capitulo 8

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En el coche ninguno de los dos habló. Afortunadamente, el trayecto no duró mucho; las termas romanas de Bath estaban sólo a diez minutos y, una vez allí, la logística de buscar aparcamiento, comprar las entradas y recoger la guía los tuvo ocupados. Tras pasar la puerta principal, Lucero se quedó paralizada. Había leído mucho sobre las termas romanas y estaba harta de ver las reposiciones de Yo, Claudio por televisión, pero el impacto de estar delante de aquellas magníficas ruinas fue muy grande. Como no se movía, Manuel le colocó una mano sobre el hombro para empujarla, pero tras lograr que reaccionara, decidió dejar la mano allí. A Lucero no parecía importarle, y a él le gustaba caminar con ella tan pegada a su cuerpo.

—Es precioso —balbuceó ella mirando el claustro principal, con la piscina llena de agua. Tan pronto como los dedos de Manuel empezaron a acariciar descuidadamente su hombro y, casi sin querer, la parte exterior de su clavícula, sintió cómo se le hacía un nudo en el estómago—. ¿Te das cuenta?, parecen vivas.

— ¿Vivas? —preguntó Manuel notando cómo una especie de calor le subía por los dedos de la mano hacia el cuello y le anidaba en el pecho. Era como si el muro que había construido en su interior empezara a agrietarse.

—Sí, vivas, las piedras, las columnas, parecen vivas; como si quisieran contarnos algo. Como si fuera importante que siguieran aquí para hablarnos, para escucharnos, como si, no sé. Como si todo tuviera algún sentido. ¿Lo entiendes?

—No, Lu, no lo entiendo, pero no importa.

Manuel no apartó la mano, y caminando uno al lado del otro empezaron la visita. Pasaron por los baños secundarios, por el baño del rey, tiraron monedas en la piscina circular y acabaron la visita en la tienda de souvenirs.

—¿Sabes que Bath se llamaba Aquae Sulis en la época de los romanos?

Manuel rompió así el silencio que se había instalado entre ellos desde hacía rato. No lo hizo porque fuera un silencio incómodo, sino todo lo contrario, y como eso lo aterrorizaba, intentó volver a la situación inicial. Empezó a contarle la historia romana de Bath y fue apartando la mano despacio. Lucero lo escuchó con atención, pero no porque le interesara enormemente lo que estaba diciendo, sino porque intentaba entender cómo hacía ese hombre para alterarla de ese modo. Habían pasado dos horas mágicas. Lucero había recorrido casi la mitad de las ruinas con el brazo de él sobre su hombro; y recordaba lo bastante de los hombres como para reconocer cuándo uno se sentía atraído por ella. Y ahora, allí estaba él, contándole la historia de Bath como si fuera un presentador de National Geographic.

— ¿Qué te ha parecido? ¿Te ha gustado la visita? —preguntó Manuel al final de su clase magistral.

—Sí, mucho. —Aunque lo que más le había gustado a Lucero había sido que, durante un rato, Manuel había sonreído, recordándole al chico de todos aquellos veranos—. Me gustaría comprarme una postal, ya sabes, no dejo de ser una turista. ¿Te importaría? —Lucero le sonrió.

—No, sólo que no tenemos mucho tiempo. Compra la que quieras y luego iremos a recoger a Nana para salir a cenar. ¿Te apetece eso o prefieres quedarte en casa?

—No, no. Lo de la cena suena genial. Así podré sonsacar a tu abuela sobre tus aventuras de adolescente. Seguro que fuiste tan malo como Antonio —dijo ella sonriéndole de nuevo.

Su sonrisa era fulminante. Cada vez que Manuel la veía, tenía ganas de besarla, y como esa opción estaba descartada, optó por ser seco. Así aprendería a no utilizarla con él.

♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora