Capitulo 2

401 49 2
                                    


La familia Hogaza era difícil de definir; si no se formaba parte de ella, no se lograba entenderla, y si sí, tampoco. Eran agotadores; siempre se peleaban y se abrazaban y se telefoneaban por cualquier tontería. Los padres, Elizabeth y Esteban, las dos “Es”, como los llamaban sus incorregibles hijos, llevaban juntos toda la vida, y aún parecían ser novios. Esteban Hogaza estaba totalmente convencido de que podía controlar el destino y que, por lo tanto, a sus hijos nunca les ocurriría nada malo; y que, además, y ésa era la parte más complicada, ellos siempre harían lo que él quisiera. Elizabeth, la matriarca, una mezcla curiosa entre una mamá italiana y una intelectual francesa, había educado a seis fieras, siete si contaba a su marido, con la más estricta suavidad. Era dulce e implacable, e imposible de engañar; todos lo habían intentado sin éxito.

Sus seis hijos también eran únicos, en más de un sentido. Antonio era el primogénito, tenía 28 años y era duro, serio y estricto, el mayor a todos los efectos. Álex y Marcos eran mellizos, lo que implicaba que nadie sabía nombrarlos por separado. A sus 26 años aún discutían sobre quién era el segundo y quién era el tercero en la cadena de mando. Lucero, tenía 24 años y, hasta el momento, una vida un poco desastrosa. Helena y Valentina eran «las niñas», y con sus respectivos 22 y 20 años, tenían una vida social muy ocupada.

La mañana siguiente a «la catástrofe», que era como Lucero llamaba a su caída por la escalera, todas sus pesadillas se hicieron realidad: perdió su empleo, pues su jefe no podía permitirse tener de baja a una diseñadora gráfica que ni siquiera estaba oficialmente contratada; Mariana , su mejor amiga, había ligado por enésima vez, mientras que a ella sólo la llamaba su vecina; y su hermano mayor, Antonio, se había pasado al bando enemigo, o lo que es lo mismo, se había aliado con sus padres para convencerla de que tenía que reorientar su vida.

Los primeros días, Lu se negó a escucharlos, pero luego vio que tenían algo de razón; una chica de 24 años, una edad fantástica, tenía que saber cuál era su objetivo en la vida, o al menos tener una vaga idea. No bastaba con que hubiera alquilado un piso en el Eixample y que tuviera un trabajo más o menos estable (más menos que más). Tenía que tener un plan, una meta. Tal vez estuvieran en lo cierto, tal vez había llegado el momento de dar un volantazo a su vida.

Así que, tres meses después de «la catástrofe», ahí estaba; aún un poco coja, pero a punto de subirse a un avión hacia Londres.

—Lu, ¿se puede saber en qué piensas? —Preguntó Antonio chasqueando los dedos delante de sus narices—. ¿Quieres tomarte un café o prefieres pasar ya el control?

—Perdona —respondió aturdida—. ¿Tengo tiempo de tomar un café? —Miró el reloj.

—Sí, si nos damos prisa —apuntó su madre, que ya caminaba hacia la cafetería.

Su padre la rodeó con el brazo:

—Ya verás cómo este trabajo en Inglaterra te irá muy bien, y Manuel cuidará de ti. Aún me acuerdo de cuando solía venir por casa todos los veranos. ¿Y tú?

—No, no mucho. —Lucero no creyó necesario informar a su padre, que era incapaz de guardar un secreto, de que de pequeña había estado pendiente de todos sus movimientos.

—Pues yo sí me acuerdo. —Su madre se añadió a la conversación mientras pedían al camarero que les trajera unos cafés—. Me dio mucha pena que se fuera a vivir a Inglaterra con su padre y su abuela. Antonio, ¿qué le dijiste a Manuel cuando lo llamaste?

Lucero miró a su hermano, muy interesada por escuchar la respuesta a esa pregunta.

—La verdad; que Lu se había roto una pierna y que cuando se recuperara quería dar una nueva orientación a su carrera profesional. Dado que él es el editor jefe de la revista en la que trabaja, pensé que podría ayudarla. Y así ha sido, ¿no?

Pagaron la cuenta y Lucero, con lágrimas en los ojos, se despidió de ellos. Si en ese instante se le hubiera ocurrido una excusa para poder quedarse, habría recurrido a ella sin dudarlo, pero todo su cerebro estaba centrado en lo que la esperaba al llegar a Heathrow: un nuevo empleo, una nueva oportunidad, una nueva ciudad, y volver a ver a Manuel.

El empleo le venía genial, siempre había deseado trabajar en una revista y seguro que podría aprender mucho. La oportunidad; haría todo lo que estuviera en sus manos, y más aún, para no desaprovecharla. La ciudad; Londres siempre le había encantado y estaba ansiosa por vivir allí durante seis meses, en principio, lo que iba a durar su contrato en la capital británica. Manuel... bueno..., seguro que después de once años, una ya ha superado la tontería del primer chico que le gusta, ¿no? Tan malo no podía ser. Al cabo de unas tres horas se dio cuenta de que era aún peor.

ENSEGUIDA SUBO EL CAPÍTULO 3🤭😉🤩 POR FAVOR DENLE APOYO A LA HISTORIA 🥺

♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora