Lucero pensó que si tenía que esperarlo, bien podía hacerlo con estilo, y decidió cocinar algo. A ella siempre le había gustado cocinar, la relajaba; muchas de las mejores decisiones que había tomado en su vida, las había tomado delante de un horno o unos fogones. Por su parte, Manuel se pasó toda la reunión mirando el reloj. Cuando por fin terminó, se despidió de todos los directivos sin perder un minuto y salió a toda prisa del edificio. Estaba impaciente por llegar a casa y hablar con Lucero. Lo tenía todo pensado; primero se disculparía otra vez por lo de esa noche, luego se disculparía por su comportamiento de las últimas dos semanas, y más tarde le advertiría sobre Nicolas. Seguro que, después, todo volvería a la normalidad: ellos dos serían amigos de nuevo y, dentro de más o menos cuatro meses, ella regresaría a Barcelona y él seguiría allí, con su corazón intacto y su vida tal como a él le gustaba.- ¿Hola? -saludó Manuel al abrir la puerta.
-Hola, ¿qué haces ahí quieto en la entrada? ¿Te pasa algo? -Lucero había salido de la cocina. Llevaba un pantalón de algodón gris con una sudadera rosa que le dejaba un hombro al descubierto, y una cuchara en la mano.
-No. No me pasa nada. ¿Ese olor viene de mi cocina?
-Sí. Hacía tiempo que me apetecía comer lubina al horno y hoy me he decidido a prepararla. Espero que te guste.
-Sí, claro. Me sorprende que el horno funcione, creo que eres la primera persona que lo utiliza. Huele muy bien.
-Gracias. La verdad es que me ha costado un poquito encenderlo, pero ahora lo único que me falta es poner la mesa. ¿Quieres cenar conmigo o ya has cenado? -Lucero volvió a la cocina para comprobar que el pescado estuviera en su punto.
-No. Quiero decir, sí. -Manuel titubeaba, no tenía ni idea de cómo reaccionar. El discurso que había preparado se le olvidó por completo y en lo único que era capaz de pensar era en dos cosas: la primera, Lucero iba vestida con una camiseta que daba ganas de empezar a besarle el hombro, el cuello... y la segunda, tenía que cambiar la dirección de su pensamiento o iba a tener problemas. Ellos dos sólo iban a ser amigos.
-No te entiendo. -«Cosa que ya es habitual», pensó Lucero -. ¿Quieres o no quieres cenar?
-Sí, quiero cenar. No, no he cenado antes, y si me das cinco minutos, me cambio de ropa y pongo la mesa. ¿Te parece bien?
-Sí, me parece perfecto, pero que sean dos minutos, el pescado casi está.
En su habitación, Manuel se cambió de ropa, se puso un pantalón de algodón que utilizaba a veces para ir a correr, y una camiseta, e intentó borrarse de la cabeza la insinuante imagen del hombro de Lu. No pudo. Salió de la habitación y puso la mesa.
- ¿Puedo hacer algo más? -preguntó luego.
-No, ya está. Siéntate. Pero luego tú te encargas de recoger los platos y limpias la cocina.
-Claro, si tú cocinas, yo limpio. Como debe ser, ¿no? -dijo él, y le guiñó un ojo.
Lucero sirvió la comida y los dos empezaron a cenar. Manuel fue el primero en romper aquel cómodo silencio:
- ¿Aún sigues enfadada?
-Nunca he estado enfadada. -Al ver que él levantaba una ceja añadió-: Es sólo que, en estas últimas dos semanas, no hemos coincidido mucho. -Lucero había decidido seguir los consejos de Nicolas y fingir que ella no lo había echado de menos. Según Nick, nada ponía más nervioso a un hombre que sentirse ignorado.
-Ya. -Como no sabía qué más decir, optó por seguir con el pescado.
-Esto era lo que querías, ¿no? - Lucero bebió un poco de agua y continuó-: Volver a tener tu espacio, recuperar tu vida. Al menos eso me pareció entender, y creo que tenías toda la razón. -No estaba dispuesta a que él creyera que ella no pensaba lo mismo que él.
Manuel la miró estupefacto. Se había estado comportando como un idiota; la había estado evitando para nada. Entonces se dio cuenta de que había música, y sonrió.
- ¿Sinatra?
—Sí, es ideal para cocinar y para bailar. Tiene un ritmo especial, como si te guiara. No sé.
—¿Sabes que eres la única persona que conozco que considera la música de ese modo? En fin, creo que sólo hay una manera de comprobar tu teoría de Sinatra y, como no tengo ni idea de cocinar, ¿quieres bailar conmigo?
Manuel se levantó de su silla y le tendió la mano mientras sonaba Fly me to the moon.
— ¿Te has vuelto loco? ¿Bailar aquí?
—Sí, claro. Vamos, no seas cobarde. —La miró a los ojos, desafiándola.
—Está bien, pero luego no digas que soy yo la que hace cosas raras.
Se levantó de la silla y aceptó el reto.
Lu estaba de pie frente a Manuel. Él le cogió las manos y las colocó alrededor de su cuello y, con las suyas, le recorrió lentamente la espalda para acabar apoyándose justo en sus caderas.
—Lu, te he echado de menos. Baila conmigo. Por favor. —Manuel sabía que eso le iba a causar problemas, y que era justo lo que no tenía que hacer, pero no pudo evitarlo.
—Yo también te he echado de menos.
Empezaron a bailar suavemente. Lu apoyó su mejilla en el pecho de Manuel y notó cómo latía su corazón, cómo le temblaba la respiración. Él bajó la cabeza para así poder notar su perfume, el olor de su pelo y, a la vez, besarle el cuello, el hombro que lo había vuelto loco durante la cena, la mejilla. Le acariciaba la espalda, primero por encima de la sudadera, hasta que el tacto del algodón no fue suficiente, y decidió arriesgarse y tocarla de verdad, por debajo, sentir su piel. Al notar la mano de Manuel por debajo de la camiseta, Lucero se apartó sorprendida, pero no tuvo tiempo de decir nada, pues Manuel la besó con todas sus fuerzas, como si la vida le fuera en ello.
Ella le respondió. Le encantaba cómo la besaba, como si la necesitara para respirar. Un beso siguió a otro, Manuel seguía acariciándola y besándola, primero en la boca, luego en el cuello. La canción ya se había acabado, pero a ninguno de los dos parecía importarle. Lucero quería tocarlo a él, así que también se atrevió a meter las manos por debajo de la camiseta. Sonrió al notar cómo Manuel se estremecía. Era increíble, tenía un torso único y no tenía bastante con tocarlo, quería verlo, así que se arriesgó y le quitó la camiseta.
—Lucero, ¿no te han dicho nunca que es de mala educación mirar así a alguien? —bromeó él mientras le besaba los nudillos de la mano y empezaba a recorrerle el brazo con los labios.
—Ah, sí, no sé. Creo que lo que de verdad sería de mala educación es no mirar. Y, sin duda, no besarte sería aún peor.
Él apartó la cabeza al oír ese comentario y la atrajo hacia él para besarla como hacía horas que deseaba hacer. Seguro que luego se arrepentiría, pero por el momento, estaba en el cielo. Manuel se apartó entonces un poco, lo suficiente para poder quitarle a ella la camiseta, y entonces fue él quien se quedó sorprendido. La noche en que se acostaron, la habitación estaba muy oscura y apenas había podido apreciarla. Lucero, incómoda, se sonrojó e intentó recuperar su camiseta.
—No, por favor. Deja que te mire. Eres perfecta. —La recorrió lentamente con la mirada y con las manos, acariciando cada centímetro, como si quisiera aprenderse sus formas de memoria—. Princesa, no tienes ni idea de todo lo que tengo ganas de hacerte. Primero voy a tocarte, a acariciarte, después voy a besarte. Por todo el cuerpo. Y luego, cuando ya no podamos aguantarlo más, haremos el amor. Hasta el amanecer.
QUE IRÁ A PASAR CON ESTOS DOS😱 ENCIENDEN DE VERDAD 😼👀🥵😆
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♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎
RandomLucero, una joven diseñadora gráfica que vive en Barcelona, se ve forzada a redirigir su carrera profesional a causa de un accidente. Aconsejada y apoyada por su familia, Lucero se traslada a Londres. Su hermano Antonio ha intercedido para que Manue...