«Debería soltarla», pensó Manuel, pero no podía. Acababa de tener el mayor orgasmo de su vida y aún estaba excitado. Eso no era normal, o al menos no para él. No podía parar, no podía dejar de moverse, quería, necesitaba volver a sentir cómo ella lo envolvía en su calor una vez más. Intentó obligarse a apartarse, pero cuando casi había reunido las fuerzas necesarias para hacerlo, Lucero volvió a mover las caderas, dándole permiso para volver a perder el control. Esta vez intentó ser más delicado, se dijo que la acariciaría, que la besaría... pero se equivocó. En cuanto ella le lamió el lóbulo de lo oreja, todo su cuerpo se prendió fuego, y juntos se precipitaron de nuevo hacia el límite.Pasados unos minutos, se dio cuenta de que con dos veces tampoco tenía bastante; tal vez nunca lo tuviera. Lucero se había dormido abrazada a él y, con mucho cuidado, la colocó a su lado y se levantó para ir al baño. Regresó en seguida y se quedó mirándola Había sido un error. Los dos llevaban semanas atormentándose con miradas furtivas y caricias inocentes, y esa noche el vino había destruido las pocas defensas que a ambos les quedaban. De todos modos, Manuel era lo bastante honesto como para reconocer que había sido la mejor noche de toda su vida. Por mucho que quisiera engañarse y justificar su comportamiento por el nivel de alcohol en su sangre o por el cansancio acumulado, nada podía ocultar lo que había sentido al acostarse con Lu. Él había estado con bastantes mujeres, no podía decirse que fuera un semental ni un mujeriego, pero tampoco había sido un monje, y nunca, nunca, había sentido tanto placer como esa noche con ella. ¿Cómo podía saber si era algo más? ¿Cómo podía saber si valía la pena arriesgarse? ¿Que no acabaría como su padre?
La respuesta era muy sencilla; no podía saberlo. Y, por el momento, Manuel no estaba dispuesto a arriesgarse. Así que sólo le quedaba una opción: seguir solo. Se abrazó a Lucero. Ella aún estaba dormida, y Manuel aprovechó cada instante para acariciar su piel y grabar en su memoria cada detalle, porque cuando se despertara, le diría que esa noche maravillosa había sido sólo una noche de sexo sin compromiso, y que él no sentía nada por ella.
En resumen, iba a mentirle.
Cuando Lucero abrió los ojos, se dio cuenta de tres cosas: una, le dolían partes de su cuerpo que no recordaba que tuviese, y dos, el culpable de eso ya no estaba a su lado tres las sábanas tenían parches de sangre. Se desperezó un poco y cerró de nuevo los ojos para recordar los besos y las caricias de la noche. Hasta entonces, Lucero creía que esos ataques de pasión sólo ocurrían en las películas y en esas novelas que a ella tanto le gustaba leer, y por primera vez en su vida se alegraba de poder decir que la realidad, en ocasiones, supera a la ficción. Dios, ese hombre debería llevar la señal de «peligro, inflamable» pegada a la frente. Pero a pesar de lo mucho, mucho, que le había gustado lo que habían hecho juntos, Lucero no podía dejar de sentir que faltaba algo; algo que hacía que no hubiera sido perfecto. Había una frase que se le había quedado grabada en la mente: «Yo no puedo hacer esto. No contigo». Le dolía que Manuel lo hubiera dicho, y no podía fingir que no sabía lo que quería decir. Él nunca había ocultado que, , por el momento, no quería tener ninguna relación estable con nadie, que lo único que quería y podía ofrecer a una mujer era una relación física. Lucero sabía perfectamente lo que él había querido decir con esa maldita frase. Manuel sólo estaba dispuesto a involucrar su cuerpo, y mientras su corazón no siguiera el mismo camino, lo único que podían compartir era sexo; y ella no estaba dispuesta a conformarse con eso Lucero se dio cuenta de que quedarse allí tumbada en la sábana con sangre, intentando imaginar lo que iba a suceder, no llevaba a ninguna parte, así que se desperezó por última vez y fue a ducharse. No sabía cómo iba a encontrar a Manuel después de lo de la noche pasada, pero sí sabía que necesitaba tener la cabeza despejada antes de hablar con él.
Manuel oyó el agua de la ducha y repasó todo lo que tenía intención de decirle a Lucero. Asumiría toda la responsabilidad de lo sucedido y le recordaría que ella era la hermana de su mejor amigo y, como tal, no podían tener una aventura. Sí, una aventura era todo lo que estaba dispuesto a ofrecerle. Él sabía que era insultante, y de hecho contaba con que ella se sintiera tan ofendida que nunca más quisiera saber nada de él. Eso era mucho mejor que correr el riesgo de tener una relación normal y acabar enamorándose o, lo que era aún peor, acabar como su padre. En cualquier caso, tampoco quería llegar a ese punto, lo que pretendía era convencer a Lucero de que lo de la noche anterior había sido una locura, que no volvería a repetirse, y que lo mejor que podían hacer era olvidarlo. Ellos tenían que trabajar y vivir juntos. Por muy peligroso que pareciera, Manuel no estaba dispuesto a permitir que ella se fuera de su apartamento. Se decía a sí mismo que era porque se lo debía a toda su familia, pero una pequeña parte de él sabía que eso era sólo una excusa. Conveniente, sí, pero una excusa al fin y al cabo Lucero salió de la ducha agarró las sábanas y las llevo al lavado para quitarle las manchas de sangre, las dejo en un lado para dejarlas a secar, se cambio y se arregló y salió.
—Manuel, ¿piensas contestar?
— ¿Qué? —Preguntó él, que ni siquiera se había dado cuenta de que Lucero había entrado en la cocina—. ¿Qué pasa?
—El teléfono, ¿piensas contestar?
—Claro. —Se dio la vuelta y abrió su móvil—.Mijares. —Siempre contestaba así cuando lo llamaban del trabajo—. De acuerdo. Voy para allá.
Tras esta escueta conversación, se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta.
—Manuelito, ¿quién era? ¿Pasa algo? ¿Por qué te llaman de la revista un sábado por la mañana? —preguntó Lucero preocupada
Entonces, Manuel pareció acordarse de que ella estaba de pie a su lado y se volvió para mirarla.—Era Santi, el director de la revista —respondió él poniéndose la chaqueta—. Al parecer, en la edición de esta semana de la revista The Scope aparecen dos de los artículos que nosotros teníamos preparados para nuestro número.
Lucero no entendía nada, y eso debió de reflejarse en su rostro, porque Manuel añadió:
—El mismo artículo exactamente. No el mismo tema, ni el mismo enfoque. El mismo artículo. Nos lo han robado.
— ¿Robado? —Levantó las manos asombrada—. ¿Por qué?
—No lo sé. Supongo que en The Scope no deben de estar muy contentos con la competencia. No sé, pero tengo que ir a la revista para hablar con Santi y decidir qué hacemos al respecto.
Al ver que él no la invitaba a acompañarlo y que ya tenía un pie fuera del apartamento, Lucero se lo preguntó directamente:
—¿Quieres que te acompañe?
—¿Para qué?
Esa respuesta, acompañada de la frialdad que empañaba su mirada, le dejó claro que lo de la noche no había cambiado su relación.
—Para nada —respondió, intentando disimular su decepción—. Llamaré a alguien para salir a dar una vuelta.
—Como quieras. Hablamos luego, ¿te parece? —Y cerró la puerta sin esperar a que ella respondiera.
¿Hablar?
De acuerdo, hablarían, pero después de las inexistentes muestras de afecto de esa mañana, Lucero sabía que era una conversación que no iba a gustarle demasiado. Era evidente que el día no iba a ser para nada como ella se lo había imaginado antes de ducharse.
Manuel salió del piso a toda prisa. No sólo porque quisiera llegar pronto a la revista para hablar con Santi, sino también porque necesitaba huir de Lucero. Sólo la había visto durante unos segundos y todo su estudiado discurso había desaparecido de su mente. Tenía que alejarse de ella, tal vez así se tranquilizaría y se olvidaría de lo bien que se había sentido en sus brazos. Si de algo estaba seguro era de que él no quería tener ninguna relación con nadie; era demasiado complicado, demasiado arriesgado. Su trabajo lo llenaba por completo y, en cuanto al sexo, no era demasiado difícil conseguirlo cuando le apetecía.
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♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎
RandomLucero, una joven diseñadora gráfica que vive en Barcelona, se ve forzada a redirigir su carrera profesional a causa de un accidente. Aconsejada y apoyada por su familia, Lucero se traslada a Londres. Su hermano Antonio ha intercedido para que Manue...