Capítulo 43: La pancita

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Una vez, hace muchos años atrás, cuando estaba embarazada de Henry y mi barriga empezó a crecer como una calabaza, pensé que de no estar en una prisión disfrutaría realmente tener una vida creciendo dentro de mí, eso no impidió seguirme viendo a mí misma por completo como una alienígena; mi piel era pálida, mis mejillas estaban rellenas y mi barriga no era un círculo perfecto, siempre estuvo como en punta y un poco inclinada hacia la izquierda. Me senté en la cama con las piernas cruzadas y acaricié suavemente la barriga redonda y perfecta que albergaba a mi pequeña princesa.

Regina lucía espléndida. Su cabello parecía haber oscurecido un poco y se formaba en ondas que caían hasta la mitad de su espalda, su piel había perdido un poco de su tonalidad bronceada pero además de unas cuantas pecas no podía encontrar ni una sola estría. Esperé pacientemente hasta que pude sentir la presión bajo mi mano.

—¡Hola mi princesita! —Susurré a la barriga de Regina, no quería despertarla, ni siquiera había amanecido, pero tras la horrible pesadilla que acababa de tener necesitaba un poco de luz que calme mis malos pensamientos—. Tú eres mi hermosa lucecita.

Hace casi dos meses la doctora nos había mostrado que nuestro bebé era una niña. Nos sentamos en la sala y vimos el video de la ecografía más veces de las necesarias. Los celos de Henry no disminuyeron en un principio, fue después de varios días que asimiló y aceptó que definitivamente se convertiría en un hermano mayor.

—Será divertido, y nunca jamás estarás solo, incluso cuando tu mamá y yo ya no estemos, ustedes se tendrán el uno al otro —dijo Regina pacientemente.

—Está bien —dijo sin demasiada emoción mientras comía el desayuno antes de irse a la escuela.

Los días siguieron pasando y él empezó a tomarse su papel muy en serio, se encargó del carro de compras todas las veces, ayudó a cargar las bolsas pesadas y ayudó a pintar la habitación, porque no dudó que eso era algo que haría un hermano mayor cuando se lo dijimos.

Sarah aseguró que la noticia no la tomó por sorpresa. Haber vivido más tiempo en el mundo real la había mantenido al tanto de la tecnología, a diferencia de mis padres que no podían creer que estaban viendo a su nieta cuando les mostramos el ultrasonido, sus falsos recuerdos se mezclaban con la realidad de sus vidas en el Bosque Encantado donde ver algo así era aún imposible.

—Tiene la nariz de Regina —dijo Mary Margaret con una gran sonrisa, como si no estuviera hablando de la mujer que juraba odiar—, y la forma en que pone la boca, mira ese pucherito.

—Creo que te quedaste dormida —bromeó David.

—Ni siquiera se ve —protesté.

—Ya verás cuando nazca —dijo David riendo.

Todo fue demasiado normal y precisamente eso hizo que todo fuera más doloroso. Al día siguiente tuve que hablar con David, debía saber si estaban listos para continuar por su cuenta.

—Está bien si necesitan un poco más de tiempo. Regina lo entenderá.

—El dinero no es el problema... es un muy buen trabajo y están contentos conmigo. Estar aquí nos ha permitido ahorrar para poder mudarnos. Es solo... Siento que si nos vamos no nos volveremos a ver.

—Son los abuelos de mis hijos.

—Somos tus padres.

—Me hubiese gustado que las cosas fueran así desde el inicio. Los últimos días han sido buenos entre nosotros.

—Pudimos haber hecho las cosas de una mejor manera pero lo que sentimos no habría sido diferente.

—No tenemos que dejar de vernos, creo que quizá un poco de distancia ayude a sanar las heridas.

Not in a sexual wayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora