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Estaba contándole a Jeannie cómo había ido la reunión cuando sonó su
teléfono. Era Yune.
—¿Podemos hablar mañana, Ralph? Había una cosa extraña en el
establo donde ese chico encontró la ropa que Maitland llevaba puesta en la
estación de tren. Más de una cosa, a decir verdad.
—Cuéntamelo ahora.
—No. Me marcho a casa. Estoy cansado. Y tengo que pensar en ello.
—Muy bien, mañana, pues. ¿Dónde?
—En algún sitio tranquilo y apartado. No me conviene que me vean
hablar contigo. Estás de baja administrativa, y yo me he quedado fuera del
caso. En realidad, no hay caso. No ahora que Maitland ha muerto.

—¿Qué va a pasar con esa ropa?
—La mandarán a Cap City para el examen forense. Después de eso, la
devolverán al departamento del sherif del condado de Flint.
—¿Me tomas el pelo? Debería guardarse con el resto de las pruebas de
Maitland. Además, Dick Doolin es incapaz de sonarse la nariz sin
consultar el manual de instrucciones.
—Puede que eso sea verdad, pero el municipio de Canning es parte del
condado, no de la ciudad, es decir, jurisdicción del sherif . He oído decir
que el jefe Geller iba a enviar a un inspector, pero solo por cortesía.
—Hoskins.
—Sí, así se llama. Aún no está aquí, para cuando llegue ya se habrá ido
todo el mundo. Igual se ha perdido.
Es más probable que haya parado en algún sitio a empinar el codo,
pensó Ralph.
—Esa ropa —continuó Yune— acabará en una caja de pruebas en el
departamento del sherif y ahí seguirá cuando empiece el siglo veintidós.
A nadie le importa un carajo. Parece que lo hizo Maitland, Maitland está
muerto, pasemos a otra cosa.
—Yo no estoy preparado para eso —respondió Ralph, y sonrió cuando
Jeannie, sentada en el sofá, cerró los puños y extendió los pulgares—. ¿Y
tú?
—¿Estaría hablando contigo si lo estuviera? ¿Dónde quedamos
mañana?
—En Dubrow hay una cafetería pequeña cerca de la estación de tren.
O’Malley’s Irish Spoon, se llama. ¿La encontrarás?
—Seguro.
—¿A las diez?
—Me parece bien. Si me surge algo, te llamo y cambiamos de hora.
—Tienes las declaraciones de todos los testigos, ¿no?
—En mi portátil.
—No te olvides de cogerlo. Todas mis cosas están en la comisaría, y en
principio no debo poner los pies allí. Tengo mucho que contarte.
—Lo mismo digo —respondió Yune—. Todavía es posible que
aclaremos esto, Ralph, pero no sé si nos gustará lo que averigüemos. Esto es un bosque la mar de espeso.

En realidad, pensó Ralph a la vez que cortaba la comunicación, es un
cantalupo. Y el condenado está lleno de gusanos.

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