Capitulo 5

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Salieron de la terminal y se dirigieron hacia el coche de Manuel. Como en todos los aeropuertos de las grandes ciudades, había muchísima gente, muchos coches y mucho tráfico. Tardaron más de media hora en salir de aquel caos y en todo ese rato Manuel le estuvo preguntando cómo había ido el vuelo y si ya se había recuperado del todo del accidente.

—La verdad es que sí —contestó Lucero —. Fue una tontería, pero con dos dedos rotos y el tobillo dislocado tuve que hacer mucho reposo, y eso casi me vuelve loca.

— ¿Ya no lees? —preguntó él.

— ¿Perdona?

—Te he preguntado si ya no lees. Me acuerdo que de pequeña siempre llevabas un libro entre las manos.

Lucero se quedó perpleja y tardó unos segundos en contestar.

—Sí, aún leo. Mucho. —Se sonrojó. ¿Cómo podía ser que se acordara de eso?—. Demasiado, según mi madre.

— ¿Demasiado? —Manuel levantó una ceja sin apartar la vista del tráfico.

—Sí, bueno, ya sabes. —Levantó las manos como para justificarse—. Mi madre cree que debería salir más. ¿Falta mucho? —preguntó de repente, no porque tuviera prisa por llegar, sino porque quería cambiar de tema. No iba a contarle que uno de los motivos por los que leía tanto era porque tenía casi todas las noches libres.

—No demasiado. Mi apartamento está muy cerca de Covent Garden. Por desgracia, ahora es una zona muy turística, y muy cara, pero a mi abuela y a mí nos gustó mucho y decidí alquilarlo.

— ¿Tu abuela sigue viva?

—Claro que sí. Estoy convencido de que Nana ha hecho un pacto con el diablo y que nos enterrará a todos. —Tomó la siguiente salida y entró en la ciudad—. ¿Conoces a Nana?

—No, pero me acuerdo de que cuando éramos pequeños solías hablar de ella, y como mis abuelos ya han muerto creí que... ya sabes.

—Siento lo de tus abuelos. Antonio siempre me ha mantenido al tanto de las cosas que sucedían en vuestra la familia. A él le afectó mucho la muerte de tu abuelo.

—Sí, tenían una relación muy especial. —lucero fijó la vista en el paisaje. Siempre se emocionaba al hablar de sus abuelos.

Manuel se dio cuenta y decidió tratar de animarla.

—Nana vive en Bath. ¿Te gustaría conocerla? —Al ver que ella asentía, añadió—. Si quieres podríamos ir a verla este fin de semana, o el próximo. Seguro que ella estará encantada de conocerte.

—Por mí estupendo, pero no quiero causarte ninguna molestia. Seguro que tú ya tienes planes para el fin de semana, y yo puedo arreglármelas sola.

—No digas tonterías. —Manuel pensó en que había quedado con Jack y sus amigos para cenar, pero sabía que a ellos no les importaría que no fuera—. Si mañana no estás cansada, la llamo y vamos. ¿De acuerdo?

Manuel le tocó el brazo con la mano para que ella se volviese hacia él.

—De acuerdo —respondió Lucero.

—Además, también hay un montón de gente impaciente por conocerte. Todos mis amigos sienten curiosidad por ver a la «hermanita» de Antonio.

— ¿Ah, sí?

—Sí, digamos que tu hermano ha causado sensación en cada una de sus visitas. Pero me temo que no puedo contártelo. Ya sabes, no quiero perder ningún brazo. —Le guiñó un ojo.

Lucero se rió y Manuel se alegró de que ya no estuviera tan pensativa.

—Sí, tienes razón. Antonio es un poco... quisquilloso con sus cosas.

—¿Quisquilloso? Yo lo definiría de otro modo, pero como es tu hermano...

—¿Y tú?

—¿Yo qué? —Manuel entró en la calle donde estaba el garaje en el que tenía alquilada plaza para el coche.

— ¿Eres tan reservado como Antonio?

—Peor —respondió sin pensar.

—¿Peor? —Lucero se quedó perpleja—. Me acuerdo que de pequeño eras incapaz de guardar un secreto y que nunca te importaba hablar de tus ligues. —Por mucho que eso le doliera a ella.

—Ya, bueno. Ha pasado mucho tiempo y... —Se quedó en silencio un momento—. He cambiado. El Manuel que tú recuerdas ya no existe.

¿A qué venía esa frase?, pensó lucero.

—¿No existe?

—No.

Manuel aparcó el coche y paró el motor. Lucero puso una mano encima de la de él, que aún mantenía sobre el cambio de marchas. Fue como si esa caricia le recordara que no estaba solo. Sacudió la cabeza y, cuando la miró, toda su seriedad había desaparecido.

Lucero estaba embobada mirando aquella fachada tan colorida y aquella puerta tan chillona.

—Sí. ¿Ésta es tu casa? —Señaló con el dedo—. ¿violeta? – mi color favorito- Pensó lucero -

—A mí no me mires. Ya estaba así cuando la alquilé. Cuando te acostumbras no está tan mal. Los repartidores la encuentran con facilidad. —Ladeó un poco el labio superior para sonreír.

—No, si me gusta, me gusta mucho. Es sólo que me extraña que a ti te guste. Pareces tan serio; de pequeño creo recordar que eras «violeta», pero ahora definitivamente no, aunque no sé qué color eres... verde quizá. Siempre me ha gustado relacionar a las personas con colores. —Lucero empezó a sonrojarse al acabar la frase.

— ¿Verde? ¿Se puede saber por qué ya no soy violeta? —Manuel encontró la llave y satisfecho con ese pequeño triunfo, la sacó del bolsillo y abrió la puerta—. Dejo la maleta y mientras tú te instalas iré a comprar unos bocadillos aquí al lado. ¿Te parece bien?

—Perfecto. —Lucero lo miró a los ojos y sintió un gran alivio al no tener que contestar a su pregunta sobre los colores—. ¿Seguro que no tienes ningún plan para esta noche? Yo puedo quedarme aquí sola. La verdad es que estoy tan cansada que me dormiré en seguida.

—Seguro. Vamos, no te preocupes. —Casi sin ser consciente de lo que hacía le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja—. Además, quiero que me cuentes toda esa teoría tuya de los colores.

El alivio había durado muy poco.

Manuel le enseñó la habitación que iba a ocupar durante los seis meses. Era una habitación pequeña que seguro que él había estado utilizando como trastero, pero la cama era preciosa, y las sábanas combinaban con las cortinas que cubrían una ventana que daba a un pequeño jardín interior.

Lucero lo miró sorprendida.

—Lo escogió Silvia —dijo Manuel contestando a la muda pregunta que ella le había formulado con los ojos—. La mujer de Santiago, el director de la revista.

—Dale las gracias de mi parte y dile que tiene muy buen gusto. —Lucero se sentó en la cama. Era muy cómoda.

—Se lo podrás decir tú misma. Ellos también están impacientes por conocerte. —Manuel se pasó las manos por el pelo—. Voy a salir a comprar, ¿te apetece algo en particular?

—Lo mismo que tú estará bien. —Lucero hizo el gesto de coger su bolso pero la mano de Manuel se cerró encima de la de ella.

—Espero que fueras a coger el móvil, porque si ibas a darme dinero tendré que adoptar medidas drásticas.

Volvió a guiñarle el ojo mientras con el pulgar le acariciaba el interior de la muñeca.

— ¿Cómo de drásticas? —No podía creer que acabara de decir eso. ¿Cuándo había aprendido a flirtear?

Manuel la soltó y se apartó de ella.

—No lo sé, pero seguro que se me ocurriría algo

♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora