Capítulo 20: Las reglas del juego Parte 1

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Desperté agitada, con mi corazón latiendo rápidamente. Solo el ver a Regina y Henry durmiendo me devolvió la estabilidad; aunque muy a mí pesar, realmente estábamos en el Bosque Encantado. Estiré mi cuerpo sin ganas, quejándome al sentir un horrible dolor en mi espalda y cuello, tuve que asentar mi pierna en el piso para aliviar la sensación de adormecimiento; y para hacer aún peor mi despertar terminé fuera del castillo orinando en un pequeño rincón cerca de unos árboles. No confiaba en los baños de este mundo.

—¿Qué estás haciendo allí? —Giré mi cabeza y vi a Ruby por completo convertida en Caperucita Roja—. Tenemos baños adentro.

—Esos no son baños —subí mis pantalones sin ningún tipo de pudor y ella tampoco se volteó—. No quiero hablar contigo. Creí que eras de los buenos, ahora espero que un lobo te coma a ti y a tu abuela.

—Yo soy el lobo.

—Me da igual. No quiero hablar contigo.

—No puedes culparnos por querer volver a casa. La mujer que tanto defiendes nos maldijo arrancándonos de nuestras propias vidas. Al menos tuviste una opción.

—Gracias por confirmarme que todos aquí son parte del complot en mi contra.

—Nadie está en tu contra. Queremos lo mejor para ti, pero no voy a mentirte, espero que la maldición de Regina duré los mismos veintiocho años que duró la nuestra.

—¿Maldición? ¿Pusieron una maldición en Regina?

Ruby se dio cuenta que había hablado demasiado, pero eso no la afectó en absoluto, mantuvo su misma postura erguida y levemente asintió.

—Claro que es una maldición, es lo mínimo que se merece.

Mi madre había vuelto a engañarme. Ni siquiera podía creer lo estúpida que había sido al creer en ella. No le habían dado una simple poción para arrebatarle sus recuerdos, la había maldecido. Quería entregarme a mi enojo pero la desesperación se apoderó de mí. Estábamos tan bien, habíamos recuperado nuestro dinero, teníamos prácticamente una familia formada, y mi propia madre me lo había arrebatado todo ¿cómo diablos se suponía que debía sentirme?

Mis padres me habían quitado mi final feliz.

Recogí algo de comer en la cocina y volví a la habitación. Ni siquiera me importó ver que Regina y Henry estaban vestidos con algunos de esos trajes que solo se ven en las obras de teatro de Shakespeare. Ella lucía preciosa con un hermoso vestido de un color rosa pálido, era menos extraño ver a Henry vestido como un pequeño príncipe. Me dejé caer en el sillón donde seguramente dormiría por el resto de mi vida y puse la comida en una mesita a mi lado.

—Traje del desayuno —dije desanimada.

—Mira, ma. Soy un príncipe.

—Lo eres. Te ves bien.

—Han traído un vestido para usted también, princesa —dijo Regina.

—No voy a ponerme nada de eso, y no vuelvas a llamarme princesa. Mi nombre es Emma, úsalo.

Mi mal humor hizo que mis palabras sonaran terriblemente, y me sentí aún peor al ver a Regina retroceder como si hubiese sido abofeteada.

—Lo siento. No quise que sonara así.

—Usted no tiene que disculparse conmigo.

—Claro que sí —me levanté para acercarme a ella pero me detuve al verla prácticamente huir de mí—. No voy a hacerte daño. Soy una idiota, pero... puedes llamarme como quieras. Lo siento. Estoy teniendo una mala mañana.

Not in a sexual wayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora