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Poco después de las doce de la noche (más o menos a la hora en que el
último superviviente de la familia Peterson aprendía a hacer un nudo
corredizo por gentileza de Wikipedia), Marcy Maitland despertó al oír
unos gritos procedentes de la habitación de su hija mayor. Al principio fue
Grace —una madre siempre lo sabe—, pero luego se sumó Sarah y crearon
una horrenda armonía a dos voces. Era la primera noche que las niñas
pasaban fuera del dormitorio que Marcy había compartido con Terry, pero
aún dormían las dos juntas, claro, y Marcy pensó que eso tal vez duraría
un tiempo, lo cual le parecía bien.
Lo que no le parecía bien eran esos gritos.
Marcy no registró en su memoria la carrera por el pasillo hasta la
habitación de Sarah. Solo recordaba que se levantó de la cama y acto
seguido estaba ya en el umbral de la puerta abierta contemplando a sus
hijas, ambas sentadas en la cama, abrazadas, a la luz de una luna llena de
julio cuyo resplandor entraba a raudales por la ventana.

—¿Qué pasa? —preguntó Marcy mirando alrededor en busca de un
intruso. Al principio, creyó ver a ese hombre (sin duda era un hombre)
agazapado en el rincón, pero aquello solo era una pila de pichis, camisetas
y zapatillas.
—¡Ha sido ella! —exclamó Sarah—. ¡Ha sido G! ¡Ha dicho que había
un hombre! ¡Dios mío, mamá, menudo susto me ha dado!
Marcy se sentó en la cama, desprendió a su hija menor de los brazos de
Sarah y la estrechó entre los suyos. Seguía mirando alrededor. ¿Se habría
escondido en el armario? Podía ser, las puertas de acordeón estaban
cerradas. Podría haberlas cerrado al oírla acercarse. ¿O debajo de la cama?
Todos los miedos de la infancia la invadieron mientras esperaba a que una
mano se cerrara en torno a su tobillo. En la otra habría un cuchillo.
—¿Grace? ¿Gracie? ¿A quién has visto? ¿Dónde estaba?
Grace lloraba de tal modo que fue incapaz de contestar, pero señaló en
dirección a la ventana.
Marcy fue hacia allí. A cada paso que daba temía que le fallaran las
rodillas. ¿Seguía vigilando la policía la casa? Howie había dicho que
durante un tiempo pasarían por allí regularmente, pero eso no significaba
que permanecieran allí a todas horas, y además la ventana de la habitación
de Sarah —las ventanas de todas sus habitaciones— daba al jardín trasero
o al jardín lateral, que se extendía entre su casa y la de los Gunderson. Y
los Gunderson estaban de vacaciones.
La ventana estaba cerrada. En el jardín, donde cada tallo de hierba
parecía proyectar su sombra en el claro de luna, no había nadie.
Regresó a la cama, se sentó y acarició el pelo a Grace, apelmazado y
sudoroso.
—Sarah… ¿Tú has visto algo?
—Yo… —Sarah reflexionó. Seguía abrazando a Grace, que sollozaba
contra el hombro de su hermana mayor—. No. Puede que haya creído
verlo, solo por un segundo, pero ha sido porque ella gritaba: «Ese hombre,
ese hombre». Ahí no había nadie. —Y dirigiéndose a Grace, añadió—:
Nadie, G. De verdad.
—Has tenido una pesadilla, cielo —dijo Marcy, y pensó:
Probablemente la primera de muchas.

—Estaba ahí —susurró Gracie.
—Entonces debía de flotar —dijo Sarah con una lógica admirable en
alguien que se había despertado asustada hacía solo unos minutos—.
Porque estamos en la planta de arriba, ¿sabes?
—Me da igual. Lo he visto. Tenía el pelo corto y negro, de punta. Y
bultos en la cara, como si fuera de plastilina. Tenía pajas en vez de ojos.
—Una pesadilla —sentenció Sarah con naturalidad, como si con eso
diera por zanjado el asunto.
—Vamos, las dos —dijo Marcy, esforzándose en hablar también ella
con naturalidad—. Dormiréis conmigo el resto de la noche.
La acompañaron sin protestar, y al cabo de cinco minutos las tenía a
las dos instaladas, una a cada lado, y Gracie, de diez años, dormía.
—¿Mamá? —susurró Sarah.
—¿Qué, cielo?
—Me da miedo el funeral de papá.
—A mí también.
—No quiero ir, y G tampoco.
—Ya somos tres, cariño. Pero iremos. Seremos valientes. Es lo que tu
padre habría querido.
—Lo echo tanto de menos que no puedo pensar en nada más.
Marcy besó con delicadeza el hueco palpitante de su sien.
—Duerme, cielo.
Sarah por fin sucumbió al sueño. Marcy permaneció despierta entre
sus hijas, mirando al techo y pensando en Grace, que se había vuelto hacia
la ventana en un sueño tan real que creía estar despierta.
«Tenía pajas en lugar de ojos».

El visitanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora