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Año 1321

Narrador omnisciente

El príncipe, el eterno, el favorito de todo Dolmor, el hombre que comandó las hordas de demonios hacía su libertad miró através de las grandes ventanas del castillo.

Era la cuarta vez que estaba en Taoz, en la superficie humana, pero la primera vez que veía a la humanidad totalmente revelada contra él.

Sabía que le había llegado su hora, porque así había dicho la profecía, sabía que no le faltaba nada más ni nada menos que solo horas para su encadenamiento eterno.

—Es hora mi señor —anuncio el mayordomo de cabello blanco y ropa negra mientras miró en una lejanía prudente al príncipe.

—Así es Masfeth —susurró mientras miraba por la ventana de ese atardecer.

La luz del sol se abrió paso entre las oscuras cortinas y por fin calló en la oscura alfombra de piel.

—No tema mi señor, pronto su joven amada lo despertará —le consoló con las palabras más delicadas que le pudieron salir del corazón.

El príncipe cerró los ojos y contribuye a la terrible causa con una lágrima oscura que le caminó por su mejilla hasta su barbilla y como si fuera cámara lenta calló en el suelo.

Aquella lagrima, fue tan poderosa que un terrible frío y una oscura brisa se adentro en todo el castillo. En cada habitación, en cada espacio y en cada rincón.

Las nubes se oscurecieron y de la nada una terrible llovizna cayó ante los humanos, bañando sus cuerpos y haciendo que las antorchas se apagaran.

—Por ella —cerró los ojos para imaginarla —por ella aguanto cualquier cosa —abrió los ojos y miro el collar en su mano —por ella aguanto la muerte.

Sin duda aquellas palabras eran unas de las últimas que pudo pronunciar ya que en menos de lo que el esperó los furiosos y caprichosos humanos llegaron al castillo, matando a cada persona en su camino.

No se inmutó a pelear o elevar sus oscuras alas y matarlos con lo filosas que eran, solo miró como lo rodearon y detrás de él se asomó aquel sacerdote.

Tenía puesto una bata blanca que le cubría los pies y justo en medio una cruz invertida en roja que daba paso a la religión y lo contaminado que estaba su alma con mentiras.

—Asroth Vedet Golmun, la ley humana prohibe a los demonios impíos y encarnado de maldad —cruzo la cruz con firmeza —y en el nombre del Halsan te encadenamos y quemamos tu cuerpo por la eternidad en la torre oscura y lejana del Taoz —tiró encima de su cuerpo candela provocando que un gemido de dolor saliera de su boca —encadenado y aferrado a la tristeza de por vida.

Un terrible estruendo se escuchó por todas partes y poco a poco el castillo se llenó en humanos —solo una joven virgen podrá liberarte —tiró nuevamente la candela en su cuerpo —pero aún la maldición estará puesta hasta que sus ojos sean oscurecidos por las tinieblas de tu corazón y así corrompiendo el suyo.

La brisa poco a poco dejó de ser fría y su esencia, la de aquel gran príncipe de maldad empezó a desvanecerse —ese será su castigo.

Su cuerpo se encadenó poco a poco con grandes cadenas rojas y llenas de fuego. Poco a poco su cuerpo se llenó de un terrible dolor punzante y así, viendo las miradas jugadoras de los humanos fue como cerró los ojos para pasar a un lugar diferente.

Ya no estaba en el castillo, ahora estaba en una torre, con solo una ventana donde se podía apreciar pocas veces la luz de sol, sintió el calor que emanaba de todas partes.

Abrió los ojos con lentitud mirando las enormes cadenas rojas que quemaban su piel, sus muñecas, su pecho y sus pies.

Le había dolido muy pocas cosas en el mundo, pero esa sin duda, era una de ellas.

Se había amado a si mismo, había odiado a los humanos y había construido un grandísimo imperio con la sangre de aquellos estúpidos hombres y con sus almas.

Pero ahora no le quedaba nada, solo el recuerdo al acecho de una profecía que en setecientos años se cumpliría, que no sabía a ciencia cierta si aquello podría cumplirse o si era otro de sus destinos tristes y perdidos en el tiempo.

Una maldición, una maldición que tenía que de algún modo romperla —Virgen —susurró agotado —virgen de cabello dorado y ojos blancos —susurró una vez más —mi princesa.

Sin duda, hay destinos peores que la muerte.
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Profecías De Príncipes Solitarios: Origines Ocultos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora