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Marcy entró en el aparcamiento del Burger King de Tinsley Avenue y sacó
el móvil del bolso. Se le cayó al suelo de tanto como le temblaban las
manos. Se agachó a recogerlo, se golpeó la cabeza con el volante y rompió
a llorar otra vez. Deslizó la lista de contactos con el pulgar hasta que
encontró el número de Howie Gold, allí guardado no porque los Maitland
tuvieran motivos para incluir en su agenda el teléfono de un abogado sino
porque Howie había entrenado con Terry en la liga de fútbol Pop Warner
durante las dos últimas temporadas. Howie atendió la llamada a la segunda
señal.
—¿Howie? Soy Marcy Maitland. La mujer de Terry, ¿sabes? —Como
si no hubiesen cenado juntos algo así como una vez al mes desde 2016.
—¿Marcy? ¿Estás llorando? ¿Qué pasa?
Aquello era tan desmesurado que en un primer momento fue incapaz
de explicarlo.
—¿Marcy? ¿Sigues ahí? ¿Has tenido un accidente, te ha pasado algo?
—Sigo aquí. A mí no, a Terry. Lo han detenido. Ralph Anderson ha
detenido a Terry. Por el asesinato de ese niño. Eso han dicho. Por el
asesinato de Frank Peterson.
—¿Cómo? ¿Te estás quedando conmigo?
—¡Ese día ni siquiera estaba en la ciudad! —respondió Marcy con voz
lastimera. Al oírse, pensó que parecía una adolescente en plena rabieta,
pero no pudo contenerse—. ¡Lo han detenido, y dicen que la policía me
espera en casa!
—¿Dónde están Sarah y Grace?
—Las he dejado con Jamie Mattingly, una vecina de la calle de al lado.
De momento están bien.

Aunque después de ver cómo detenían a su padre y se lo llevaban
esposado, ¿hasta qué punto podían estar bien?
Frotándose la frente, se preguntó si el golpe contra el volante le habría
dejado marca, y por qué le importaba. ¿Porque tal vez hubiera ya
periodistas esperando? ¿Porque, si los había, podían ver la marca y pensar
que Terry le había pegado?
—Howie, ¿me ayudarás? ¿Nos ayudarás?
—Claro que sí. ¿Se han llevado a Terry a la comisaría?
—¡Sí! ¡Esposado!
—Bien. Voy para allí. Vete a casa, Marce. A ver qué quiere la policía.
Si tienen una orden de registro…, por eso deben de estar allí, no se me
ocurre otra razón, léela, averigua qué buscan, déjalos entrar, pero no digas
nada. ¿Entendido? No digas nada.
—Esto… sí.
—Ese niño, Peterson, fue asesinado el martes pasado, creo. Un
momento… —Se oyeron murmullos de fondo, primero de Howie, después
de una mujer, seguramente su esposa, Elaine. Luego volvió a la línea—.
Sí, fue el martes. ¿Dónde estaba Terry el martes?
—¡En Cap City! Fue a…
—Ahora eso da igual. Puede que la policía te lo pregunte. Puede que te
hagan todo tipo de preguntas. Diles que guardas silencio por consejo de tu
abogado. ¿Entendido?
—S-Sí.
—No te dejes embaucar, coaccionar ni provocar. Se les dan muy bien
las tres cosas.
—Vale. Vale, lo haré.
—¿Dónde estás ahora?
Lo sabía, había visto el cartel, pero tuvo que mirarlo otra vez para estar
segura.
—En el Burger King. El de Tinsley. He parado para llamarte.
—¿Te encuentras en condiciones de conducir?
Marcy estuvo a punto de decirle que se había dado un golpe en la
cabeza, pero se contuvo.
—Sí.

—Respira hondo. Tres veces. Luego ve a casa. Respeta el límite de
velocidad durante todo el camino, pon el intermitente antes de cada giro.
¿Terry tiene ordenador?
—Claro. En su despacho. Y un iPad, aunque no lo usa mucho. Y los
dos tenemos portátiles. Las niñas tienen sus propios iPad mini. Y
teléfonos, por supuesto, todos tenemos teléfono. A Grace le regalamos el
suyo para su cumpleaños hace tres meses.
—Te darán una lista con todo lo que pretendan llevarse.
—¿De verdad pueden hacerlo? —Ya no gimoteaba, pero poco le
faltaba—. ¿Coger nuestras cosas así sin más? ¡Eso parece algo propio de
Rusia o Corea del Norte!
—Pueden coger lo que ponga en la orden, pero quiero que tú hagas tu
propia lista. ¿Las niñas llevan el móvil encima?
—¿Me tomas el pelo? Prácticamente lo tienen injertado en la mano.
—Bien. Puede que la policía te pida el tuyo. Niégate.
—¿Y si se lo llevan igualmente?
¿Tenía eso alguna importancia? ¿De verdad la tenía?
—No lo harán. Si a ti no te han acusado de nada, no pueden. Ahora ve.
Pasaré a verte en cuanto me sea posible. Aclararemos la situación, te lo
prometo.
—Gracias, Howie. —Se echó a llorar otra vez—. Muchísimas gracias.
—Faltaría más. Y recuerda: el límite de velocidad, los stops, los
intermitentes. ¿Entendido?
—Sí.
—Salgo hacia la comisaría ahora mismo. —Y cortó.
Marcy puso primera, pero al cabo de un momento volvió a dejar la
palanca en punto muerto. Respiró hondo. Luego otra vez. Y otra más. Esto
es una pesadilla, pero al menos no durará mucho. Estuvo en Cap City. Lo
comprobarán, y lo dejarán ir.
—Y después —dijo al coche (se le antojaba muy vacío sin las risas y
las discusiones de las niñas en el asiento trasero)— los demandaremos; se
les va a caer el pelo.
Irguió la espalda y volvió a centrar la atención en el mundo. Regresó a
su casa, en Barnum Court, respetando el límite de velocidad y deteniéndose en todos los stops.

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