Capítulo 42

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Manuel soltó el aire que no sabía que estaba reteniendo en los pulmones, y la besó.
Lucero estaba apoyada contra la pared, Manuel la tenía atrapada, había colocado cada una de sus manos al lado de su cabeza, y con el vientre y las piernas la mantenía totalmente prisionera. Tampoco era que Lucero quisiera ir a ninguna otra parte; por nada del mundo.
Los besos habían comenzado dulces, despacio, pero ahora eran cada vez más hambrientos.
Los dos hacían esfuerzos por respirar, una actividad demasiado sobrevalorada.
Manuel se apretó aún más contra ella, como si quisiera fundirse con su cuerpo, y abandonó su boca para centrar su atención en su cuello.
Le lamió el interior de la muñeca y Lucero gimió. Notar los labios de Manuel contra su piel era algo que pensaba que no volvería a suceder.

—Manuelito. —A ella le costaba respirar—. Me tiemblan las rodillas.

—Eso es bueno.

Él seguía besándole el cuello. Con una mano empezó a quitarle la camiseta a la vez que metía una rodilla entre sus piernas. Apretó su erección contra su cuerpo y volvió a besarla. La boca de Lucero lo volvía loco, su forma, su textura, cómo temblaba cuando él estaba cerca, cómo se movía al ritmo de la de él. Nunca se había fijado en esos detalles, pero con ella todos parecían importantes. Sus suspiros, sus temblores. Todo.

—Tu olor. Casi me vuelvo loco estas semanas, oliendote. ¿Sabes que antes de meterme en la ducha huelo tu perfume? —Estaba tan excitado que no se daba cuenta de lo que decía, sólo era consciente de que necesitaba tocarla, besarla, estar dentro de ella. Tenía que recuperar el control o todo acabaría demasiado pronto, y si de algo estaba seguro era de que Lucero merecía más que un revolcón rápido en el suelo. Así que dejó de besarla y volvió a centrar su atención en su cuello. Era preciosa, tenía una piel suave y respondía a sus caricias con una naturalidad que lo volvía loco. ¿Cómo había podido pasar tanto tiempo viviendo con ella sin tocarla todos los días? Los dos habían perdido un tiempo precioso. Lu colocó una de sus manos en su erección, lo acarició y, cuando notó que él se apretaba aún más contra su mano, lo acarició con más fuerza. Apartó la mano un segundo con la intención de repetir la caricia, esta vez sin la barrera del pantalón. Aunque éste no era un gran impedimento: el algodón del pantalón de Manuel era delgado, el de unos pantalones que se han lavado mucho, pero él no se veía capaz de aguantar las caricias de Lu directamente sobre su piel. Quería, necesitaba que ella estuviera tan al límite como él antes de hacer el amor. No se planteó el porqué, siempre había sido un amante generoso y siempre se había preocupado de sus parejas, pero Lu era... No sabía qué era, sólo sabía que todo aquello era nuevo para él, y que quería que fuera especial. Tanto en la cama como fuera de ella. Quería que Lu se quedara, que fuera suya. La mordió suavemente. Primero sólo iba a besarla otra vez en el cuello, pero al sentir cómo temblaba, le vino a la cabeza la película que acababan de ver. Era una idea infantil, pero en ese momento pensó que quizá Lucero  y él sí tenían un futuro junto, y que quizá estaban destinados a estar el uno con el otro. La mordió un poco más fuerte, sin hacerle daño; nunca le haría daño. Sólo quería sentirla suya, y cuando la notó temblar y apretarse aún más contra su vientre, vio que a ella también le gustaba.

—Creo que empiezo a entender a Drácula, tu sabor es mejor que el olor, más intenso.

Y antes de que ella pudiera contestar, la besó. Un beso húmedo, profundo, que ninguno de los dos podría olvidar nunca. Sus lenguas se acariciaron, ella le mordió el labio inferior y él tomó posesión de su boca. Se saborearon. Para Lu, el sabor de Manuel  era un sueño hecho realidad, le encantaba cómo su lengua la acariciaba; como si fuera una fruta exótica, como si quisiera impregnarse de ella. Lucero se notaba el pulso acelerado, tenía que tocar a Manuel, sentir su piel contra la de él, comprobar que su corazón latía tan rápido como el de ella, cómo temblaba si lo tocaba, cómo sudaba al tenerla cerca, de modo que le quitó la camiseta y le acarició la espalda. Cuando sintió que él temblaba tanto como ella, la recorrió un escalofrío. Los labios de Manuel volvieron al cuello de Lu. Miró la marca que sus dientes le habían dejado y se la besó. Lucero se movía contra su erección, le acariciaba la espalda y le lamió el sudor del cuello. Él centró ahora su atención en los pechos, primero le recorrió el cuello con la lengua hasta encontrar la tira del sujetador, que siguió hasta llegar a su objetivo. No la desnudó, sino que besó el encaje rosa, se lo acarició.

♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora