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En el coche sin distintivos nadie volvió a hablar hasta que entraron en el
aparcamiento de la comisaría y ocuparon una de las plazas con el rótulo
RESERVADO PARA VEHÍCULOS OFICIALES. Allí Ralph se volvió y
examinó al hombre que había entrenado a su hijo. Terry Maitland llevaba
la gorra de los Dragons un poco torcida, un toque que le confería cierto
aspecto de gánster. La camiseta de los Dragons se le había salido por un
lado de la cintura e hilillos de sudor le corrían por la cara. En ese
momento presentaba un aire de culpabilidad inequívoco. Salvo, tal vez,
por los ojos, que fijó en los de Ralph. Muy abiertos, expresaban una muda
acusación.
Ralph tenía una pregunta que no podía esperar.
—¿Por qué él, Terry? ¿Por qué Frankie Peterson? ¿Estaba este año en
el equipo de los Lions de la liga infantil? ¿Le habías echado el ojo? ¿O
sencillamente se te presentó la ocasión?
Terry abrió la boca para insistir en su inocencia, pero ¿de qué serviría?
Ralph no iba a escucharlo, al menos todavía no. Tampoco los otros. Mejor
esperar. Resultaba difícil, pero al final igual ahorraba tiempo.
—Vamos —dijo Ralph con voz suave y amable—. Antes querías
hablar; habla. Cuéntamelo. Ayúdame a entenderlo. Aquí mismo, antes de
salir del coche.
—Creo que esperaré a mi abogado —dijo Terry.

—Si es inocente, no lo necesita —intervino Yates—. Póngale fin a esto
si puede. Incluso lo llevaremos a casa en coche.
Con la mirada fija todavía en los ojos de Ralph Anderson, Terry habló
con voz casi inaudible.
—Este comportamiento es improcedente. Ni siquiera has comprobado
dónde estaba el martes, ¿verdad? Nunca me habría esperado esto de ti. —
Hizo una pausa, como si reflexionara, y a continuación añadió—: Menudo
cabrón.
Ralph no tenía intención de informar a Terry de que había tratado de
ese asunto con Samuels, aunque solo por encima. Aquella era una ciudad
pequeña. Habían decidido no empezar a hacer preguntas por temor a que
Maitland se enterara.
—Este es un caso poco común en el que no hacían falta
comprobaciones. —Ralph abrió su puerta—. Vamos. Te tomaremos las
huellas y te haremos la foto para la ficha antes de que llegue tu aboga…
—¡Terry! ¡Terry!
Desoyendo el consejo de Ralph, Marcy Maitland había seguido al
coche de policía desde el campo de béisbol en su Toyota. Jamie Mattingly,
una vecina, se había ofrecido a llevarse a Sarah y Grace a su casa. Había
dejado a las dos niñas llorando, y a Jamie también.
—Terry, ¿qué están haciendo? ¿Qué debería hacer yo?
Terry, revolviéndose, se zafó momentáneamente de Yates, que lo
sujetaba por el brazo.
—¡Llama a Howie!
No tuvo tiempo de más. Ramage abrió la puerta en que se leía SOLO
PERSONAL DE LA POLICÍA y Yates plantó la mano en la espalda de
Terry y lo empujó dentro sin muchas contemplaciones.
Ralph se quedó atrás aguantando la puerta.
—Vete a casa, Marcy —dijo—. Vete antes de que llegue allí la prensa.
Estuvo a punto de añadir «Siento mucho todo esto», pero se abstuvo.
Porque no lo sentía. Betsy Riggins y la Policía del Estado estarían
esperándola; aun así, era lo mejor que Marcy podía hacer. Lo único, a decir
verdad. Y quizá él se lo debía. Por sus hijas, eso sin duda —ellas eran las
auténticas inocentes en todo aquello—, pero también…

Este comportamiento es improcedente. Nunca me habría esperado esto
de ti.

Ralph no tenía por qué sentirse culpable por el reproche de un hombre
que había violado y asesinado a un niño, pero por un instante así fue.
Luego recordó las imágenes de la escena del crimen, fotografías tan
horrendas que uno casi deseaba estar ciego. Recordó la rama que asomaba
del recto del niño. Recordó una huella de sangre en la madera lisa. Lisa
porque la corteza se había desprendido, tal fue la violencia con que hincó
la rama la mano a quien pertenecía esa huella.
Bill Samuels había esgrimido dos sencillos argumentos. Ralph había
coincidido, y también el juez Carter, a quien Samuels había acudido en
busca de las diversas órdenes judiciales. En primer lugar, era un golpe de
efecto. Era absurdo esperar cuando ya tenían todo lo que necesitaban. En
segundo lugar, si daban tiempo a Terry, tal vez huyera, y entonces tendrían
que dar con él antes de que encontrara a otro Frank Peterson a quien violar
y asesinar.

El visitanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora