Capítulo 26

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Al día siguiente, fiel a su promesa, Nick la acompañó a visitar un par de pisos. Él era arquitecto, así que, además de darle ánimos, también le dio buenos consejos sobre los defectos y virtudes de cada apartamento que visitaron. Lucero no le había dicho a Manuel  que estaba buscando otro lugar donde vivir. No creía que le importara, pero además, no quería pelearse con él, y estaba segura de que cuando se lo contara se pelearían. No porque él quisiera que ella siguiera en su casa, sino porque Manuel le había prometido a Antonio que cuidaría de ella y, por muchos defectos que Manuel tuviera, era incapaz de romper una promesa hecha a su mejor amigo.

Había sido un día de lo más raro. No podía decirse que Manuel y ella hubieran hecho las paces, nada más lejos de la realidad, pero él había empezado a comportarse de un modo extraño. Como, por ejemplo, mandándole e-mails en el trabajo para decirle cualquier tontería. Después de la extraña conversación que la noche anterior habían tenido delante de la puerta de la cocina, a eso de las once de la mañana Lucero recibió un e-mail que decía:

¿Te gustó la película? Si es buena, ¿te molestaría mucho acompañarme esta noche al cine?

Por cierto, hace meses que no llevo bufanda. Creo que no volveré a usar jamás.

Lucero tuvo que leerlo un par de veces para asegurarse de que no veía visiones. No contestó hasta las tres de la tarde.

La película es malísima.

Yo no descartaría volver a usar bufanda.


La risota de Manuel al leer la respuesta de Lucero hizo que Santi, que estaba en otro despacho, fuese corriendo para ver qué pasaba.

Esa noche, Lucero llegó tarde a casa. Después de visitar pisos con Nick y descartarlos porque eran demasiado caros y demasiado viejos, estaba tan cansada que ni siquiera cenó. Manuel aún no había llegado; tal vez al final hubiera decidido ir al cine solo, o con Monique. Sólo de pensarlo se le ponían los pelos de punta. Pero justo en ese instante se abrió la puerta y llegó él.

—Hola —dijo mirándola de arriba abajo—. ¿Hace mucho que has llegado?

—No, ¿por qué?

—Por nada. Pareces cansada.

—Lo estoy. —Después de los e-mails de esa mañana,  Lucero no sabía qué decir—. Voy a acostarme.

— ¿No vas a preguntarme si he ido al cine?

—No. —Aunque le costara horrores no pensaba preguntárselo.

—Pues no he ido. —Ella se dio la vuelta y Manuel continuó—: Sin ti no habría tenido gracia. Me he quedado trabajando hasta ahora. —Al ver que ella no iba a decir nada, se rindió—. Buenas noches, Lucero.

—Buenas noches.

El miércoles, antes de las diez de la mañana, Lucero recibió otro e-mail

Según mi horóscopo, hoy es un día excelente para entrar en contacto con la naturaleza. ¿Quieres ir a Hyde Park?

Manuel.

Lucero le respondió a las doce:

No deberías creer en esas cosas. Nunca aciertan.

Lu.

Manuel sonrió.

Esa tarde, Lu  fue a visitar un par de pisos más y, cuando le contó a Nick lo de los e-mails, casi le dio un ataque de risa. Cuando consiguió calmarse, lo único que dijo fue:

— ¿Lo ves, Lucero? Yo tenía razón.

— ¿Sobre qué?

—Sobre lo de Manuel. Sabía que estaba loco por ti.

Ella decidió ignorar ese comentario, pero tenía que reconocer que cada vez tenía menos ganas de encontrar el piso perfecto.

El jueves, a eso de las tres, Lucero aún no había recibido ningún e-mail y supuso que Manuel ya se había cansado, pero a las tres y media vio que se había equivocado:

Oh, bella doncella, estoy preso en una celda con el malvado tirano Santi y la bruja Amanda. ¿Seríais tan gentil de venir a rescatarme? Os prometo que luego os llevaré a la mejor posada del mundo.

Sir Manuel (caballero de la Mesa Redonda)

Lucero  tuvo que morderse los labios para no reír. Se había olvidado de que Manuel  y Santi  tenían una reunión muy importante, y seguro que no había tenido ni un momento libre. Contestó en menos de dos minutos:

Oh, sir  Manuel, me temo que deberéis liberaros solo. Me atrevería a sugerir que utilicéis vuestra espada, pero una doncella como yo no sabe de esas cosas.

Lady  Lu.

Manuel se sonrojó al leerlo, y cuando Santi  le preguntó qué pasaba, lo único que se le ocurrió decir fue que tenía calor. Y vaya si lo tenía. Lucero  seguía sin querer hacer nada con él, pero al menos esa vez había tardado menos de dos horas en contestar, lo cual ya era una victoria. Esa noche, él volvió a llegar tarde y, muy a su pesar, vio que Lu ya se había acostado. Al día siguiente volvería a intentarlo El viernes a las nueve de la mañana Lu  abrió ansiosa su correo electrónico y vio que aún no había recibido ningún e-mail de Manuel. Tal vez se lo enviaría más tarde. A las once seguía sin haber recibido nada. Ni a las once y media. Se juró a sí misma que no volvería a consultar el correo hasta las doce y media y se obligó a esperar hasta entonces. A esa hora sí había un e-mail de Manuel:

Echo de menos hablar contigo.

Manuel.

Lucero casi se cayó de la silla. Los otros mensajes habían sido simpáticos, medio en broma. Aquello no se lo esperaba. Antes de que pudiera pensarlo mejor, contestó:

Yo también.
Lu.

Manuel abrió el mensaje de Lucero  y respiró aliviado. Se había pasado toda la noche pensando qué escribir. Nada le parecía lo suficientemente ingenioso, así que al final optó por decirle sinceramente lo que pensaba. Por suerte, Lucero  había sido igual de sincera y por fin había bajado un poco la guardia. Como no quería que ella tuviera tiempo para cambiar de opinión, le mandó en seguida otro e-mail.

Llegaré tarde a casa.

¿Te importaría esperarme despierta?

Manolo.

Cuando Lucero vio que él le había mandado otro e-mail en apenas cinco minutos de diferencia, le dio un vuelco el corazón. Sonrió no sólo por lo que le decía, sino también porque había firmado «Manolo». Ella sólo lo había llamado así la noche que se acostaron. No estaba segura de qué pretendía Manuel con ese cambio de actitud, pero decidió arriesgarse.

Te esperare.

Lu.

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♡︎𝙀𝙡 𝙖𝙢𝙤𝙧 𝙣𝙤 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙥𝙚♡︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora