—Santi, si cuentas otra vez lo de esa fiesta, juro que dormirás solo lo que te queda de vida —lo riñó Silvia sonriendo—. No puedo creer que me convencieras de hacer esas locuras.—Eh, no todo es culpa mía —respondió él entre carcajadas—. No soy yo el que se apuntó a clases de danza del vientre.
—No pienso dignificar ese comentario con una respuesta. —Silvia se levantó sonrojada de la silla—. Lucero, ¿quieres que te enseñe los artículos que Manuel escribió en la universidad, mientras los «chicos» recogen la mesa y friegan los platos?
—Me encantaría —respondió ella aún riendo—. ¿Ya se han ido a dormir las niñas?
—Sí, hace un rato. Santi, Manuel, espero tener todos los platos y las copas limpias y enteras en unos veinte minutos. Nosotras los esperamos sentadas delante de la chimenea. —Se dirigió a Lucero—. ¿Vamos?
—Sí, claro.
Se levantó y siguió a Silvia hasta una habitación que hacía las veces de biblioteca y despacho y en la que había una chimenea con el fuego encendido. Silvia se dirigió a un escritorio y de un cajón sacó una carpeta azul, se sentó en un sofá y le indicó a Lu que se sentara a su lado.
—Siempre he guardado los artículos de Manuel.
—¿Seguro que no quieres que vaya yo a fregar los platos y así Santi y tú están un momento tranquilos a solas? —preguntó Lu un poco incómoda por haber dejado a su anfitrión atrapado en la cocina.
—Vaya tontería. A Santi le encanta fregar platos, y así podrá interrogar a Manuel sobre ti. Vamos, siéntate. Aparte de los artículos también tengo algunas fotos que quiero enseñarte.
Lucero no pudo resistir la tentación y se acomodó al lado de Silvia.
—¿Desde cuándo conoces a Manuel?
—Desde que murió su padre, hace ya nueve años. Me acuerdo porque Alicia acababa de nacer, y a Manuel le encantaba quedarse en su habitación, mirándola mientras dormía. —Rebuscaba entre los papeles de la carpeta—. Mira, este artículo es el primero que Santi descubrió.
Lucero empezó a leerlo; era fascinante la fuerza y la rabia que se desprendía de cada línea. Oyó cómo Silvia se levantaba y cogía una fotografía que había encima de una mesita.
—Esta fotografía es de ese invierno. —Se la acercó a Lu —. Siempre ha sido una de mis favoritas. Santi quería que la incluyera en una de mis exposiciones, pero siempre me he negado. Es demasiado íntima, demasiado mía.
—Lo entiendo —susurró Lu ensimismada mirando la foto. En ella, Manuel estaba sentado en un sofá, con Alicia en los brazos. Los dos estaban dormidos y por la ventana de la habitación entraba una luz mágica que hacía que los dos parecieran igual de inocentes, igual de necesitados de protección.
—Recuerdo ese día —explicó Silvia—. Yo volvía de fotografiar unos terneros recién nacidos y cuando entré en la habitación y los vi no pude resistir la tentación. Se los veía tan dulces, tan tranquilos. Creo que era la primera vez que Manuel dormía en dos semanas.
Lucero notó cómo los ojos se le llenaban de lágrimas, y para relajar un poco el ambiente decidió cambiar de tema.
—¿Eres fotógrafa?
—Sí, bueno, lo intento. —Silvia la cogió de la mano—. No te preocupes por llorar, él no ha sido capaz de hacerlo, así que está bien que alguien que le quiera llore por él.
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♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎
RandomLucero, una joven diseñadora gráfica que vive en Barcelona, se ve forzada a redirigir su carrera profesional a causa de un accidente. Aconsejada y apoyada por su familia, Lucero se traslada a Londres. Su hermano Antonio ha intercedido para que Manue...