Capitulo 16

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—De nadie. Tonterías, ya sabes. Hemos bebido demasiado —susurró ella, pero Manuel seguía mirándola fijamente. Le había soltado la mano, pero ahora todo su cuerpo la tenía atrapada contra el portal. No la tocaba, sus manos estaban apoyadas en la pared a ambos lados de la cabeza de Lu.

—No hemos bebido tanto, lo sabes perfectamente. —Soltó el aliento—. Mira, esto ya está durando demasiado. Si seguimos así, tarde o temprano voy a volverme loco, de modo que deberíamos hacer algo al respecto.

Los ojos de Manu estaban fijos en ella, eran más oscuros, más intensos que nunca. Lucero pensó que iba a besarla, quería que la besara, pero él permanecía quieto, a sólo unos milímetros de ella, sin hacer nada, mirándola como nunca nadie la había mirado; entonces se atrevió a preguntar:

—No sé a qué te refieres —mintió ella—. ¿De qué estás hablando?

—De esto.

En ese momento, Manuelito bajó la cabeza. Sus labios rozaron los de ella y, antes de besarla, dijo:

—Necesito tocarte. —Le rozó el pelo con las manos—. Te necesito.

Empezó de un modo tierno, lento, como una caricia, y Lucero notó cómo se le derretían las rodillas. Era tan dulce. Manuel le besó los párpados, las mejillas, e inició un camino de besos por sus pómulos, su mandíbula, hasta la comisura de sus labios.

—Me encanta tu olor. Me vuelve loco, hueles a... no sé, pero me dan ganas de besarte todo el cuerpo. —Entonces posó la boca justo detrás de su oreja y, lentamente, se dirigió hacia sus labios. Lucero no sabía qué hacer, evidentemente la habían besado antes, pero no así; aquello era un ataque a todos sus sentidos. Tenía los ojos cerrados, esperando sentir sus labios de nuevo, cuando manuel susurró.

—Abre la boca, Lu, separa los labios y bésame.

Ella obedeció, y en ese momento supo que estaba perdida y absolutamente loca por aquel hombre. Cuando sus lenguas se tocaron, los dos perdieron el control. Manuel apartó las manos de la pared y las colocó encima de sus hombros, sólo unos segundos; a continuación empezaron a deslizarse y recorrerle el cuerpo, hasta pararse en sus caderas. El único propósito de Manu era sentirla, tenía que estar más cerca de ella; le separó las piernas para así poder colocarse en medio. Lucero tampoco permanecía quieta. Empezó a acariciarle la nuca, el pecho, necesitaba tocarlo, lamerlo, o si no explotaría. Pero cuando empezaron a jadear, Manuel se paró. ¿Qué estaba haciendo? ¡A su edad, en medio de la calle y con Lucero! Seguro que se estaba volviendo loco.

—Lo siento, no sé qué me ha pasado. —Fue lo primero que dijo, a la vez que sacaba las llaves para abrir la puerta.

— ¿Que lo sientes? ¿Estás loco? ¿Por qué lo sientes? Yo no.

Manuel , que subía los escalones de dos en dos, llegó a la puerta de su apartamento en un tiempo récord. Lucero intentaba seguirle.

—¡Malditos tacones! ¡Manuel, para un segundo!

Nada, seguía haciéndose el sordo. Abrió la puerta, lanzó las llaves encima de la mesita que había junto a la entrada y, cuando iba a entrar en su cuarto, Lucero logró interceptarlo.

—Aparta y déjame entrar en mi habitación —refunfuñó Manuel pasándose nerviosamente las manos por el pelo y sin mirarla a la cara.

¿Se puede saber qué te pasa? Nos hemos besado y... yo... bueno, a mí... me ha gustado. Mucho. —Ella intentó acariciarle la mejilla, pero él se apartó como si le hubiera quemado.

♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora