Capítulo 36

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—Bueno, supongo que después de esto, puedo perfectamente dormir en tu cama. Aunque dudo que seas consciente de nada. Seguro que ni siquiera sabes que soy yo a quien besabas.

Le dio un pequeño beso en el hombro y se acurrucó a su lado. Aunque sólo fueran unas horas, tenía que descansar, si no, al día siguiente no daría una en el trabajo. Ya estaba casi dormida cuando Manuel  la abrazó un poco más fuerte y susurró:

—Lucero.

Al oírlo, ella se dio cuenta de que ya no había vuelta atrás; estaba enamorándose como nunca había creído posible.

Manuel fue el primero en despertarse. Le dolía todo el cuerpo como si le hubieran dado una paliza, pero no había sido el dolor de la espalda lo que lo había despertado, sino notar la mano de Lucero en su abdomen y sus labios en el hombro. ¿Habían dormido juntos y no se acordaba? Era imposible.

Si uno de sus sueños se hacía realidad, tenía que acordarse. Además, era imposible que él hubiese podido hacer nada. Por mucho que deseara a Lu, Peligro. Si bajaba un centímetro más, notaría lo recuperado que estaba. Le cogió la mano e insistió—. Lu, despierta.

Lentamente, ella abrió los ojos y se desperezó. Cuando su cerebro conectó todos los cables y se dio cuenta de dónde estaba, se despertó del todo, y se incorporó sobresaltada.

—¿Cómo te encuentras? ¿Tienes fiebre? —Le tocó la frente, que ahora ya estaba fría—. Voy a buscarte las pastillas. —Iba a levantarse cuando Manuel la detuvo.

—Estoy bien. —Le cogió la muñeca y, por algún extraño motivo, no quería soltarla—. ¿Qué haces en mi cama? —preguntó él un poco sonrojado.

Lucero pensó que era fantástico ver que él también podía sentir vergüenza.

—¿No te acuerdas? —Lu se apartó el cabello de la cara. Siempre se levantaba hecha un desastre, y en ese instante Manuel vio el morado que le estaba apareciendo en la mejilla izquierda.

— ¿Qué te ha pasado? —Le acarició la cara preocupado—. ¿Cómo te has hecho esto?

Al principio, Lu no sabía de qué hablaba, pero cuando notó la punzada de dolor debajo del ojo se acordó del golpe que se había dado contra la mesita al caer.

—No es nada. Voy a la cocina a por tus medicamentos. —Él seguía sin soltarla. Había algo raro en Lucero aquella mañana—. Manuelito, ahora vuelvo. —Se liberó de la mano que le agarraba la muñeca.

«Gracias a Dios», suspiró Lucero. Ya no podía más. Si llega a estar dos minutos más sentada en la cama con Manuel  mirándola con aquellos ojos y con la camisa del pijama desabrochada, se muere o se lo come a besos.

Por desgracia, ninguna de las dos opciones era posible, así que tenía que recomponerse y seguir con su vida. Tardaría unos mil o dos mil años en olvidar a aquel hombre, pero lo lograría. Mientras, lo mejor que podía hacer era disfrutar de su amistad y sacar el máximo provecho de su experiencia británica. Ya lo había decidido, ahora sólo tenía que creérselo y llevarlo a la práctica. Bebió un vaso de agua y preparó otro para su enfermo, cogió las pastillas, compuso su mejor cara de «sólo somos amigos» y regresó a la habitación.

Cuando entró, vio que Manuel se había abrochado la camisa del pijama y estaba sentado en la cama. Tenía la mirada ausente.

— ¿Te sientes mal? Tienes que tomarte estas pastillas —dijo ella, acercándole el vaso de agua.

—Gracias. —Se tomó las pastillas, cerró los ojos, como si intentara pensar, y cuando volvió a abrirlos buscó con la mirada a  Lucero —. ¿Cómo te diste ese golpe en la mejilla?

—Me caí y me golpeé con la mesita de noche. No es nada —respondió ella sonrojada.

—Ya. Lu, te lo preguntaré directamente, ¿te lo hice yo? No sé qué me pasa, no puedo acordarme de nada. —Manuel estaba nervioso y no dejaba de tocarse el pelo—. Lo último que recuerdo es que te pedí que llevaras los artículos a Santi, ¿lo hiciste? Vaya tontería, seguro que sí. Esto ya me pasó una vez de pequeño, la fiebre se me disparó y... no sé, mi abuela dice que no paré de hablar, pero yo nunca logré acordarme de nada. Lu, por favor, dime si te lo hice yo antes de que me vuelva loco. —La miró

directamente, esperando la respuesta.

—Claro que no, tú eres incapaz de hacerle daño a nadie.

Estaba tan preocupado que Lu  decidió no contarle nada de sus pesadillas. Ya encontraría la manera de ayudarlo más tarde.

—Ya sabes que soy torpe; tropecé al salir de la habitación con las luces apagadas. No te preocupes, ahora lo más importante es que te pongas bien. Anoche estabas ardiendo de fiebre, casi me muero del susto, por eso me quedé aquí. — Lu no podía dejar de tocarle la frente, necesitaba saber que ya estaba bien, y a Manuel parecía no importarle—. Ahora descansa, yo voy a ducharme para ir a trabajar y, antes de que lo intentes, no, tú no vas a ir a trabajar, te vas a quedar aquí recuperándote, ¿de acuerdo?

Dicho esto, se levantó y le acarició el pelo por última vez.

—De acuerdo. —Manuel la miraba hipnotizado. Realmente era preciosa. ¿Cómo había sido capaz de estar tantos días sin apenas verla y sin tocarla? Debía de estar loco. No había escuchado nada de lo que le había dicho, sólo estaba concentrado en que no paraba de acariciarlo, le tocaba la frente, el pelo, como si no pudiera evitarlo. Cuando ella se levantó de la cama, reaccionó y le cogió la mano—. Lu, gracias por cuidarme. — Lu, gracias por cuidarme. —Le besó el interior de la muñeca.

—De nada. —Y salió ruborizada de la habitación.

Perdón la tardanza les dejo otro capítulo por aquí🤙🏻🛐

♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora