capitulo 9

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—Manuel, ¿estás despierto? —Lucero ya sabía que sí. Llevaba más de dos horas intentando dormir y estaba convencida de que su compañero de cuarto también sufría de insomnio, pues no paraba de moverse ni de refunfuñar.
Él tardó unos segundos en responder, como si dudara entre decir la verdad o fingir que no la había oído.
—Sí, estoy despierto —contestó al fin con un suspiro—. ¿Tú tampoco puedes dormir? —Estiró el brazo para encender una luz, pero Lucero le detuvo.
—No, no enciendas la lámpara.
Manuel volvió a meter el brazo bajo las mantas y se apoyó en un costado para mirar a Lucero. Por la ventana de la habitación se colaba la luz de la luna y la de las farolas que había en la calle, así que podía ver la silueta de ella y distinguir el brillo de sus ojos negros.

—Hacía años que no dormía con alguien —empezó Manuel, pero antes de que pudiera continuar, las risas de Lucero lo detuvieron—. No te rías... ya sabes a qué me refiero.

—Sí, claro. —Ella hizo un esfuerzo por dejar de reírse—. Tranquilo, no voy a poner en entredicho tu virilidad. Ya me imagino que no tienes problemas en ese sentido.

Hubo un silencio, y finalmente Manuel añadió:

—Quizá tenga más de los que te imaginas.

— ¿A qué te refieres? —preguntó Lucero colocándose también de costado para poder verlo, aunque en la oscuridad él fuera sólo una sombra.

—No sé, supongo que estoy cansado de que las relaciones que tengo, a pesar de que las mujeres sean distintas, sean todas iguales. No sé, a veces me gustaría saber que hay alguien especial para mí. No es que quiera casarme, ni nada por el estilo..., me gusta mi vida tal como está. —Tomó aire—. Es sólo que me gustaría saber que esa persona existe. Bueno, no me hagas caso. Vamos a dormir.

Manuel se volvió hacia el otro lado, dándole la espalda.

—Seguro que existe.

Lucero pensó que él no la había oído, y cuando iba a intentar dormirse por enésima vez, Manuel habló de nuevo:

— ¿De verdad lo crees? Recuerdo que de pequeño veía a tus padres besarse y me preguntaba por qué los míos no lo hacían. Luego lo entendí. Los míos no se querían, pero aun así habían tenido un hijo, y se pasaban los días amargándose mutuamente la existencia hasta que se divorciaron. Mi madre, bueno, si es que puedo llamarla así, volvió a casarse en seguida, y se olvidó de mi padre y de mí. Si ni siquiera ella fue capaz de quedarse conmigo y quererme sin condiciones, es difícil de imaginar que pueda encontrar a alguien que lo haga. Así pues, creo que es mejor no buscar a nadie; de este modo me ahorro el mal trago y puedo seguir disfrutando de mi vida tal como está. —Se frotó los ojos—. No sé por qué te cuento estas cosas.

—Estoy segura de que existe alguien especial para ti, alguien que te querrá pase lo que pase, y que será incapaz de olvidarte. —Para intentar calmar los latidos de su corazón, optó por cambiar de tema—: ¿Te acuerdas de cuando cumpliste diecisiete años?

—Sí, claro. Me regalaste Charlie y la fábrica de chocolate. Aún lo guardo. ¿Por qué?

— ¿Sólo te acuerdas de eso?—Lucero dio gracias por la oscuridad que ocultaba el sonrojo que seguro que ahora cubría sus mejillas.

—No. También me acuerdo de que te besé. —Manuel se volvió de nuevo hacia ella.

—Fuiste el primer chico que me besó. —Notó cómo él sonreía—. Nunca lo he olvidado, fue muy especial. Tuvo todo lo que se supone que tiene que tener un primer beso. Manuel, estoy convencida de que conocerás a alguien que hará que todos los besos sean perfectos, que logrará que tu vida sea especial... Sólo espero que, cuando lo hagas, te des cuenta y sepas conservarla.

— ¿Crees que seré tan estúpido como para no saberlo?

—No sé. A veces uno tiene delante de las narices lo que necesita para ser feliz y no se da cuenta. Fíjate en tus padres; los dos sabían que no estaban bien juntos, y, sin embargo, tardaron años en hacer algo al respecto.

—Supongo que tienes razón. Espero ser más listo que ellos.

—Seguro que lo eres. —Aprovechando la valentía que le daba el estar a oscuras, preguntó—: ¿Quién es Monique?

— ¿Por qué quieres saberlo?

—No sé, supongo que, ya que somos amigos, podré asesorarte sobre si ella es ese alguien especial o no.

— ¿Tú y yo somos amigos? —Manuel no sabía qué eran él y Lucero. De pequeño, había sentido un vínculo especial con ella, como si el destino la hubiera enviado allí para él. Al hacerse mayor, descartó todos esos sentimientos y, tras el divorcio y la enfermedad de su padre, había aprendido que esas cosas no existían. Para él, Lucero era ahora la hermana de Antonio. Pero si era sólo eso, ¿por qué tenía ganas de contarle sus pensamientos más íntimos? ¿Por qué quería levantarse y acostarse junto a ella, aunque sólo fuera para abrazarla?

Afortunadamente, Lucero respondió antes de que su mente pudiera tomar caminos más complicados.

—Espero que sí.

Lucero se movió para colocarse bien en la cama, y la mente de Manuel volvió a dirigirse a lugares muy peligrosos.

—Bueno, dime, ¿quién es Monique?

—Nadie. —Al oír que ella refunfuñaba, añadió—: Está bien, supongo que sí es alguien, o mejor dicho, era alguien.

Ella movió una mano para indicarle que continuara.

—Era una chica con la que pasaba algún fin de semana. Ya sabes.

—No, no sé —respondió ella, un poco a la defensiva.

—Salíamos por ahí, y cuando nos apetecía...

Os acostabais. — Lucero terminó la frase por él.

—Vamos, no me digas que tú nunca has tenido una relación así.

—Pues no, nunca la he tenido. Y espero no tenerla —respondió ofendida—. El sexo así es como hacer gimnasia; sólo sudas y no sientes nada.

Manuel soltó una carcajada ante el comentario y se sintió muy aliviado interiormente al saber que Lucero no era tan frívola como Monique.

Pensar algo así lo sorprendió, por lo que optó por no analizarlo y seguir en cambio con la conversación.

—Tienes razón..., pero a veces con eso es suficiente.

—Para mí no.

—Me alegro.

— ¿Por qué?

—Porque no me gustaría que te conformaras con tan poco.

—Ya.

Manuel bostezó, y Lucero sintió cómo le empezaban a pesar los párpados.

—Deberíamos intentar dormir.

—Sí, deberíamos intentarlo, o mañana, cuando mi abuela nos despierte, no serviremos para nada.

—Buenas noches, Manuel.

—Buenas noches,Lucero... y gracias por la conversación.

—De nada —respondió ella ya casi dormida.

♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora