Capítulo 37

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A partir de ese momento, la relación entre Lucero y Manuel cambió; dejaron de evitarse y volvieron a pasar más ratos juntos. Lucero había perdido la oportunidad de alquilar el piso, pero ahora que las cosas volvían a estar bien, estaba encantada de que hubiera sido así. Manuel tuvo que quedarse en cama un par de días, pero al empezar la semana siguiente volvió a incorporarse a la revista como si nada hubiera pasado. Seguía muy preocupado por los robos de los artículos, pero ya no utilizaba el trabajo como excusa para llegar tarde a su casa. Le encantaba cenar con Lucero, hablar con ella, contarle cómo le había ido el día y que ella le contara sus aventuras. Le encantaba oírla hablar de la nueva tienda que había descubierto, del último chisme que su hermana Helena le había contado o, sencillamente, mirar la tele con ella. El único problema era que cada día tenía más ganas de tocarla, y debía hacer esfuerzos para recordarse que él no era el hombre que ella necesitaba.

Lucero  era dulce, romántica y se merecía un hombre capaz de amarla con locura. Y si algo había aprendido de su padre, era que él nunca iba a amar de ese modo. Con lo que tenía resuelto; Lucero y él sólo serían amigos.

Unas semanas más tarde, Manuel estaba revisando unos documentos cuando Santi salió de su despacho y lo llamó.

—¿Puedes venir un momento?

—Sí, claro. —Se levantó y apagó el ordenador. Últimamente no se fiaba de nadie y, siempre que él no estaba delante, bloqueaba su ordenador.

—¿Pasa algo? Se te ve preocupado. —Manuel se sentó y cogió la pelota antiestrés que Santi tenía encima de su mesa.

—Sí. ¿Quieres dejar esa pelota? Lo siento, estoy nervioso. —Santi  andaba de un lado a otro—. ¿Has descubierto algo sobre el robo de los artículos?
—No, aún no.
He estado preguntando y nadie parece saber nada. Incluso he hablado con un periodista de la revista The Scope y para él los artículos eran originales. Parece como si no hubieran existido antes de que ellos los publicaran.

Todo sigue siendo muy confuso. ¿Por qué lo preguntas? ¿Has averiguado algo?

—No, bueno, no sé. He estado pensando que la persona que roba los artículos tiene que trabajar aquí. Antes de que te sulfures, escúchame. Tú mismo lo has dicho, es como si los artículos nunca hubieran existido, sólo había tenido acceso a ellos nuestro personal. Los únicos que nunca han sido robados son los que escribes tú, y ni siquiera yo conozco los códigos de tu ordenador. Tiene que ser alguien que trabaje aquí y a quien no le gustamos demasiado.

—¿Adonde quieres llegar? —Manuel estaba cada vez más confuso. A él no le gustaba desconfiar de sus compañeros. Algunos de ellos eran además sus amigos, pero la idea de Santi no era totalmente descabellada.

—He pensado que podríamos echar un vistazo a los currículos de todos, a ver si encontramos alguna pista. Yo empezaré con el equipo de dirección y los administrativos. Tú empieza con los periodistas, fotógrafos y diseñadores. ¿Te parece bien?

—No, no me parece bien, pero acepto; quizá pueda sernos útil. Pero con una condición.

—Tú dirás.

—Sólo lo haremos tú y yo. No quiero que nadie más se entere, y cualquier cosa que encontremos la hablaremos antes de hacer nada. Y, Santi, cuando digo nadie es nadie, ni siquiera Clive. —Manuel le sostuvo la mirada a Santi.

—Está bien, sólo tú y yo —suspiró—. No puedo entender por qué tú y Clive ya no os lleváis bien. Fuisteis a la universidad juntos, y ya sé que mi sobrino puede ser un poco difícil a veces, pero su trabajo aquí ha sido muy bueno.

Manuel lo interrumpió,

—Como tú muy bien has dicho, Clive puede ser difícil. Dejémoslo en que tenemos estilos diferentes. —Manuel no tenía intenciones de contarle a Santi que su sobrino era un egoísta que sólo utilizaba a sus amigos, así que decidió cambiar de tema—. ¿Vas a pasar fuera este fin de semana?

—No, y ahora que lo pienso, a Silvia y a las niñas les encantaría conocer a tu novia. La verdad es que desde que les conté lo de Lucero no hacen más que insistir en que os invite. Vaya, ¡no sabía que fueras capaz de sonrojarte tanto!

—Yo no me sonrojo, y Lucero no es mi novia. —Manuel se arrepentía ya de haber preguntado por el fin de semana, y apretaba tanto la pelota antiestrés que temía por la integridad del artefacto.

—Suelta la pelota, la vas a romper. Ya, bueno, si no es tu novia es que eres idiota. La última vez que conocí a una chica como ésa, me casé con ella y tú sabes que ha sido lo mejor que he hecho en mi vida. En fin, piénsalo, Lucero, tu no-novia, y tú podríais venir a cenar el sábado y, si quieres, os podéis quedar a dormir. A las niñas les encantaría y a mí me gustaría recordarte quién te enseñó a jugar al ajedrez.

—Está bien, lo pensaré. Pero prepárate para perder miserablemente.

—¡Ya, sigue soñando! Sal de aquí y vuelve a trabajar.

Lucero no había visto a Manuel durante todo el día. Era raro. Desde que habían vuelto a hacer las paces, él iba a saludarla en algún momento; seguro que había estado muy ocupado. La verdad era que ella también lo había estado. Además, ese día se sentía muy melancólica; al marcar la fecha en el calendario que tenía encima de su escritorio, se había dado cuenta de que prácticamente sólo le quedaban dos meses para volver a Barcelona. Dos meses. Era muy poco. En ese instante sonó el teléfono.

—¿Diga?

—Lu, soy yo. —Era Manuel—. ¿Cómo estás?

—Bien. ¿Y tú? Hoy no te he visto. ¿Pasa algo?

—No, nada, lo de siempre, trabajo. —«Y que no paro de pensar en ti», se dijo para sus adentros.

—¿Puedo hacer algo? —preguntó Lucero.

—No, pero gracias por preguntar. Nos vemos luego en casa. —Manuel se dio cuenta de que le encantaba tener ese tipo de conversación con ella.

—Sí, claro, hasta luego. —Y colgó el teléfono.

Tras esa conversación, Manuel se quedó pensativo. Era incapaz de recordar lo que había pasado la noche en que se puso enfermo, pero se acordaba perfectamente de que antes de que se fueran a dormir, Lucero le había dicho que iba a alquilar un piso. Supuso que al haber estado cuidándolo durante todo el fin de semana no había podido ir a finalizar los trámites, pero le inquietaba saber si continuaba teniendo esa idea en mente. Él no quería que ella se fuera de su casa.

No quería perderla antes de que ella regresara a Barcelona. Tenían que aclarar ese tema antes de que fuera demasiado tarde, pero no sabía cómo plantearlo. Cerró los ojos un instante para pensar y de repente tuvo una idea. Ella siempre le cocinaba platos maravillosos, había llegado el momento de que él hiciera lo mismo. Seguro que en Internet encontraría alguna receta que podría serle útil. Buscó por unas cuantas páginas y, cuando dio con lo que necesitaba, apagó el ordenador y ante la mirada atónita de Santi y Amanda, se fue a su casa.

Yo mucho menos quiero que Lu se valla de la casa de Manuel 😩🤙🏻
Les dejo otro capítulo perdón la demora🤭🌊

♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora