Capitulo 13

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Caminaron a más velocidad y, tras unos doscientos metros, se detuvieron delante de un edificio negro con cristales tintados y un guardia de seguridad en la puerta. En una de las placas de la pared se leía «The Whiteboard».

«Bueno, supongo que aquí empieza mi futuro», pensó Lucero.

—¿Preparada? —preguntó Manuel.

—Sí. Preparada.

—Tu departamento está en el primer piso, yo estoy en el segundo, junto con los periodistas, y con Sam, el señor Abbot, el director. Ahora está de viaje, pero cuando vuelva te lo presentaré. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

Estaban en el ascensor, por suerte con más gente, oficinistas de otras empresas que ocupaban también el edificio. Se paró en la primera planta y ellos dos salieron.

—Tu trabajo va ser sencillo al principio. Luego ya se irá complicando. Vamos a buscar a Jack para que te presente al resto del equipo y te cuente los detalles. ¡Jack!

En ese momento, Jack, que estaba sentado delante de un ordenador, se levantó y se dirigió hacia ellos.

Debía de tener unos treinta y pocos años y era la viva imagen del típico aventurero. Nada más verlo, Lucero pensó que sería genial para sustituir a Harrison Ford en el papel de Indiana Jones, o como imagen del National Geographic.

—Jack, te presento a Lucero Hogaza, la nueva diseñadora del departamento. —Al ver que la miraba con curiosidad añadió—: Fui a buscarla al aeropuerto el viernes, ¿recuerdas que te lo comenté?

—Sí, claro. Es un placer, Lucero . —Le besó la mano—. Y dime, ¿a pesar de que Manuel llegó tarde al aeropuerto has decidido quedarte?—Le soltó afectuosamente la mano—. Te juro que los ingleses auténticos no somos así. Nosotros sí que sabemos cómo tratar a una dama.—Le cogió el abrigo—. ¿Cómo has pasado?

—Bien, gracias. Y sí, al final me quedo. Tampoco tengo adonde ir.

—Eso es porque no quieres —respondió Jack flirteando, como era costumbre en él.

—Déjate de tonterías, Jack, a las diez tengo una reunión y quiero dejar a Lucero instalada en su sitio. —«Además —pensó Manuel—, si vuelves a mirarla de esa manera te saco los ojos de las órbitas.»

A Lucero, ajena a esos pensamientos, le sorprendió bastante el tono de Manuel, y para quitarle aspereza a sus palabras le dijo:

—Tranquilo, vete. Seguro que Jack me tratará muy bien. Intentaré no hacerte quedar mal.

Jack se dio cuenta de que entre aquellos dos pasaba algo, y decidió optar por hacerse el tonto y dejar de flirtear con Lucero antes de que Manuel decidiera arrancarle la cabeza.

—Nosotros también tenemos mucho trabajo, así que si quieres seguirme te presentaré a los diseñadores, fotógrafos y otros lunáticos del departamento. Manuel, nos vemos luego y te cuento lo del reportaje sobre China. Adiós.

Dicho esto, Jack y Lucero dejaron solo a Manuel frente al ascensor. Se quedó refunfuñando entre dientes algo así como «¡Que no sé cómo tratar a una dama!». Al final, decidió subir al segundo piso por la escalera, a ver si así se relajaba un poco.

Jack presentó a Lucero a todo el departamento gráfico, la condujo a un pequeño cubículo al lado del suyo y le explicó qué se esperaba de ella. Su trabajo iba a consistir básicamente en maquetar las páginas. Tenía que revisar los tipos de letra y los espacios, y asegurarse de que las fotografías estuvieran colocadas correctamente antes de enviar la versión definitiva a imprimir. No era muy creativo, pero le permitiría conocer el mundo de la edición y, si era lista, quizá algún día podría dar el salto hacia algo más. Además, en su currículum iba a quedar muy bien el hecho de haber trabajado en una revista inglesa y, cuando volviera a Barcelona, seguro que encontraría la manera de sacarle partido. Eso era lo que Lucero más deseaba, que al volver a su ciudad todo aquello hubiera servido para algo; si no, no sabía qué narices estaba haciendo en Londres, sin su familia, rodeada de gente con un peculiar sentido del humor, y enamorándose de un hombre que por el momento no quería tener ninguna y que se reservaba para alguien muy especial a quien ni siquiera conocía aún.

Por suerte, gracias a Jack y a sus otros compañeros, su primer día de trabajo fue todo un éxito. Lucero se hizo rápidamente con los programas de la revista y en seguida captó en qué consistía su tarea. Las horas pasaron volando, y cuando llegó la hora de salir, Jack apareció por encima de su cubículo.

—Esto es todo por hoy. Vamos, no nos hagas quedar mal haciendo ya horas extra y vete a casa. ¿Esperas a que venga Manu o te vas sola?
Lucero no dijo palabra.
—Bueno, así qué, ¿esperas a Manuel o no? Yo voy saliendo.

Lucero estaba pensando qué debía hacer cuando se abrió el ascensor y de él salió su objeto de preocupación.

— ¿Estás lista para irnos?

—No puedo creer lo que ven mis ojos —intervino Jack burlón—.Manuel yéndose de la revista antes de la una de la madrugada. Imposible. Lucero—prosiguió dirigiéndose a ella—, te has ganado mi admiración para toda la vida.

—No digas tonterías —respondió ella sonrojada.

—Eso mismo, no digas tonterías —la secundó Manuel, y cogió el abrigo de Lucero, que estaba colgado en el perchero que había junto al ascensor—. Vamos, antes de ir a casa me gustaría enseñarte un poco el barrio.

Jack, que no podía dejar de sonreír, observó cómo los dos se iban juntos, e iniciaban así una rutina que se repetiría a lo largo de toda la semana.

En efecto, a partir de ese día, siempre que le era posible Manuel iba a buscar a Lucero para irse juntos a su casa. Pero la verdad era que tardaban horas en llegar. Al final de la jornada de trabajo, los dos tenían tantas cosas que contarse que solían dar un paseo para poder charlar. Ella acostumbraba a detenerse a comprar lo que iba a cocinar esa noche y, para compensarla, él la llevaba a los rincones más insólitos y bonitos de la ciudad. Con Lucero, Manuel estaba descubriendo un Londres que nunca había visto. Era como si la ciudad se hubiera llenado de olores y colores que antes no estaban allí.

♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora