Capítulo 29: El ataque

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Iba a matarla. Iba literalmente a matarla y nadie podría juzgarme. Se lo había ganado a pulso. Es que tenía unas ganas locas de matarla y no podía pensar en nada más. De todas las mujeres en el mundo tenía que fijarme justo en ella, y lo peor de todo es que la conocía perfectamente bien, sabía de lo que era capaz y de todas formas, tercamente, caí rendida en su juego de seducción, todo porque tiene unos ojos de caramelo y... no, no voy a pensar en lo hermosa que es.

—¡Regina!

Henry saltó y los caballos relincharon, pero no me importó.

—¿Ma?

—Quédate aquí, Henry. Voy a discutir con tu madre y no va a ser bonito. Ven acá.

Tomé a Regina del brazo y la saqué de los establos. Me alejé lo suficiente para que nadie pudiera escucharnos o interrumpirnos.

—Basta, puedo caminar sola —dijo aflojándose de mi agarre.

—¿Dónde está mi madre? ¡Y te juro que si me mientes...!

—¿Vas a castigarme?

—¡No te pases de lista y contéstame!

—La envié con Rumple —ni siquiera intentó mentirme.

No podía creer lo que estaba escuchando, me dolía el estómago, e iba a provocarme una migraña.

—Tuve mis razones —dijo sin ningún tipo de estrés visible.

—La única razón posible es que perdiste la cabeza.

Me di cuenta que ni siquiera me estaba mirando, sus ojos estaban fijos en un espacio vacío diagonal a su derecha.

—¿Cuál de los dos fantasmas te dijo que lo hicieras?

—No son fantasmas.

—¡No son reales! ¡No están! —Agité los brazos en el aire y me paré justo donde ella había estado mirando—. ¡No existen! ¡Solo estamos tú y yo aquí!

—¡Lo sé! ¡No tienes que tratarme como si estuviera loca!

—¡Lo estás! No hay ninguna otra explicación para lo que hiciste. Si me tomé la molestia de secuestrar a mi madre fue para tener una moneda de cambio, y tú te has deshecho de ella. Has arruinado nuestra única forma posible de salir de aquí.

—Puse un hechizo en ella para obligarla a retirar el hechizo que pusieron en mí. Va a volver. No soy ninguna idiota a pesar de lo que pienses.

—Quizá ella tenga tantas ganas de destruirte que no le importe lo que sea que hayas puesto en ella. Dime que no es un hechizo de muerte.

—¿Eso es lo que piensas de mí, que sigo siendo la Reina Malvada?

—Claro que no. Pero se suponía que éramos un equipo y estás jugando sola.

—Estoy haciendo lo que es necesario. No tengo que pedirte permiso. No soy tu propiedad.

—Eres libre de hacer lo que te dé la gana, me lo has dejado muy en claro, mientras que lo único que yo estaba haciendo era luchar por nosotros, por nuestra familia.

—Solo estás molesta porque no te consulté, por eso detestas a Tink, porque nada de lo que yo hago es parte de tu plan, y me has dejado en claro que si no hago lo que tú quieres te enojas conmigo.

—¡Me enojo porque me haces enojar!

—Tan brillante como siempre.

Caminó de regreso dándome su mejor mirada de enojo.

—¿Ni siquiera vas a intentar disculparte?

—No tengo por qué hacerlo —dijo sin detenerse o regresar a verme.

Not in a sexual wayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora