Capitulo 12

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En la calle se notaba que era lunes y que la gente tenía que ir a trabajar; todo el mundo parecía llegar tarde. Lucero y Manuel se dirigieron al metro. The Whiteboard estaba sólo a dos paradas y, mientras esperaban, Manuel le contó los distintos caminos que podía utilizar para ir al trabajo y las ventajas e inconvenientes de cada alternativa. Cuando salieron del vagón, a Lucero empezaron a temblarle las piernas y se sentó en un banco de la estación.

—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal? —le preguntó Manuel preocupado.

—No, bueno —respondió ella sin mirarlo a la cara—. Estoy nerviosa y, cuando estoy nerviosa, además de hablar sin sentido, me tiemblan las piernas. Es sólo un momento.

Manuel se sentó a su lado y le puso una mano sobre la rodilla.

—No te preocupes. —Tras un silencio añadió—: Creo que nunca me había sentado en un banco del metro. ¿Sabes?, Lu, desde que has llegado, y sólo hace tres días, me siento distinto. El problema es que aún no he decidido si me gusta o me molesta.

Este último comentario consiguió llamar la atención de Lucero, que levantó la cabeza y se encontró mirando directamente a Manuel a los ojos, con lo que él se atrevió a añadir:

—Aunque hay una cosa que sí tengo clara.

— ¿Ah, sí?

—Sí, y es que me da miedo averiguarlo.

Lucero vio que hablaba en serio. Aquel hombre de casi dos metros, que había cruzado medio mundo persiguiendo noticias, le tenía miedo. Pero en sus ojos había algo más que miedo; había curiosidad. La misma curiosidad que había en los de ella. No era la fascinación infantil que había sentido de pequeña, sino algo más profundo, más real. Manuel desvió la vista hacia sus labios. Seguía sin decir nada y ella tampoco sabía qué responder a su último comentario. Él la miraba concentrado, como si estuviera sopesando qué decir y cómo decírselo. A Lucero se le empezó a acelerar el pulso, y la estampida de búfalos que había sentido cuando lo vio días atrás, volvió a atravesar su estómago. Manuel parecía fascinado y, despacio, levantó la mano y la acercó al rostro de Lucero. En ese instante, el resto del mundo desapareció. La estación de metro, la gente, el ruido, todo. Sólo estaban ellos dos mirándose a los ojos como si fuera la primera vez. Manuel le acarició la mejilla, sus dedos temblaban casi tanto como las piernas de Lucero. Le recorrió la ceja con el dedo índice, resiguió lentamente la nariz y se detuvo encima de sus labios. Una breve pausa y su boca siguió el mismo destino.

Manuel se apartó como si de repente se hubiera dado cuenta de dónde estaban. Respiró hondo y carraspeó. Cuando volvió a hablar, Lucero no supo si habían pasado dos minutos, dos segundos o dos horas.

—Deberíamos irnos. —Se levantó y esperó a que ella hiciera lo mismo—. Es por aquí —señaló Manuel . La cogió por el brazo y se detuvo de nuevo delante de ella—. Lucero, lo siento.

— ¿El qué? —Ella fingió no saber a qué se refería.

—Eh... —Manuel se sonrojó de nuevo—. Haberte... besado. —Ni él mismo sabía cómo definir lo que acababa de pasar.

Ah, eso. —Hizo un esfuerzo por no ruborizarse y aparentar normalidad—. No te preocupes. Ya sabes, los latinos somos muy cariñosos, y al fin y al cabo tú sólo eres medio inglés, ¿no? — Lucero no sabía cómo se le había ocurrido semejante tontería—. Además, seguro que no te has olvidado de que en mi familia todo el día nos estamos besuqueando y abrazando. Aún me acuerdo de lo incómodo que te sentías cuando mi madre te achuchaba.

—Ya, claro —farfulló Manuel agradecido por el cambio de enfoque—. No quisiera que te sintieras incómoda conmigo. No debería haberlo hecho.

—Para ya, pareces sacado de una novela de Jane Austen. No me siento incómoda contigo, y tampoco voy a llamar a mi padre o a mis hermanos para que te obliguen a casarte conmigo.

—Me alegro.-Manuel empezaba a relajarse de nuevo, pero siendo sincero consigo mismo, tenía que reconocer que le molestaba un poco que ella no estuviera más afectada por su beso—. Deberíamos acelerar el paso o no llegaremos.

♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora