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En Flint City, la mayor parte de los ciudadanos de clase acomodada
pensaban que Howard Gold había nacido rico, o al menos en una familia
pudiente. Aunque no se avergonzaba ni remotamente de su infancia de
privaciones, no ponía mucho empeño en sacar de su engaño a esa gente.
Resultaba que era hijo de un destripaterrones, en alguna etapa vaquero y
de vez en cuando jinete de rodeo que había viajado por todo el sudoeste en
una caravana Airstream con su mujer y sus dos hijos, Howard y Edward.
Howard había llegado a la universidad, y luego ayudó a Eddie a conseguir
eso mismo. Cuidó de sus padres cuando se jubilaron (Andrew Gold no
había ahorrado ni un centavo), y aún le quedó más que suficiente.
Era miembro del club rotario y del club de campo Rolling Hills.
Llevaba a cenar a los clientes principales a los mejores restaurantes de
Flint City (había dos) y contribuía en diez o doce organizaciones benéficas
distintas, incluidos los campos de deporte del Estelle Barga. Podía pedir
buen vino con los mejores de ellos y enviar completas cestas navideñas de
Harry & David a sus clientes más importantes. Sin embargo, en la soledad
de su despacho, como ese viernes al mediodía, prefería comer como
cuando era niño y viajaba entre Hoot, Oklahoma y Holler, Nevada, ida y
vuelta, escuchando a Clint Black por la radio y estudiando sus lecciones
junto a su madre cuando no iba al colegio de algún pueblo. Suponía que
tarde o temprano la vesícula biliar pondría fin a esas comidas grasientas
en solitario, pero a sus más de sesenta años aún no le había dado ningún
aviso, así que agradecía a Dios la genética. Cuando sonó el teléfono estaba
devorando un bocadillo de huevo frito, cargado de mayonesa, y patatas
fritas tal como a él le gustaban, doradas, crujientes y bañadas en kétchup.
En el borde del escritorio lo esperaba un trozo de tarta de manzana con
helado a medio fundir encima.
—Howard Gold al habla.

—Soy Marcy, Howie. Ralph Anderson ha venido aquí esta mañana.
Howie arrugó la frente.
—¿Ha ido a tu casa? No tiene nada que hacer ahí. Está de baja
administrativa. Tardará un tiempo en volver a estar en activo, y eso
suponiendo que decida reincorporarse. ¿Quieres que telefonee al jefe
Geller y lo ponga al tanto?
—No. Le he cerrado la puerta en las narices.
—¡Bien hecho!
—No me he quedado bien. Ha dicho una cosa que no consigo quitarme
de la cabeza. Howard, dime la verdad. ¿Crees que Terry mató a ese niño?
—No, por Dios. Hay pruebas que lo demuestran, los dos lo sabemos,
pero otras muchas lo desmienten. Habría quedado en libertad. Pero eso ni
lo pienses, sencillamente Terry era incapaz de un acto así. Además está su
declaración in articulo mortis.
—La gente dirá que no quería admitirlo delante de mí. Probablemente
ya lo dicen.
Cariño, pensó él, dudo que supiese siquiera que estabas ahí.
—Creo que decía la verdad.
—También yo, y en ese caso el culpable sigue libre, y si mató a un
niño, tarde o temprano matará a otro.
—O sea que eso es lo que Anderson te ha metido en la cabeza —dijo
Howie. Apartó lo que le quedaba de bocadillo. Ya no le apetecía—. No me
sorprende, el recurso de la culpabilidad es un viejo truco de la policía,
pero ha hecho mal en usarlo contigo. Conviene que Ralph pague por eso.
Una firme reprimenda que conste en su expediente, como mínimo. Por
Dios, acabas de enterrar a tu marido.
—Pero lo que ha dicho es verdad.
Quizá sí, pensó Howie, pero de ahí la pregunta: ¿por qué te lo ha
dicho precisamente a ti?
—Y hay otra cosa —continuó ella—. Si no se encuentra al verdadero
asesino, las niñas y yo tendremos que marcharnos de la ciudad. Quizá si
estuviera sola, podría sobrellevar los cuchicheos y las habladurías, pero no
es justo pedirles eso a las niñas. Solo se me ocurre ir a casa de mi hermana
en Michigan, y eso no sería justo para Debra y Sam. Ellos tienen también dos hijos, y la casa es pequeña. Para mí, significaría empezar de cero, y
me siento muy cansada para eso. Me siento… Howie, me siento rota.
—Lo entiendo. ¿Qué quieres que haga?
—Llama a Anderson. Dile que puede venir a casa esta noche y
hacerme sus preguntas. Pero quiero que tú estés presente. Tú y ese
investigador que trabaja para ti, si está libre y quiere venir. ¿Puede ser?
—Claro, si eso es lo que deseas. Y estoy seguro de que Alec vendrá.
Pero quiero… no prevenirte exactamente, pero sí ponerte en guardia.
Estoy seguro de que Ralph se siente fatal por lo que ha pasado, y deduzco
que se ha disculpado…
—Me lo ha suplicado.
Eso en cierto modo era asombroso, pero quizá no fuera del todo
impropio de Ralph.
—No es mal hombre —dijo Howie—; es un buen hombre que ha
cometido un grave error. Pero, Marcy, sigue teniendo intereses creados en
demostrar que Terry mató a ese niño, Peterson. Si lo consigue, encarrilará
de nuevo su vida profesional. Si no llega a demostrarse nada de manera
concluyente, ni en un sentido ni en otro, aún podrá encarrilar su vida
profesional. Pero si el verdadero asesino aparece, Ralph está acabado
como miembro de la policía de Flint City. Su siguiente empleo será de
guarda de seguridad en Cap City por la mitad del salario. Por no hablar de
las demandas a las que quizá se enfrente.
—Eso lo entiendo, pero…
—No he acabado. Cualquier pregunta suya guardará relación con Terry.
Puede que solo esté dando palos de ciego, pero es posible que crea que
tiene algo que vincula a Terry con el asesino de una manera distinta.
Ahora, dime, ¿sigues queriendo que organice esa reunión?
Siguió un momento de silencio y al final Marcy dijo:
—Jamie Mattingly es mi mejor amiga en Barnum Court. Se llevó a las
niñas cuando detuvieron a Terry en el campo de béisbol, pero ahora no
coge el teléfono cuando la llamo, y me ha bloqueado en Facebook. Mi
mejor amiga me ha bloqueado oficialmente.
—Se le pasará.

—Eso será si detienen al verdadero asesino. Entonces acudirá a mí de
rodillas. Puede que la perdone por ceder a las exigencias de su marido,
porque eso es lo que ha pasado, dalo por hecho, pero puede que no. Esa es
una decisión que me es imposible tomar hasta que las cosas cambien para
mejor. Si es que cambian. Lo cual es mi manera de decir: adelante,
organiza esa reunión. Tú estarás ahí para protegerme. El señor Pelley
también. Quiero saber por qué Anderson ha reunido el valor para
presentarse ante mi puerta.

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