hoy con mis amigos? —preguntó Manuel, sacándola así de su ensimismamiento.

Era viernes y seguro que los amigos de Manu habían reservado en algún sitio genial.

—Claro. —«A lo mejor esta noche lograré saber qué sientes por mí», pensó Lucero—. Si a ti te apetece, por mí ningún problema.

—Perfecto —respondió Manuel, y se sacó el móvil del bolsillo para llamar a Jack y confirmarle su asistencia. Era curioso, sus amigos ya daban por sentado que él y Lucero iban juntos a todos lados.

La cena era en un restaurante de Covent Garden, muy cerca de su casa; un sitio precioso, de esos donde los camareros van todos vestidos de negro. Esa noche, Jack y los demás parecían empeñados en vaciar la bodega del restaurante, y en que Lucero les contara los trapos sucios de la infancia de Manuel.

—Vamos, Lucero, cuéntanos algo muy vergonzoso —suplicó Nicholas por enésima vez mientras volvía a llenarle la copa.

—Lu—la interrumpió Manuel—, antes de hacerlo piensa en todas las cosas que yo sé de ti y que empezaré a contar. Sí, creo que comenzaré por aquel fin de año en que...

Lucero le tapó la boca con las manos. El vino se le estaba subiendo a la cabeza.

—No te atreverás.

Manuel se calló de golpe al notar las manos de Lucero sobre sus labios. Ver cómo ella le sonreía era más de lo que podía aguantar; abrió un poco la boca, y cuando su lengua rozó los dedos de su carcelera, Lu lo soltó de inmediato. A él también le estaba afectando la bebida, porque de haber tenido sus facultades intactas, nunca le habría lamido los dedos.

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♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora