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Después de la detención en el campo de béisbol, Ralph no tenía la menor
posibilidad de representar el papel de poli bueno en un posible guion
basado en la contraposición poli bueno / poli malo, así que se limitó a
apoyarse en la pared de la sala de interrogatorios a modo de espectador.
Estaba preparado para otra mirada acusadora, pero Terry lo miró
brevemente, sin expresión alguna, y centró la atención en Bill Samuels,
que había tomado asiento en una de las tres sillas al otro lado de la mesa.
Observando a Samuels, Ralph empezó a formarse una idea de cómo
había ascendido tanto en tan poco tiempo. Cuando estaban los dos en el
lado opuesto del espejo unidireccional, el fiscal solo parecía un poco joven
para el puesto. Ahora, frente al violador y asesino de Frankie Peterson, se
lo veía aún más joven, como un abogado en prácticas a quien (debido
probablemente a una confusión) le habían asignado la tarea de interrogar a
un criminal de primera línea. Y el pequeño remolino a lo Alfalfa en la
parte de atrás de su cabeza reforzaba el papel que interpretaba: el de un
joven bisoño, contento de estar allí. Puede contarme cualquier cosa,
anunciaban aquellos ojos tan abiertos y rebosantes de interés, porque me
lo creeré. Esta es la primera vez que juego con los mayores, y
sencillamente no doy para más.
—Hola, señor Maitland —saludó Samuels—. Trabajo en la fiscalía del
condado.
Buen comienzo, pensó Ralph. Tú eres la fiscalía del condado.
—Está perdiendo el tiempo —dijo Terry—. No pienso hablar con usted
hasta que llegue mi abogado. Diré que veo en su futuro un juicio sonado
por detención indebida.

—Entiendo que esté alterado. Cualquiera lo estaría en su situación.
Quizá podamos aclararlo aquí mismo. ¿Puede decirme simplemente dónde
estaba cuando fue asesinado ese niño, Peterson? Ocurrió la tarde del
martes pasado. Si usted estaba en otro sitio, pues…
—Lo estaba —lo interrumpió Terry—, pero mi intención es hablar de
eso con mi abogado antes de hablar con usted. Se llama Howard Gold.
Cuando llegue, querré hablar con él en privado. Estoy en mi derecho,
supongo, puesto que se presupone mi inocencia hasta que se demuestre lo
contrario.
Una rápida recuperación, pensó Ralph. Un delincuente profesional no
lo habría hecho mejor.
—En efecto, está en su derecho —respondió Samuels—. Pero si no es
culpable de nada…
—No se esfuerce, señor Samuels. No me ha traído aquí porque sea
usted un tío majo.
—Lo soy, créame —contestó Samuels, muy serio—. Si ha habido un
error, tengo tanto interés como usted en solventarlo.
—Se le levanta el pelo por detrás —comentó Terry—. Quizá le
convendría hacer algo al respecto. Así parece Alfalfa, el niño de la serie
que yo veía cuando era pequeño.
Ralph no llegó a reírse, pero se le contrajo una comisura de los labios.
Eso no pudo evitarlo.
Cogido a contrapié, Samuels se llevó una mano a la cabeza y se alisó el
remolino. El pelo permaneció por un momento bajo control, pero volvió a
levantarse.
—¿Seguro que no quiere aclarar este asunto? —Samuels se inclinó
hacia delante; la seriedad de su rostro parecía indicar que Terry estaba
cometiendo un grave error.
—Seguro —respondió Terry—. Y estoy seguro también en cuanto a lo
que he dicho del juicio. Dudo que haya indemnización suficiente para
resarcirme de lo que han hecho ustedes esta noche, miserables hijos de
puta…, y no solo a mí, sino a mi mujer y a mis hijas, pero estoy decidido a
averiguarlo.

Samuels se quedó quieto un momento —inclinado hacia delante, una
inocente expresión de esperanza en los ojos, fijos en los de Terry— y de
pronto se puso en pie. La mirada inocente se esfumó.
—Muy bien. Estupendo. Hable con su abogado, señor Maitland, está en
su derecho. Sin audio ni vídeo. Incluso correremos la cortina. Si se dan
prisa, puede que el asunto quede resuelto esta noche. Mañana me esperan
en el green a primera hora.
Terry lo miró como si no hubiera oído bien.
—¿En el golf?
—Sí, el golf, ese juego en el que golpeas una pelotita para intentar
meterla en un hoyo. No se me da muy bien, pero este otro juego sí se me
da muy bien, señor Maitland. Y como el respetable señor Gold le
confirmará, podemos retenerlo aquí durante cuarenta y ocho horas sin
presentar cargos contra usted. En realidad, no será tanto tiempo. Si no
podemos aclararlo, comparecerá usted ante el juez a primerísima hora del
lunes. Para entonces, su detención será noticia en todo el estado, así que
habrá mucha cobertura mediática. No dudo que los fotógrafos sacarán su
mejor perfil.
Después de haber pronunciado lo que suponía era la última palabra,
Samuels se encaminó hacia la puerta en una actitud casi altanera (Ralph
imaginó que el comentario de Terry sobre el remolino aún le escocía).
Antes de que abriera la puerta, Terry dijo:
—Eh, Ralph.
Ralph se volvió. Terry parecía sereno, lo cual era extraordinario dadas
las circunstancias. O quizá no. A veces los tíos verdaderamente fríos, los
sociópatas, encontraban esa calma después de la conmoción inicial y se
empeñaban en seguir por el camino más largo. Ralph lo había visto antes.
—No pienso hablar de esto hasta que llegue Howie, pero a ti sí quiero
decirte una cosa.
—Adelante. —Ese era Samuels procurando disimular su impaciencia,
pero se le demudó el rostro ante lo que Terry dijo a continuación.
—Derek dominaba el toque de arrastre como ninguno de los jugadores
que he tenido.

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