11

0 0 0
                                    

El horror con el que lo miró —como si fuera un monstruo, quizá un zombi
de la serie de televisión— fue para Ralph como un golpe en el pecho. Vio
su pelo alborotado, un manchurrón en la solapa de la bata (demasiado
grande para ella; quizá fuera de Terry), el cigarrillo un poco doblado entre
los dedos. Y algo más. Siempre había sido una mujer atractiva, pero
empezaba a perder su belleza. Él habría pensado que eso era imposible.
—Marcy…
—No. No, tú aquí no. Márchate de aquí. —Hablaba en voz baja, sin
aliento, como si alguien le hubiese dado un puñetazo.
—Necesito hablar contigo. Por favor, déjame hablar contigo.
—Tú mataste a mi marido. No hay nada más que hablar.

Marcy se dispuso a cerrar la puerta. Ralph se lo impidió con la mano.
—Yo no lo maté, pero sí, participé. Llámame cómplice si quieres. No
debería haberlo detenido de esa manera. Eso estuvo mal en muchos
sentidos. Yo tenía mis razones, pero no eran buenas razones. Yo…
—Aparta la mano de la puerta. Ya, o pediré que te detengan.
—Marcy…
—No me llames así. No tienes derecho a llamarme así después de lo
que hiciste. La única razón por la que no me pongo a gritar a pleno pulmón
es que mis hijas están arriba, escuchando los discos de su padre muerto.
—Por favor. —Ralph pensó en decir «No me obligues a suplicar», pero
eso no bastaba—. Te lo suplico. Por favor, hablemos.
Ella alzó el cigarrillo y profirió una horrenda carcajada.
—He pensado, ahora que esas pequeñas ratas se han ido, podré
fumarme un pitillo en la puerta de mi casa. Y fíjate, aquí está la rata
mayor, la rata entre todas las ratas. Último aviso, señor Rata culpable de la
muerte de mi marido. Lárgate… de mi puta puerta.
—¿Y si resulta que no fue él?
Marcy abrió mucho los ojos y la presión de su mano en la puerta
disminuyó, al menos por un momento.
—¿Cómo que y si…? ¡Por Dios, él mismo te dijo que no fue él! ¡Te lo
dijo allí tendido mientras agonizaba! ¿Qué más quieres, un telegrama en
mano del arcángel san Gabriel?
—Si no fue él, el culpable sigue suelto y es el responsable de la
aniquilación de la familia Peterson, además de la tuya.
Marcy pensó en ello brevemente y por fin dijo:
—Oliver Peterson está muerto porque a ti y al hijo de puta de Samuels
os dio por organizar ese circo. Y lo mataste tú, ¿no, inspector Anderson?
Le pegaste un tiro en la cabeza. Liquidaste a tu hombre. Perdón, a tu niño.
Marcy cerró de un portazo ante su cara. Ralph volvió a levantar la
mano para llamar, lo pensó mejor y dio media vuelta.

El visitanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora