capitulo 6

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Lucero se despertó desorientada. ¿Dónde estaba? Se levantó para ir al baño y, cuando se tropezó con su maleta, se acordó.

Londres. Manuel.

Bueno, tenía que ducharse, cepillarse los dientes e intentar disimular las ojeras que seguro tenía. Sus dos hermanas, Valentina y Helena, se despertaban siempre frescas como una rosa, herencia de su abuela materna. Pero lo único que Lucero había heredado de su abuela era su afición al chocolate. La genética tiene un extraño sentido del humor. Abrió la maleta y rebuscó entre su ropa hasta encontrar el neceser; cogió lo que necesitaba y se dirigió al baño. Cuando abrió la puerta, se despertó de golpe.

—Buenos días. ¿Has dormido bien?

Manuel estaba de pie delante del espejo, afeitándose, recién duchado. Llevaba únicamente una toalla atada a la cintura. Por la mente de Lucero empezaron a desfilar imágenes de anuncios de colonias, de 9 semanas y media y de Dirty Dancing. Tenía que contestar algo, pero con aquellas gotas de agua que resbalaban por la espalda de Manuel reclamando su atención no tenía ni idea de lo que él le había preguntado. Ante la duda, optó por lo seguro, no contestar nada.

—Buenos días. Iba a ducharme. Volveré más tarde —dijo ella dándose ya media vuelta.

—No te preocupes, yo ya me iba. Pasa. Entra y dúchate tranquila mientras yo preparo el desayuno. ¿De acuerdo?

Manuel se echó agua en la cara, cerró el grifo y salió sin esperar a que Lucero le contestara.

«Lucero, tienes que serenarte —pensó ella para sí misma—. Valentina y Helena tienen razón, hace demasiado tiempo que no sales con chicos; basta con que veas a uno medio desnudo para que no sepas ni caminar. Claro está que el espécimen que tienes delante es extraordinario. Menuda espalda, eso debería estar prohibido. En fin, lo mejor que puedes hacer es ducharte.»

Mientras seguía aleccionándose a media voz, se fue desnudando, y sólo calló para abrir el agua. Tenía que hacer un esfuerzo y tratar a Manuel como si fuera su hermano. Lo conocía desde pequeña y ahora ya no era una adolescente; era perfectamente capaz de controlar la atracción que sentía por él. Tampoco había para tanto, seguro que durante aquellos meses conocería a alguien y ella y Manuel sólo serían amigos.

Manuel se vistió, ¿estaba hablando sola? Sonrió. Según Antonio, Lucero solía hacerlo a menudo. Aún se acordaba de un día de verano en que la oyó sermonearse durante horas por haber comido demasiado helado. Ante el recuerdo, sus labios esbozaron una sonrisa, y se dirigió hacia la cocina. Buscó la tetera, dos tazas y preparó unas tostadas; debería tener naranjas, pero estaba convencido de que en algún lugar había zumo, así que empezó a abrir los armarios de la cocina. Como era sábado y no tenían que trabajar, Manuel pensó que podrían aprovechar el día para que Lucero conociera un poco la zona o, si ella lo prefería, podían ir a Bath, a visitar a su abuela, y quedarse allí hasta el domingo. Sí, ése era un buen plan, llamaría a Nana en seguida. Se dio la vuelta tan rápido que chocó de frente con su invitada.

—Lo siento, no te había visto.

—No pasa nada. —Aún un poco nerviosa, se puso las manos en los bolsillos—. ¿Has preparado el desayuno?

Ahora que se había vestido, ya se veía capacitada para hablar con él. Se había duchado en un tiempo récord, y se había puesto sus vaqueros favoritos y un jersey ajustado negro, de lana muy fina. Siempre que llevaba ese jersey se sentía muy atractiva, era ceñido donde tenía que serlo y, citando a Marcos, su terrible hermano: «Es una de esas prendas que hacen que un hombre se pregunte qué hay debajo». Se había secado el pelo y pintado un poco; si tenía que ir a la guerra, tenía que equiparse, ¿no? Lo único que desestimó antes de salir de la habitación fueron las botas, no quería parecer demasiado arreglada, así que optó por dejarse puestas las zapatillas.

♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora