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Alec Pelley no pudo liberarse aquel domingo de sus propios compromisos
familiares hasta las tres y media. Pasaban ya de las cinco cuando llegó al
Sheraton de Cap City, pero el sol vespertino aún horadaba el cielo. Aparcó
ante el hotel, entregó diez dólares al aparcacoches y le dijo que lo dejara
cerca. En el quiosco, Lorette Levelle reordenaba una vez más la bisutería.
La visita de Alec a la tienda fue breve. Volvió a salir, se apoyó en su
Explorer y telefoneó a Howie Gold.
—Llegué antes que Anderson a las grabaciones de las cámaras de
seguridad y de la televisión, pero él se me ha adelantado con el libro. Y lo
ha comprado. Digamos que hemos quedado en tablas.
—Joder —dijo Howie—. ¿Cómo se ha enterado?
—No creo que lo supiera. Me parece que ha sido una combinación de
suerte y trabajo policial a la antigua usanza. La mujer que atiende el quiosco dice que un hombre cogió el libro el día de la conferencia de
Coben, vio el precio, más de ochenta dólares, y volvió a dejarlo. No sabía
que ese hombre era Maitland, así que supongo que no ve las noticias. Se lo
ha contado a Anderson, y Anderson ha comprado el libro. Dice que ha
salido sujetándolo por los lados con las palmas de las manos.
—Con la esperanza de encontrar huellas que no se correspondan con
las de Terry —dijo Howie—, lo que induciría a pensar que quienquiera que
manipulase ese libro no era Terry. No le servirá. Sabe Dios cuánta gente
habrá cogido y manipulado ese libro.
—La encargada del quiosco se permitiría discrepar. Dice que no lo ha
tocado nadie en meses.
—Da igual.
Howie no parecía preocupado, así que Alec tuvo que preocuparse por
los dos. Aquello era un detalle menor, pero ahí estaba. Un pequeño fallo en
un caso que lucía tan bonito como un cuadro en un museo. Un posible
fallo, se recordó, y Howie podría soslayarlo fácilmente; al jurado no les
interesaba lo que no existía.
—Solo quería que lo supieras, jefe. Para eso me pagas.
—Vale, ahora lo sé. Mañana asistirás a la comparecencia, ¿no?
—No me la perdería por nada —contestó Alec—. ¿Has hablado con
Samuels sobre la fianza?
—Sí. Ha sido una conversación breve. Ha dicho que se opondría en
cuerpo y alma. Palabras textuales.
—Dios mío, ¿ese hombre tiene botón de apagado?
—Buena pregunta.
—¿La conseguirás igualmente?
—Es muy posible. No es seguro, pero soy más bien optimista.
—Si lo consigues, dile a Maitland que no salga de paseo por su barrio.
Mucha gente tiene armas en casa, y ahora mismo él es el hombre menos
apreciado de Flint City.
—Estará confinado en su domicilio, y no te quepa duda de que la
policía vigilará la casa. —Howie dejó escapar un suspiro—. Qué lástima
lo del libro.

Alec puso fin a la llamada y subió de inmediato a su coche. Quería
llegar a casa con tiempo de sobra para preparar unas palomitas antes de
Juego de tronos.

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